Javier Sánchez Gómez.

Su carrera profesional se ha desarrollado prácticamente en las islas. Primero fue Son Dureta, después Canarias y finalmente Ibiza. Javier Sánchez, a las puertas de su jubilación, relata su trayectoria profesional en seis hospitales. En Can Misses, el último, ha estado casi 30 años.

¿Cómo recuerda sus inicios?
—Recuerdo perfectamente el primer día que entré a trabajar en Son Dureta con las maletas, no tenía dónde vivir. Me presenté al MIR FIR de Análisis Clínicos, saqué la plaza en Palma y me dieron una semana para presentarme. Daba saltos de alegría. Palma era Mónaco en aquellos tiempos y, encima, sol. En el año 77, Palma era un paraíso para un madrileño, podías ir poco porque los vuelos eran caros. Vino mi padre, era piloto, había volado mucho a la isla y me acompañó para recordar viejos tiempos. En Son Dureta empecé a rotar por los diferentes servicios y me enamoré de Microbiología. Volví a presentarme al MIR FIR y me fui a Valencia, donde hice la especialidad de Microbiología.

¿Qué paso después?
—Al acabar la especialidad me contrataron en la Policlínica Miramar, allí estuve un año y, además de microbiología clínica, tenía que hacer alimentaria. El centro tenía un contrato con grupos hoteleros y yo era el defensor de las cadenas frente a Sanidad. Estuve un año. De allí me fui a las Palmas de Gran Canaria porque necesitaban un especialista y preferí marcharme a la pública. Hice mi carrera para trabajar en la pública. Estuve siete años y ahora le voy a contar cómo se decide una vida. En diciembre de 1989 fui a un curso de documentación en Madrid y nos enseñaron Internet. Allí coincidí con el microbiólogo que estaba en Ibiza, que conocía por haber hecho exámenes juntos. Me contó que se iba a una plaza de León y le pregunté quién se iba a Ibiza, no quería ir nadie y le pedí que bloqueara la plaza, la mía la tenía en propiedad en Canarias, que me encantaba. Me vine en comisión de servicio. Estaba enamorado de Balears desde que fui por primera vez a Mallorca. Llegué en abril de 1990 a Can Misses. Cuando llegué sabía que me iba a quedar.

¿Por qué, si tanto le gustaba Canarias?
—Porque es el paraíso. Canarias es el segundo paraíso. Siempre digo que Canarias es un plato de callos y Balears es fresas con nata. En Canarias todo es muy bestia: el mar, la calima, el paisaje... Y Balears es la belleza, la tranquilidad, la calma.

Y ahora se jubila, le están preparando una fiesta a finales de mes. Eso quiere decir que le aprecian.
—Me imagino. Dependiendo de la gente que venga me sentiré muy orgulloso. Si van ocho personas me dará un bajón pero si vienen ochenta o un centenar estaré encantando, porque eso quiere decir que algo he hecho bien y lo diré en la fiesta, si tengo que hablar, que son la prueba de que algo he hecho bien porque nunca he sido simpático.

No me lo creo que no sea simpático.
—Sí, sí. Me jubilo ahora y me lo tomo como un cambio en mi vida. He trabajado en seis hospitales distintos y ahora me lo tomo como otro cambio de vida. Tenía que haberme jubilado hace tres años y he pedido dos prórrogas porque me sigue gustando mi trabajo de buscar bichos, somos como un cazador profesional. Me encanta y con el tiempo he visto que el mundo microbiano tiene una influencia decisiva en nuestras vidas. Los dueños de los productos de limpieza que utilizamos para ducharnos, fregar los platos y lavar la ropa se han hecho ricos por los bichos. Últimamente dicen, incluso, que hasta los bichos en el intestino influyen en nuestro carácter. He ido descubriendo eso y a veces me he sentido como dios; no piense que tomo drogas en el laboratorio. Para la bacteria del intestino, el universo será la célula en la que vive y a lo mejor a nosotros nos pasa lo mismo.

¿Qué va a hacer ahora sin sus bichos?
—Voy a dedicarme a mi gran pasión, que es mi mujer. Llevo 17 años con ella y nos casamos hace tres. Vivimos cada uno en nuestra casa.

Así no hay manera de pelearse.
—Así vamos a durar treinta años. Me gusta incluso llevar el anillo. También me voy a dedicar a viajar y a disfrutar de los juguetes que tengo, un velero. Sali 90 días un año y fue un récord nacional. Navego bastante. También haré viajes en moto y en un coche de dos plazas que me compré hace poco.

¿No echará de menos su trabajo en el laboratorio?
—Podía pedir dos prórrogas más pero el último año me he cansado. Me sigue encantando buscar los bichos, pero la mitad de mi trabajo es de gestión. Una de mis frustraciones es que me jubilo y queda pendiente ampliar el laboratorio para hacer técnicas nuevas, que no me lo han hecho. Esa obra estaba diseñada pero me lo dieron sin acabar y no ha finalizado. De tal manera que el diagnóstico de tuberculosis lo tenemos que mandar a Palma. Parece ser que esta Dirección va a llevar adelante el proyecto y va a ser la siguiente obra que se haga, pero esa es una de mis frustraciones profesionales.

¿No echa en falta el trato con el paciente? Porque su vida profesional ha sido en un laboratorio.
—Trato con el médico que lleva el paciente y en muy pocas ocasiones con el paciente. Esta especialidad tiene un componente clínico muy alto. Nosotros, por ejemplo, controlamos los tratamientos de antibióticos.

¿Cuál ha sido su mejor momento profesional?
—He tenido muchos. Me gustan los retos. Cuando trabajaba en Palma y había una intoxicación alimentaria en un hotel, me mandaban 80 cultivos y me quedaba todo el día trabajando, pero cuando salía por la noche me sentía capaz de todo después de haber resuelto el trabajo. En Can Misses también me pasó. Recuerdo que por un error de los reactivos tuvimos que repetir las pruebas de VIH de los tres últimos meses en un día. La Dirección me dijo que era el más rápido de España y eso es lo que me pone.

¿El peor momento’?
—Trabajando en Canarias tuvimos un conflicto los microbiólogos con la jefa de Análisis Clínicos, que quiso tomar el control de nosotros y me expedientó. Estuve seis meses yendo a trabajar enfadado y eso es muy duro, es una causa de estrés muy potente.

¿Cuál ha sido el peor bicho que se ha encontrado?
—La tuberculosis, que no está erradicada. Hay 40 casos por cada 100.000 habitantes. Tiene el problema de que el tratamiento es muy largo y hay que hacerlo porque si no, se hace resistente. También la epidemia de VIH, que cuando salió estaba en Toronto y había una mortalidad del 95 %, era devastador. Ahora ha cambiado y es una enfermedad crónica de tal manera que los jóvenes han perdido el respeto y estamos viendo un repunte de enfermedades de transmisión sexual muy alto, tenemos dos sífilis a la semana y también gonococos.

Contaba antes que su padre era piloto. ¿Por qué decidió estudiar Farmacia?
—Por un amigo de mi padre que lo era. No sabía qué hacer. A mí me hubiera gustado ser disyóquey o algo así. En aquellos tiempos en las familias de los pilotos se intentaba que el hijo mayor fuera a la universidad. Mi hermano es piloto, pero a mí no me llamaba mucho la atención ese mundo. Hice esta carrera por el amigo de mi padre, que me convenció. Me dijo que era muy bonita y tenía razón.

¿Nunca se ha visto tentado a dedicarse a otra cosa?
—Yo hubiese querido ser un montón de cosas, pero con el trabajo que he hecho he estado absolutamente satisfecho y he sido feliz.