La colla de Labritja contó ayer con una ‘balladora’ de excepción, una giganta de cuatro metros de altura con ruedas para poder desplazarse. | MARCELO SASTRE

Misa solemne, procesión, ball pagès y bunyols. El esquema de siempre y sin embargo la gran cantidad de personas que llenó ayer la iglesia de Sant Joan de Labritja para celebrar las fiestas de su patrón, fue la protagonista de multitud de pequeñas historias que lo hacían todo nuevo. Una jornada plácida con el cielo encapotado pero que no dejó caer ni una gota.

La colla de Sant Joan de Labritja dio inicio a la celebración con su sonada. Con ella caminaba el pequeño Toni Serra, que se estrenó como ballador el pasado mes de marzo pero ayer actuó por primera vez en las fiestas de su pueblo. El pasillo estaba adornado con flores y cañas de la zona. En la celebración estuvieron presentes todos los nuevos alcaldes de la isla.

Tras el son de la flaüta y las castanyoles cantó el coro de la parroquia, dirigido como ya es habitual por el parroco de Sant Joan, Vicent Tur Palau. Al órgano estaba Toni Estarelles y al violín Laura Boned, que acompañaban a los miembros del coro en el canto ‘Vell Pelegrí’, dirigidos con énfasis por Tur. Estarelles cambió ayer de lugar y pasó a tocar en la zona del coro el nuevo órgano, marca Hammond, que donó en fechas recientes un extranjero que dejaba la isla.

Casi tres siglos de historia
En la homilía, el obispo de Ibiza y Formentera, Vicente Juan Segura, quiso recordar la historia de la iglesia. Los vecinos de la zona le pidieron al obispo de Tarragona, Manuel de Samaniego, permiso para construir una iglesia allá por el año 1726. El núcleo urbana empezaba a crecer y desplazarse a Sant Miquel o a Santa Eulària para oír misa suponía un largo viaje. De modo que las obras se autorizaron y concluyeron en 1732. El obispo Manuel Abad y Lasierra declararía más adelante a Sant Joan como parroquia.

Al concluir la eucaristía, no quiso desaprovechar la ocasión el párroco de Sant Joan para presentar a los nuevos obreros de la parroquia. El anterior equipo concluyó sus cuatro años de servicio en la festividad del Corpus Cristi. Vicent Tur quiso animar a aquellos que realizan esta labor, “un modo de sentir la parroquia como propia”, conocer como está y colaborar en su funcionamiento en beneficio de toda la comunidad.

El Himno de Sant Joan que compuso Tur hace ya cuatro años cerró la celebración.

A la salida de la iglesia los vecinos se saludaban. Era día de reencuentros. De preguntar por las familias, de recordar viejos tiempos. Esperaban a que saliera la procesión Andrés y Brigitte. Él sevillano, ella francesa. Este año cumplen su 40 aniversario en la isla. Se conocieron en 1979. Una de esas historias de la época, de las que Andrés dice que hay muchas en Ibiza. Brigitte estaba en la isla de vacaciones, aquel año conoció a Andrés. Cuando tocaba volver a su país decidió quedarse. Hoy viven en Sant Joan, justo al lado de la iglesia. «Es el patio de nuestra casa» decía sonriendo Andrés. ¿Qué les ha llevado a vivir en Sant Joan todos estos años? «Sobre todo la tranquilidad», explica Brigitte, «la zona norte de la isla es muy tranquila y nos sentimos muy seguros aquí».

El baile de la giganta
Llegaba la procesión de dar la vuelta al pueblo. La última en llegar fue una payesa gigante de más de 4 metros de altura. Varios vecinos la rodearon y charlaban sobre ella. El año pasado era más pesada y más bajita. Para este, Joan Guasch ‘Botigues’ le ha modificado la carcasa interior y le ha puesto ruedas. Ahora es más fácil transportarla a pesar de que es más grande. Algunas mujeres comentaban lo bien hecha que está, con su delantal de payesa y los colores de las telas al estilo tradicional.

La colla de Labritja hizo espacio para bailar entre la multitud. Muchos niños observaban desde lo alto. Alguno debía conocer a Toni Serra en su primera ballada por las fiestas del patrón. En los últimos bailes la payesa gigante también salió a bailar. A pesar de su tamaño seguía los pasos y los giros tradicionales.

Entre los espectadores repartían buñuelos ligeros como nubes, vino y refrescos. El cielo cubierto protegió de las inclemencias del sol de verano sin derramar ni una gota y cada cual se fue al restaurante o a casa a seguir celebrando la fiesta de cada año, pero siempre nueva, con pequeñas historias que hacen que la plaza de la iglesia siempre se llene.