Raquel Zafra Iniesta.

Raquel conserva un recuerdo inolvidable de su paso por la Universidad de Cádiz. «Se me hizo la carrera muy corta», confiesa. Temía que los tres años de carrera se le hicieran cuesta arriba pero nada más lejos de la realidad. «Fue muy divertido y los gaditanos son muy buena gente».

¿Por qué decidió estudiar Fisioterapia?
—Quería hacer Medicina, pero éramos cuatro hermanos y mi padre quería que todos estudiáramos. Había un sueldo en casa. En Bachillerato vinieron a darnos una charla sobre las carreras. Tenia muy claro que quería ser forense y pregunté por Medicina, me dijeron que eran seis años de carrera, luego el MIR y elegir especialidad. Empecé a echar números y decidí empezar por una carrera más corta para luego empezar a trabajar y engancharme a Medicina. Me decanté por Fisioterapia porque me gustaba la recuperación de lesiones, te podías instalar por tu cuenta, no tenías que estar en un hospital jerarquizado si no querías, tenías más opciones laborales y podía convalidar asignaturas para Medicina. Pero terminó la carrera y a los diez días de acabar me llamaron para trabajar en Linares. Pensé que mientras me sale un trabajo por Cádiz o por otra ciudad con Medicina iba ahorrando pero empecé a trabajar, a ganar dinero y tener un poco de calidad de vida. A Cádiz no tuve oportunidad de volver porque no me salió trabajo por allí.

¿Cómo decidió venir a Ibiza?
—Mi hermana Ana, que acababa de terminar la carrera de Psicología, se enamoró en Granada de un catalán afincado en Ibiza. Ella estaba en Ibiza y yo estaba en Linares, pero sabía que no me iba a quedar allí. Ella me aconsejó que me viniera a Ibiza, que se necesitaban muchos fisios, estuve en verano y en enero del año siguiente dejé la clínica de Linares, me vine y probé suerte. Enseguida empecé a trabajar y no paré.

¿Empezó a trabajar en Can Misses?
—No, en la Conselleria d’Educació como fisioterapeuta itinerante trabajando con niños discapacitados. Allí estuve tres años y me fui al Patronato de Salud Mental para trabajar con discapacitados y desde 2006 en Can Misses.

¿Estudiaría ahora Medicina?
—No. Me gusta la fisioterapia, me encanta, tiene mucho campo. Estudié esta carrera porque me gustaba, aunque le digo una cosa desde que era pequeña sabía que iba a trabajar en un hospital.

¿Tiene antecedentes familiares en el mundo de la sanidad?
—No, mi abuelo era practicante de pueblo, iba pinchando por las casas, pero no tenía estudios. Flipaba cuando iba a su casa y veía cómo esterilizaba con alcohol las jeringuillas de cristal. Recuerdo cuando era pequeña e iba con mi madre de visita a un hospital por un parto y veía el personal con las batas blancas.

¿Cómo recuerda su primer día de trabajo?
—Con mucho miedo porque trabajas con personas con problemas de salud. Temía hacer algo malo, luego te vas soltando, coges confianza y dos semanas después ya llevaba la clínica.

¿Le pide consejos la gente cuando dice que se dedica a la fisioterapia?
—Me da mucha rabia cuando gente que no me conoce y se entera a lo que me dedico me dice «Anda, a ver cuando me haces un masajito». Hay gente que piensa que los fisioterapeutas sólo damos masajes. Cuando estas con amigos te piden consejos, pero no me molesta y es que es lo normal.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia laboral?
—Tengo muchas. Siempre hay pacientes que te llegan más que otros. No somos profesionales que vemos sólo una vez al paciente. Algunos vienen seis meses a diario y están contigo a diario. Inevitablemente creas un vínculo y al final acabas siendo un psicólogo y su amigo. Hay pacientes con los que generas amistad y quedas después. Tengo amigas que han sido mis pacientes. Una persona que viene con miedo, va dolorida, que te ve cada día y mientras le haces el tratamiento te va contando sus cosas, sus inseguridades, sus miedos, te piden consejo y al final creas un vínculo con esa persona.

Pero para eso también hay que ser receptiva.
—Sí, por supuesto. La empatía en nuestro trabajo es fundamental. Tengo muchos pacientes especiales y que te generan mucha satisfacción. Los has visto ingresados en UCI. Recuerdo a un paciente, Bernardo, que estuvo muy mal, estuvo siete meses ingresado en la UCI. Subía a verlo y me decían que me fuera porque estaba muy mal, que de esa noche no pasaba pero a los dos días me llamaban porque se recuperó. Al final salió, fue a Rehabilitación y me fui a comer un bullit con él porque estaba muy agradecido. Me encanta ver la mirada de ilusión de un paciente que lleva tres o cuatro meses encamado, les dices que le vas a poner de pie, te miran como diciendo que estas flipada y de repente de estar tumbado te pones de pie.

¿Y el peor momento?
—Cuando se va alguno. Admiro a la gente que sabe no llevarse las cosas a casa porque yo sí. Cuando estas tres o cuatro meses trabajando con un paciente, sabes mucho de él, conoces a su familia y llega un día que te dicen que se ha ido, porque eso nos pasan con pacientes oncológicos o de UCI. Esto lo llevo mal.

¿Cómo se enfrenta a ello?
—Por suerte no me enfrento con esto a diario, no estoy en Urgencias ni en el 061. Me pasa una vez al año y no me desgasta tanto. ¿Cómo no te va a afectar si un día no viene un paciente con el que llevas tres meses trabajando, miras en el ordenador y pone exitus?

Cuénteme alguna anécdota de su trabajo.
—Me acuerdo de una señora, Marieta, con una fractura de cadera y era diabética. Cuando la movíamos decía te voy a matar y un día me propinó una patada porque decía que la tenía cansada. Empezamos a reirnos. Nunca nos han hecho daño a propósito. Los abuelillos son muy graciosos.

¿Volvería a trabajar en Educació o en el Patronato de Salud Mental?
—No volvería a Educació porque no me gusta la manera de trabajar, no tienes tiempo de tratar al paciente. No puedes tratar a un paciente discapacitado quince minutos y luego irte corriendo a otro colegio. No me gustó nada. Es verdad que me gusta trabajar con discapacitados, porque es gente que está muy mal pero a pesar de su discapacidad aprende a ser feliz. Con todo lo que tenemos nosotros y nunca estamos contentos. Como fisioterapeuta es un trabajo que no tienes la posibilidad de seguir creciendo, porque no van a progresar y procuras que no empeore. Eso no me llena tanto como profesional y me quedo en el hospital.

¿Se ha planteado marcharse de Ibiza?
—Sí, me iría mañana. No me gusta cómo se está poniendo la isla. No he terminando nunca de adaptarme.

Pero lleva veinte años.
—Sí, pero me sigue asfixiando. Sigo sintiendo la isla muy pequeña, con poca posibilidad de hacer cosas. Si quieres hacer cursos te tienes que ir fuera. Todo es muy caro. Me iría a Andalucia pero mi marido es de aquí y dice que no se mueve. Me iría mañana. No quiere decir que esté mal pero la isla no era como hace veinte años cuando vine. Ha cambiado y no es precisamente a mejor.

Se van a enfadar sus pacientes si se enteran que se quiere ir.
—Lo saben, eso ya se lo digo yo todos los días (risas).