Esta enfermera de Especialidades Médicas y, de manera temporal, supervisora de la planta descubrió que lo suyo era la enfermería haciendo prácticas. Dice que no es vocacional, no tuvo la llamada, pero sí que ejerce su trabajo con profesionalidad y centrada en la atención al paciente.

¿Por qué estudio Enfermería?
—Siempre digo que lo de la vocación no iba conmigo, parece que para las profesiones de la salud y temas sociales tienes que tener una llamada. Con el argumento de que estas en situaciones muy vulnerables se tiene que tener una predisposición pero como todas las profesiones. Empecé a estudiar y conforme iba pasando el tiempo vi que me encantaba. Mi hermana mayor estaba en Murcia y por eso estudié allí.

¿Cómo consigue que su trabajo, con el trato de los enfermos, no le afecte en el tema personal?
—He aprendido que no me afecte mucho y a separar. Llevo casi 30 años en el mismo sitio y tenemos los enfermos de Oncología. Cada jueves hacemos una reunión con el equipo de cuidados paliativos. Viene la psicooncóloga y afrontamos situaciones graves. Hay momentos y cosas que no entiendes, no las llevas bien, lo exponemos y nos ayuda. Jamás te acostumbras a la muerte y a la enfermedad. Cada enfermo es una situación, una vida y una manera de afrontar lo que lleva. Para mí es nuevo, no lo puedes comparar con nadie; el tratamiento sí pero no la persona y también te puede pillar en momentos más bajos de ánimo. A los alumnos que vienen al hospital les digo que las técnicas, como pinchar, se aprenden con el tiempo, puedes tener esa llamada pero lo que tienen que aprender es a ponerse delante de un enfermo, que no noten que vas con prisa. Tienen que ver que cuando estas delante de él eres el único aunque luego vayas corriendo cuando salgas de la habitación, tienen que ver que escuchas y eso hay que practicarlo. Cuando se consigue es satisfactorio.


¿Cuál recuerda su mejor momento en su trabajo?
—Hay muchos pero recuerdo a un señor que era de Oncohematología, que estaba en el otro hospital, se llamaba Rafael, y estaba en una situación terminal. Sólo quería ver a sus nietos que tenían que venir de Córdoba. Llegaron finalmente sus nietos. En aquel entonces el acceso al hospital para los niños era más restringido y nos bajamos una compañera y yo para que pudieran subir a ver a su abuelo. No se me olvida la cara que puso ese señor al ver a sus nietos. Al día siguiente libré y cuando volví a trabajar me dijeron que Rafael había muerto; lo primero que pensé era que había esperado a los niños. Con el tiempo, la familia vino a darnos las gracias por facilitarnos que vieran a los niños.

También habrá experiencias negativas.
—Sí, muy tristes, como el de una mujer marroquí que quería morir en su país. Se la llevaron pero los niños se quedaron aquí y vinieron al hospital a despedirse de su madre. A mi estas situaciones y las de la conspiración del silencio me cuestan mucho.

¿A qué se refiere con la conspiración del silencio?
—Cuando hay una situación en una habitación que sabes que la familia sabe un diagnóstico y un pronóstico y el enfermo no quiere o no se lo quieren decir, cuando entras te dan ganas de salir corriendo. Son situaciones que me cuestan. También cuando hay un diagnóstico que es bastante devastador y lo sabes porque el médico te ha informado pero todavía no se lo han comunicado al enfermo, entras en la habitación y ves a aquella persona que está esperando que se lo digan, este tema también lo llevo regular.

Pues lleva tiempo en esta profesión y veo que aún le afectan determinadas situaciones.
—Sí, pero para eso tenemos a Paloma Martínez, la psicooncóloga.

Habla mucho acerca del tema humano.
—Al final te afecta, nos apoyamos los compañeros, muchos de nosotros llevamos mucho tiempo en esta planta y nos cuidamos entre nosotros.

¿Cómo se cuidan?
—Observándonos, nos preguntamos, alguna caricia, cositas, estamos pendientes los unos y los otros.

¿Qué le aporta su trabajo?
—Ver la vida de otra manera, intento disfrutar de mi gente, mi familia y mis amigos, valorar cosas más sencillas que parece más insignificantes que al final son las más importantes.

La medicina sigue estando muy jerarquizada, de médicos y enfermería. ¿Ha vivido alguna situación de impotencia por esa estructura que le ha afectado a su trabajo?
—En Ibiza sí noté el cambio en ese aspecto. Sabes donde está el médico pero nosotros trabajamos en paralelo a ellos, tenemos nuestra autonomía de cuidados. La medicina se basa en diagnóstico y tratamiento, pero nosotros abarcamos más, tenemos nuestra autonomía de tratamiento e intentamos trabajar en paralelo. En Ibiza no hay tanta separación entre estamentos, porque donde trabajaba antes no lo era y por eso vi bastante la diferencia. En Can Misses tenemos una relación de respeto pero hay cercanía, trabajamos a la vez.

¿Siente que la enfermería necesita más empoderamiento o está suficientemente valorada?
—La enfermería tiene todavía poca visibilidad y reconocimiento. El 12 de mayo es el Día Internacional de Enfermería y me gustaría que esa fecha también esté en los medios. Todavía no se valora en la sociedad, no se si es que no nos sabemos vender.

¿Dónde se tendría que incidir más para que sea más valorada?
—En las políticas sanitarias. Hay enfermeras en muchos puestos relevantes. Mi madre cuidaba a mi abuela en casa pero ha avanzado. Los cuidados significan investigar, arriesgar, probar, adelantarte a los resultados y eso es el resultado de las enfermeras que se dedican a la investigación y aportan lo que van saliendo a las que están a pie de cama.

¿Recuerda cómo fue su primer día de trabajo?
—Claro! Empecé en una casa de socorro en Úbeda y estaba el portero y una servidora. Había una radio muy antigua para llamar al médico si hacia falta. Me compraba las jeringas y tenía un aparato para tomar la tensión. Fue mi primer verano y en octubre hubo un cambio importante y empecé a trabajar en hospital.

¿Le costó adaptarse a Ibiza cuando llegó de Ubeda?
—Me encantó y sigo encantada en el trabajo y la isla. Cuando llegué había una jefatura de Enfermería que dependía del jefe de servicio, un médico, pero al poco tiempo cambió el organigrama y pasamos a tener una dirección de Enfermería que depende de la Gerencia. En Ibiza hemos hechos cosas muy bonitas, como la consulta de enfermería de VIH a finales de los 90, que era pionera en Balears. Era fuera de nuestra jornada laboral, pero nos encantaba. La gente no sabía cómo hacer los tratamientos y la importancia que tenía, el contagio, venían madres y parejas. En aquellos años era todo miedo.

¿A qué se hubiera dedicado si no fuera enfermera?
—No lo sé. Mi madre quería que fuera maestra porque se estudiaba en mi pueblo pero a mi no me gustaba. Me cuesta un poco impartir formación. Sabía que eso no.

¿Su hija se dedica la enfermería?
—No, no quiere saber nada de hospitales. Yo le digo que lo que haga sea con entusiasmo y pasión, aunque sea vender pendientes en la playa. Lo mejor que te puede pasar en la vida es tener un trabajo que te encante, porque si no es una desgracia.