El enfermero Manuel Pardo Ríos, con el uniforme de la Ambulancia del Deseo.

Manuel Pardo Ríos (Murcia, 1980), enfermero del 061 y profesor de la UCAM de Murcia, es presidente de la Fundación Ambulancia del Último Deseo, un proyecto que tiene su origen en Holanda y que ha establecido su primera sede en Murcia. El objetivo es cumplir el último deseo de pacientes terminales y/o crónicos. Un proyecto solidario sin ningún coste económico para el que recibe el deseo. Toda una experiencia cargada de humanidad en la que profesionales de la sanidad colaboran de forma voluntaria en su tiempo libre para ayudar a cumplir el deseo, como ir a la playa o la nieve por primera vez o volver a su país de origen para pasar los últimos días de su vida con su familia.

—¿Cómo empezó la iniciativa de la Ambulancia del Último Deseo?
—Empezó en Holanda en 2006. Cuando hicimos el primer congreso internacional de humanización buscamos para la conferencia magistral una iniciativa de acción, de alguien que hubiera hecho algo en concreto por mejorar la vida de las personas, y por las redes sociales conocíamos la ambulancia del deseo que empezó en Holanda. Escribimos al que la fundó, Kees Veldboer, y aceptó nuestra invitación a Murcia en abril del año pasado. Cuando vino conoció nuestro proyecto de humanización de urgencias y acordamos que a partir del foro de Humanización en Urgencias, Emergencias y Catástrofes, Hurge, viniera su fundación a Murcia porque aquí está el equipo pero con vistas a ir a toda España

—El proyecto es muy reciente, de abril de 2018, pero tiene mucha trascedencia.
—Sí, va muy rápido, pensamos que iba a ser más lento. Es como un huracán, tenemos dos ambulancias en Murcia y enseguida empezaremos a expandirnos a otras comunidades.

—¿Cuál ha sido el deseo que ha ayudado a cumplir que más le ha emocionado cómo enfermero?
—Cada uno es diferente. Quizás el deseo de Fabri ha sido el más duro y emotivo que hemos tenido. Fabri estaba en Murcia en cuidados paliativos y quería volver a su país, a Ecuador. Vino con su madre para recibir un tratamiento pero no funcionó y estaba en Cuidados Paliativos. Por su estado de salud no podía volar ni volver. Nos pidieron ayuda y al final lo trasladamos con una ambulancia a Madrid para coger un avión a Ecuador. En el vuelo le acompañamos otro compañero, José Manuel, y yo porque si no no lo dejaban volar. Íbamos con medicación y oxígenos. Nos autorizaron a llevarlo a su casa para estar con su padre y sus hermanos en Navidad y después falleció. Hay algunos deseos dulces en los que el paciente no va a fallecer pronto pero este ha sido quizás el más duro y emotivo por muchas de las connotaciones.

—¿Ha habido algún deseo que no se ha podido cumplir?
—Sí claro. Nuestros pacientes son frágiles, están muy cercanos al final de la vida y el deseo tiene una fecha concreta, porque es un evento familiar o un concierto y, a lo mejor, el paciente ha fallecido antes. Desgraciadamente, a veces no disponemos de recursos suficientes o se dependen de otras instituciones y/o empresas; como el caso de Fabri hemos tenidos otros y no nos han autorizado volar con ese paciente por su estado porque su estado era muy grave.

—Pero el deseo de Fabri se cumplió.
—Sí, era un sueño, era una situación muy dramática. Queríamos que estuviera en Ecuador con su familia. No se si fue el espíritu del Navidad, pero colaboraron tanto las empresas como las asociaciones para llegar hasta Guayaquil. La suerte que tuvimos es que la fundación se ha expandido a muchos países, entre ellos Ecuador, y una ambulancia nos estaba esperando para hacer la última parte. Fueron unas 25 o 30 personas coordinadas para que este niño pasara en su casa sus últimos días. También hemos tenido deseos dulces, como el de Ana una paciente ingresada desde hace años que no está al final de la vida y que nunca había visto el mar. Su enfermero contactó con nosotros y llamamos a los compañeros de playa, le pusieron una silla anfibia para que se bañara, y comió en un chiringuito, como haríamos con nuestra abuela. Nuestro hastag es energía solidaria y cuando contamos las historias nos ayudan. Cada uno va a aportando cosas y cuando la gente, que generalmente es buena, oye la historia quiere colaborar.

—La iniciativa del último deseo la llevan a cabo voluntarios en los que se viven situaciones duras.
—Sí, yo siempre digo que no hay que pensar los que nos va a suponer el deseo a nosotros, sino a la persona que lo recibe. Cuando la gente ve que un grupo de voluntarios quiere ayudar le das una gran alegría.

—¿Cómo ha contribuido a su trabajo esta iniciativa?
—Antes siempre quería estar en las ambulancias del 061 pero ahora me planteo irme un tiempo a trabajar a cuidados paliativos, a domicilios. El proyecto de humanización Hurge nos hizo reflexionar que en Urgencias se nos olvida a veces, por la velocidad con la que vamos, la parte más humana: que detrás hay una familia, un paciente, gente que sufre. Nuestro trabajo conlleva una cierta velocidad pero hay que mirar un poco más allá y ver que hay un paciente, una familia y que hay que hacer una atención holística; que no se tenga en cuenta sólo la parte técnica y farmacológica sino también las otras esferas, la social y la psicológica, en la atención al paciente y la familia.

—La teoría está muy bien pero cómo lo hacen cuando tienen mucha presión asistencial, con camas en los pasillos de Urgencias.
—Tenemos claro que hay que tener unas condiciones mínimas para hacer bien el trabajo y los profesionales quieren trabajar mejor, tener tiempo para atender a sus pacientes y no tener a nadie en los pasillos, porque es una perdida de humanidad importante. Invitamos también a los responsables políticos porque ellos tienen una responsabilidad. Abrir un pasillo ha de ser la última opción, hay que prevenir mejor, para tener un espacio digno y que un profesional no puede tener a 50 pacientes a su cargo.

—Su charla en el congreso versará sobre la humanización de las urgencias ¿Cómo se puede hacer?
—Hay muchos ámbitos. El primero es con las relaciones y la comunicación. Siempre decimos que no hay una segunda oportunidad para una primera impresión. Los sanitarios tenemos que entender que un paciente que viene a Urgencias está en un momento delicado y que, además de un dolor, siente miedo y la comunicación es importante. También diseñar los servicios para que los pacientes puedan estar acompañados. Hay comunidades como Madrid en las que, por ley, hay un familiar en la puerta de Urgencias acompañando al paciente y eso supone una reestructuración porque hay muchos sitios en los que no cabe el familiar por su diseño. Hacer una atención sanitaria centrada en el paciente. Hay que preocuparnos del familiar, que es el gran olvidado, que lleva tres o cuatro horas esperando porque al paciente le están haciendo pruebas. La información y la comunicación son los grandes recursos que tendríamos para humanizar. En los profesionales sanitarios vertemos casi toda la responsabilidad pero a la gente en general le gusta su trabajo, que se le forme y en su turno hacer un trabajo de calidad con el tiempo suficiente.