Juan Echanove y Rircardo Gómez llegan a Can Ventosa con el montaje 'Rojo'.

El actor madrileño Juan Echanove (Madrid, 1961) regresa este sábado y domingo al auditorio de Can Ventosa en Ibiza. Será la cuarta vez que pise esas tablas y en esta ocasión lo hará para representar Rojo, una obra que dirige y protagoniza a raíz de un texto original del dramaturgo y guionista John Logan que cuenta una parte de la vida de uno de los pintores más importantes del siglo XX, Mark Rothko. Le acompaña el joven Ricardo Gómez, quien da vida a su ayudante Ken, y juntos han creado una representación que desde que se estrenó en octubre en Salamanca ha logrado un 98% de ocupación. Su secreto reside, según Echanove, «en que hace reflexionar al espectador sobre muchos más aspectos que no sólo el arte contemporáneo y que, aunque transcurre en los años 60 del pasado siglo, está de vigente actualidad».

—Es la cuarta vez en Can Ventosa. Estará ya casi como en su casa...
—La verdad que sí. Me siento muy afortunado de regresar una vez más a Ibiza porque siempre que he venido con obras de teatro me han tratado de maravilla. Además, el público de la isla es magnífico.

—Cuatro veces como actor de teatro y, sin embargo, tras cuatro décadas en la interpretación nunca ha venido a rodar ninguna película aquí. ¿Cómo es eso posible?
—Pues es cierto: La verdad es que por unas cosas o por otras nunca ha surgido ningún proyecto que pudiera cuadrar. Pero bueno, como aún me queda mucha cuerda estoy abierto a cualquier propuesta para grabar en vuestra isla. Eso sí, mejor que sea fuera de la temporada de verano. Seguramente se estará mejor en invierno o primavera.

—Pues ojalá algún productor pueda leer la entrevista. Cuéntenos, ¿qué podemos encontrar en Rojo?
—Bueno, Rojo es una obra de teatro que gira sobre la figura del pintor Mark Rothko, un pintor y grabador letón que vivió la mayor parte de su vida en Estados Unidos, y que está considerado uno de los mayores exponentes del expresionismo abstracto. Cuenta un momento importante de su vida, cuando recibió el encargo de componer una serie de murales para el elitista restaurante Four Seasons, situado en el edificio Seagram de Park Avenue, en Nueva York. Es un encargo tremendamente bien pagado y eso le pone frente al espejo y le hace debatirse entre venderse o no al mercado y entre renunciar o no a sus principios.

—Y la figura de Ken, interpretada por Ricardo Gómez, ¿qué papel juega en la obra?
—Es fundamental. Realmente Ken no existió, sería uno de los muchos ayudantes que tuvo Rohtko en su carrera ya que por su mal carácter nadie la aguantaba más de un mes. Ken es el reflejo de los tiempos que estaban llegando y que amenazaban con sepultar lo que ya existía. Él defiende el Pop Art y Rohtko se siente amenazado porque teme que esta nueva forma de arte acabe con su legado.

—Quienes han visto la obra dicen que uno de los secretos de su éxito es que no habla únicamente de arte, que va mucho más allá.
—Por supuesto. Entre los dos protagonistas se establece una relación a través de cinco cuadros descarnada, brutal y muy sanguínea. En sus conversaciones se habla de la vida, de los valores, de hasta donde estamos dispuestos a llegar por conseguir lo que queremos, de si somos capaces de vendernos por una gran cantidad de dinero...

—Temas muy de actualidad por desgracia...
—Sin duda. Son personajes y situaciones muy reconocibles y cada día que la represento me doy cuenta que está más de actualidad. Rojo es lo que es pero al final la cotidianidad de nuestro día a día es la que hace que esta obra tenga tanta vigencia.

—Mark Rohtko es un personaje real con muchas luces y muchas más sombras en su trayectoria. ¿Qué es lo que le atrajo de él para interpretarlo?
—Fundamentalmente lo complicado que fue. Era una genio pero también una persona odiosa. Quienes lo conocieron aseguran que era bipolar, envidioso, huraño, violento, maltratador, alcohólico... y eso al final hace que tenga un espectro enorme de matices que suponen un reto para cualquier actor. Y a mí me encantan los retos.

—Es un personaje que existió. No es el primero que interpreta en el teatro. Se ha puesto en la piel de García Lorca, Quevedo o Franco... ¿Le atraen este tipo de personajes?
—Depende mucho del guión y del texto. Es cierto que cuando interpretas alguien que fue de carne y hueso tienes mucha más información para recrearlo, pero también mucha más exigencia porque siempre hay gente que lo conoció y que seguramente no va a quedar contento con el resultado. Sin embargo, en el caso del teatro nunca he pretendido hacer una conferencia sobre la historia de un personaje, en este caso Rohtko, sino contar una historia que tenga como nexo común a ese personaje. Para las conferencias ya están los expertos (Risas).

—¿Y con qué se queda? ¿Con un papel de bueno o de malo?
—Realmente con mi trayectoria, ya 40 años en esto, me siento cómodo en todos los registros. He tenido la suerte de hacer de todo, cine, series, teatro... y siempre me he sentido cómodo. Para mí lo importante es la historia, cómo la transmiten los personajes y que su interpretación suponga un reto. Que sea algo que me atraiga de verdad porque con todos los años que llevo en esto...

—Es cierto que empezó muy joven. ¿Cómo decidió dedicarse a la interpretación?
—Fue con 17 años cuando empecé a dedicarme de forma profesional pero no fue porque se me despertara la vocación al ver una película o una serie de televisión, que por cierto en aquella época era más bien raquítica. Yo quise ser actor porque me encantaba el teatro y aún hoy me tiene enamorado.

—Sin embargo, su primer papel protagonista y el que le dio a conocer fue en Turno de oficio. ¿Qué queda de aquel Pedete lúcido?
—Mucho, muchísimo. El papel de Cosme en aquella serie de 1986 para Televisión Española me permitió conocer a grandes compañeros como Juan Luis Galiardo, Carmen Elías, Irene Gutiérrez Caba o Pepe Sancho. Además tuve la oportunidad de trabajar con Antonio Mercero. Fue un lujo. Es una serie que me marco y a la que quiero con toda mi alma.

—Como ha cambiado todo, ¿no? ¿Se trabaja antes mejor que ahora?
—Simplemente diferente. Antes hacíamos cine para televisión empleando una cámara y rodando en 35 o Súper 16 milímetros. Ahora todo es digital, trabajas con cuatro cámaras y las series son coproducciones entre varias productoras y alguna cadena de televisión. Eso hace que haya más inversión y que se destinen más medios.

—¿Y la calidad? Ahora parece que se innova más. Usted, sin ir más lejos, acaba de hacer La Zona, una serie de ciencia ficción. Eso hace años parecía imposible en España
—Si. Y eso es muy bueno. Afortunadamente se está dejando un poco de lado la comedia de situación, la risa fácil y el tema casual para escribir guiones mucho más trabajados y que en ocasiones también están basados en magníficas novelas. Y al final con eso el que sale ganando es el espectador, que cada vez tiene más donde elegir y se engancha más. Actualmente vivimos un gran momento en las series españolas.

—Eso es cierto. ¿También influyen los cambios en los hábitos de consumo de las series?
—Sin ninguna duda. Tenemos que ser conscientes de que hoy han cambiado los soportes. Una amplia mayoría de la gente, sobre todo los jóvenes, se ven dos episodios en una tablet o en el móvil mientras viajan en tren o en el Metro. Eso de sentarse con la mantita con una taza de caldo en el sofá está cambiando y cada vez se hace menos. Y el que no se de cuenta de eso ya va un paso por detrás.

—Afortunadamente siempre quedará el teatro. Es el único que garantiza el contacto directo con el público.
—Llevas toda la razón. El teatro es la viveza, el directo, el subidón de adrenalina... Tú podrás ver una reproducción de una obra de teatro en una tablet o e una televisión pero no es lo mismo, no es teatro. Para sentir de verdad el teatro tienes que ir a la sala, sentarte en la butaca y sentir la respiración de los actores cerca de ti. Esa es su magia, que no puedes darle para atrás o para adelante o que no puedes pararlo para ir al baño.

—¿Cree que ahora el teatro goza de una magnífica salud?
—Si y no. Yo diría que goza de una salud imprescindible y eso es bueno porque no va a desaparecer. Pero con los años que llevo en esto te puedo decir que se han reducido mucho el número de bolos que se hacen en las giras. No hace muchos años en capitales como por ejemplo Salamanca o la propia Ibiza se representaba una obra de miércoles al domingo y ahora sólo los fines de semana. Por ejemplo, yo hace algunos años hice giras en los que hicimos unos 500 bolos y ahora, si haces 70 es un éxito sin precedentes.

—¿Y a qué se debe ese cambio?
—Un poco de todo. Ha habido un cambio en los hábitos de las familias pero creo, sinceramente, que la mayor parte de la culpa lo tiene la disminución por parte de muchos ayuntamientos de las partidas que se destinan a la Cultura. Con la coartada de la crisis se cerró radicalmente el grifo y lo peor es que no ya no se ha vuelto a abrir. En nuestra mano está el tener que seguir luchando para recuperar el tiempo perdido.

—La típica excusa de que la cultura no vende...
—Sí, pero eso es mentira. Al final el que paga los platos rotos es el ciudadano. Lo que si que no vende es la clase política actual. No hay dinero suficiente para restaurar su imagen y ellos lo saben. Afortunadamente la cultura tiene buena salud y una higiene de la que no pueden presumir ellos.