Comercios y restaurantes echan la persiana cuando acaba la temporada de verano. | MARCELO SASTRE

«Vivir en Dalt Vila es un privilegio extraño», comenta Pepita una vecina de la zona. «Tienes unas vistas espectaculares pero por las tardes no hay ni dónde tomar un café», explica.

Es cierto. Con el fin de la temporada todos los comercios, bares y restaurantes de la zona echan la persiana. Todos, excepto Es Cafetí, aunque este bar solo está abierto por las mañanas.
«Somos los únicos que aguantamos el invierno y no sé si aguantaremos más», comenta la propietaria del negocio, María José.

Y es que, según explica, el barrio se ha quedado despoblado y «el negocio ha bajado mucho en los últimos años».
Se quejan de que «ya nadie quiere subir porque no dan facilidades». Algo que también comenta otro vecino.

Luis cuenta que «no puedes recibir muchas visitas o hacer comidas familiares porque no se puede subir con el coche y estar más de 20 minutos, y a ver cómo lo hacen los abuelos...».
Las personas mayores son las que más aquejan el vivir en este barrio. «Es muy tranquilo y se está muy a gusto, pero yo así, con las muletas, no puedo ir a comprar. Dependo de mis hijos. Ellos me traen la compra. Yo no podría subir cargada», explica Margarita.

Y no es la única a la que le cuesta subir a Dalt Vila cargada. Quienes trabajan en la zona lo sufren a diario. «Tenemos que aparcar abajo y subir con las bolsas de herramientas porque si tardamos más de la cuenta en arreglar el problema nos multan. Creo que deberían ser más flexibles con estas cosas», comenta un obrero.

José es otro de los pocos residentes que vive en esta zona durante todo el año. «Hay un par de tiendecitas que para la gente de aquí nos vendrían bien , pero como solo abren para el turismo en verano la gente de aquí tenemos que caminar más y venir cargados. Nos cuesta mucho. Estamos en el centro pero estamos a la vez aislados», señala.

Revitalizar el barrio

La mayoría de los vecinos lamenta que una vez acabada la temporada la zona quede completamente desplobada tanto de residentes como de establecimientos. Apenas pasa nadie de la Plaça de Vila, salvo unos pocos corredores que suben a entrenar y los grupos del Imserso que visitan el Museo Puget y el Centro de Interpretación de Madina Yabisa.

Quienes viven en la ciudad amurallada en invierno coinciden en que habría que hacer algo para revitalizar el barrio. «El problema es que hay unos pocos que tienen los pisos colapsados y solo los alquilan en verano, porque ahora no les dan dinero», dice una de las residentes.

Además, «muchas de las casas señoriales las han comprado extranjeros que solo vienen 15 días al año. Es una pena», detalla.

«Necesitamos que se alquilen más casas y que vengan familias con niños», apunta María José, propietaria de Es Cafetí.

Los vecinos piden también que durante el invierno se facilite el acceso a Dalt Vila. «Podrían, por ejemplo, dejar subir a los coches entre noviembre y febrero o marzo».

Otra propuesta es que se sigan haciendo trámites administrativos en la sede que el ayuntamiento tiene en la ciudad amurallada. «Ya lo han vaciado casi entero. Apenas hay ya una treintena de funcionarios y la gente ya no viene. Tampoco se acercan al colegio de arquitectos porque los trámites ahora son telemáticos», explican.