La enfermera Ana López García. | DANIEL ESPINOSA

Ana López entiende su profesión desde el ámbito comunitario. Toda su carrera profesional en Ibiza se ha desarrollado en el centro de salud de Sant Antoni, un destino marcado por las oposiciones aprobadas en Madrid. Las otras alternativas eran Melilla y Las Hurdes, en Extremadura.

¿Cómo fue venir a Ibiza?
—Al año de terminar la carrera se convocó un concurso oposición, como el que ha habido ahora, me lo preparé muy bien y aprobé. No es que yo eligiera a Ibiza sino que la isla me eligió a mí.

¿Y eso?
—Había 500 plazas para 30.000 aspirantes, era antes de las transferencias. Cuando fui a Madrid, a la calle Alcalá, a elegir plaza en aquel salón de actos maravilloso, quedaba Ibiza, Las Hurdes en Cáceres y Melilla, por eso digo que me eligió a mí.

¿Recuerda cuándo llegó a Ibiza?
—Llegué el 6 de junio de 1996. La verdad es que fue genial. Cuando estaba en Asturias trabajaba en Cangas de Narcea haciendo contratos de sustituciones, era una zona minera y aislada. Vivía en Avilés y trabajaba en Cangas, no llegaba a encajar en ninguno de los dos sitios. Cuando llegué a Ibiza pensé que tenía que ser mi lugar en el mundo por una temporada. Dicen que la isla te atrapa o te expulsa, pero a mí me atrapó, me enamoré de la isla, de la profesión y de un isleño. Son tres amores los que me mantienen aquí muy contenta. Yo digo que soy ibicenca pero nací en otro sitio, en Avilés, porque realmente he vivido aquí más tiempo.

¿Cómo fueron los inicios en la profesión?
—Me vino grande. Tenía 21 años recién cumplidos y me vi con una responsabilidad tremenda. Era un verano en Asturias, con contratos de sustitución. Lo veía con una gran responsabilidad, que no estaba preparada. Era muy joven y me faltaba rodaje en la vida, me vino grande. Hasta ese momento había vivido muy arropada en casa de mi madre y de pronto llegas al mundo de los adultos en los que los errores pueden tener consecuencias graves en la salud de las personas. Eso me generaba mucha angustia, no estar a la altura de las circunstancias.

Y, además, aprueba unas oposiciones y se viene a Ibiza.
—En ese momento, como habían pasado ya dos años, estaba un pelín más tranquila.

¿Cómo fue el primer contacto con un paciente?
—Fue en las prácticas. Empezamos el curso en septiembre y en enero eran las prácticas. En realidad yo no había visto nunca a una persona enferma, no había tenido contacto con la enfermedad. De repente llegué a una planta de Cirugía, era un hospital grande de Oviedo, y casi todos eran operados de cáncer de colon. Aquello fue como una bofetada de la realidad. Recuerdo entrar en la habitación, con la enfermera, la primera cura que vi, salí al pasillo y me senté en el suelo para no caerme. Pensé que no valía para esto.

¿Por qué decidió estudiar Enfermería?
—Es un motivo muy poco romántico. En los años 90 en Asturias había una fuerte crisis económica. Todo estaba cerrando y tenía que estudiar algo que tuviera salida laboral. Las enfermeras acababan su carrera y se ponían a trabajar. El motivo fue práctico y económico. Mi padre murió cuando yo tenía ocho años y mi hermano, cinco. Nos crió mi madre sola. De la enfermería me enamoré después.

¿Cuál ha sido su mejor experiencia laboral?
—Cada día, el contacto con los pacientes. Lo que más me gusta es el trabajo de enfermería comunitaria. Actividades como la II Jornada Vivir sin Tabaco me llenan mucho en lo profesional y en lo personal.

¿Y la peor?
—Trabajas e intentas hacer las cosas lo mejor que sabes pero a veces los resultados no son los esperados porque no sólo depende de nosotros.

¿Qué es lo que menos le gusta de su trabajo?
—La rigidez del día a día. No poder dedicar todo el tiempo que quieres a determinadas cosas porque trabajamos con agendas un poco encorsetadas.

¿Cómo recuerda sus comienzos en Ibiza?
—Fenomenal, fue como una luna de miel en todos los sentidos. Con mucha ilusión. Vinimos cinco profesionales del mismo proceso de oposiciones y todas con ganas. Es un recuerdo muy dulce.

¿Puede contarme alguna anécdota de su trabajo?
—Cuando llegué a Ibiza había mucha gente que vivía en el campo y no hablaban castellano. Me apunté a clases de catalán y hacía prácticas en la consulta. Un día, un señor me dice que tenía un acento muy raro y me preguntó de dónde era; le contesté que de Asturias. El señor me miró y me dijo: ‘No sabía que se hablaba ibicenco por allá arriba’.

¿Nunca se ha visto tentada a volver a Asturias?
—No me lo he planteado, ni siquiera como algo hipotético.

¿Qué prefiere: una fabada o un bullit de peix?
—Voy a hacer un poco de patria: la fabada, que me sale muy rica. El bullit de peix no lo sé cocinar.

¿Ha pensado en dedicarse a otra cosa en alguna ocasión?
—En la adolescencia cuando me preguntaban lo que quería ser decía que periodista. Quería contar las historias de la gente, pero la vida me ha traído al otro lado, hago entrevistas clínicas, escucho historias, pero no puedo contarlas. Es un secreto profesional.