De izquierda a derecha, Adriana de 3 años, Carlota, de 6 en el centro, y el benjamín de la casa, Lluc, de tan solo un año y medio. | DANIEL ESPINOSA

El verano está dando sus últimos coletazos. De la mano de septiembre llega la irremediable vuelta a la rutina.

Los horarios marcados, las clases, las actividades extraescolares, los deberes... Para disgusto de los más pequeños, los días estivales se han ido y empiezan los temidos ‘madrugones’. En esta misma situación se encontraron ayer Adriana, Carlota y Lluc, los hijos de una familia numerosa de Ibiza que empezaron las clases. Cada uno iniciaba un ciclo: Carlota, de 6 años, empezó primer ciclo de Primaria; Adriana, de 3 añitos, vivió ayer su primer día de Preescolar, y el más pequeño, Lluc, de tan solo un añito y medio, la guardería. Sin duda, era un día muy emocionante para toda la familia.

Mucho sueño
07.00 horas de ayer miércoles 11 de septiembre. A esa hora sonó el primer despertador en la casa de los Ferrer Bonet. Había mucho que hacer antes de iniciar la primera ruta del año hacia el colegio.

A las 07.30 se despertó Carlota, la más mayor y, rápidamente, se arregló y desayunó para «su primer día de cole de mayores». A pesar de que dijo que no estaba «nada nerviosa», reconoció que se moría de ganas de ver a sus amigos y a sus nuevos profesores.

Mientras ella terminaba de arreglarse, tocaba que la mediana abriera los ojos. Adriana no se despertó de tan buen humor como su hermana. Ainhoa, la madre, explicó que «por los nervios» la noche antes de la vuelta al cole «dieron mucha guerra», por lo que «lo más normal es que ahora se le peguen las sábanas», mientras le preparaba un buen tazón de leche con chocolate.

La pelea por que se den prisa empieza y, a la vez, se oye un llanto de fondo. El benjamín de la familia ya está al pie del cañón y también tiene que arreglarse.

Carlota se puso para el primer día lectivo su mejor vestido y se lavó los dientes con su cepillo rosa mientras relataba, emocionada, que su «actividad preferida es la de dibujar» y reconoció que, aunque las mates no le gustan mucho, sabe «que dos y dos son cuatro y dos, ya son seis».

Llegó la hora de hacer las mochilas. Mientras papá preparaba a Lluc y le daba el biberón, mamá se quedaba con las niñas para preparar los almuerzos.

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Adriana se bebió su leche y Carlota repartió las fiambreras. Para ella la del unicornio y la de Minnie Mouse para su hermana. Agua, comida y alguna muda de ropa, «por si alguien se mancha», en bolsas que hicieron las propias niñas con su nombre cosido. El reloj empieza a apretar y la mediana no quiere peinarse, así que su padre interviene, «venga niñas, rápido, que no podemos llegar tarde el primer día».

Primer día de clases

Un poco más tarde de lo que estaba previsto, la familia consigue salir de casa. Hay dos paradas: primero, en Vila, a dejar a Lluc en su guardería, Corrillos; después, vuelta a Puig d’en Valls, al CEIP s’Olivera, para acompañar a las dos hermanas que «ya van por fin al cole de los mayores».

Una vez en el colegio, se respiraba un ambiente de nervios y de ilusión.
Los pasillos estaban repletos de mochilas acarreadas por niños, acarreados a su vez por sus padres, dirección a sus aulas.

Las niñas esperaban junto a un remolino de futuros compañeros. «¿Esta es nuestra clase?», preguntaba impaciente Darío, un amigo de Adriana que no parecía tener ningun ápice de tristeza por empezar las clases. No lloraba. Estaba, incluso, mucho más tranquilo que sus maestras, que andaban de acá para allá ultimando los preparativos.

A pesar de haberse separado ya de su sombra, Carlota, quien ya ha quedado en manos de su tutora, Adriana tampoco parece muy afectada por el inicio del curso. Rápidamente se sienta en una mesa con la que será su maestra este año, Arantxa, que le pone una pegatina con su nombre «para que todos puedan conocerla».

De fondo, se oyen conversaciones entre los progenitores en los pasillos, todas evocando al miedo y a las dudas de los primeros días en un centro escolar. «¿Se acostumbrarán rápido al cambio de hábitos?», «¿Cómo puedo apuntar a mi hija al comedor?», fueron algunas de las preguntas más escuchadas ayer. Los adultos, incluso, parecían más nerviosos que los pequeños.

Eva, una futura amiga, se sienta tímidamente al lado de Adriana y ambas pintan con plastidecores de color rojo bajo la atenta mirada de sus madres. Al fin y al cabo, la vuelta a la rutina, no pinta tan mal como esperábamos.