María y Miquel hacen sonar una caracola. | Arguiñe Escandón

No eran ni las siete de la mañana y los catifaires de la Federación Catalana d’Entitats Catifaires ya habían empezado a preparar una alfombra de pétalos de flores diseñada especialmente para el Feim Barri Feim Patrimoni, organizado ayer en Vara de Rey por la concejalía de Participación Ciudadana.

Sobre el suelo se iba conformando una imagen de Dalt Vila dentro de la silueta de la isla de Eivissa con un busto de la diosa cartaginesa Tánit. Una alfombra diferente a las habituales, rectangulares y con los bordes marcados. A esta le rodeaba el mar que tendía al infinito.
Para hacerla utilizaron cortezas de pino, piedras, pétalos de claveles y hojas. ¿Y si viene una ráfaga de viento? «Para eso usamos agua con cola que se va rociando con un espray», explicaba Joana.

Maria, Miquel y Gorka estaban sentados en un pequeño puestecito con cuatro caracolas sobre la mesa. Los tres adolescentes de la Colla de Sa Bodega enseñaban, a quién se acercara a interesarse, cómo hacerlas sonar. «Tienes que hacer así, como una pedorreta» gesticulaba con los morros María.

Sobre el escenario al mismo tiempo Antoni Marí daba un curso avanzado de los usos que se daban a las caracolas en Ibiza. El más común era el que le daban los pescadores, que lo hacían sonar con tonos ascendentes para avisar de su llegada con pescado fresco. Pero también los sacaban los payeses para protestar en las calles. Las protestas se llamaban cencerrades. Se hacían cuando un viudo o una viuda se casaban antes de lo que la gente consideraba normal. El duelo era largo en aquella época. Los vecinos salían a la calle a protestar ante semejante barbaridad. Casarse con el difunto todavía tibio, como aquel que dice.

Pero la jornada de ayer no era solo para celebrar el patrimonio cultural. El patrimonio natural también tenía su espacio. En las carpas de talleres niños y niñas se agolpaban en las mesas para hacer lagartijas, dibujar flamencos o pescar plásticos en piscinas de plático. Objetivo: concienciar.

Algo que también hacía Jaume Torres de un modo más llamativo. Vestido de tritón, el responsable del centro de buceo y deportes náuticos Anfibios, explicaba porque había que proteger la posidonia o la fauna marina. Les contaban a los niños, fascinados ante la puesta en escena, que la arena de la playa estaba hecha de rocas y de los restos de moluscos y corales. Que estos moluscos necesitaban la posidonia para vivir y cuando morían pasaban a formar parte de las playas. Una niña salía corriendo hacia su padre que se mantenía a una distancia prudencial: «Papá, ven, ¿tú sabes de qué esta hecha la arena?».