La autora de la biografía, María del Mar Arnús en una fotografía de archivo.

La conocida historiadora y crítica de arte María del Mar Arnús presenta hoy a las 12.00 horas en la Casa Broner, en Sa Penya, junto a Erwin Bechtold y Paco Sert el libro Ser(t) Arquitecto. Se trata de una biografía íntima y fascinante sobre este arquitecto, considerado uno de los más importantes que ha dado Barcelona al mundo, que permite al lector descubrir su figura, su obra, su evolución de hijo de conde a hombre comprometido socialmente y, gracias a su relación íntima con Ibiza, cómo era aquella isla a la que amó tanto para dejar legados arquitectónicos inolvidables como Cap Pep Simó y descansar definitivamente, en la iglesia de Jesús.

—¿Por qué Josep Lluis Sert, siendo uno de los grandes nombres de la arquitectura del siglo XX, no ha tenido una biografía hasta ahora?
—Creo que Josep Lluis Sert hasta el momento ha sido un arquitecto muy interesante para los arquitectos y los historiadores de arquitectura y por ello existe bibliografía en este sentido. Sin embargo, él era una persona muy discreta y reservada a la hora de hablar de su vida. Él no estaba interesado en publicitar tanto su vida como su obra.

—Ha dedicado varios años a su estudio, ¿por qué este empeño en Josep Lluis Sert?
—Me pareció inaplazable el recuperar una figura ejemplar en la esfera de la creación, en el ejercicio de su disciplina, y en el compromiso por la libertad. Un familiar del que yo sabía de sus méritos y fracasos. Con quien había compartido unas tertulias muy edificantes y divertidas, y del que conocía gran parte de su obra.

—Entonces, ¿ha influido que sea familia política de él?
—Sí claro. Yo actuaba con ventaja ya que podía explicar desde la proximidad, su procedencia, su entorno familiar, sus años de formación, sus amistades artísticas, su participación en las vanguardias históricas, sus afinidades electivas y selectivas, sus implicaciones políticas o la relación que tuvo con su amigo del alma, el gran Joan Miró. Mi intención cuando empecé a escribir la obra era la de acercarme al Sert vital, al Sert artista y al Sert total y así poder comprender esa triple alianza sobre la que se asienta su obra, esos tres fundamentos que son la arquitectura, el urbanismo y el arte.

—Josep Lluis Sert era de familia noble, quedó huérfano con 17 años y en su obra usted dice que sus maestros fueron el suizo Le Corvussier y los pageses de Ibiza. ¿Cómo cuadra eso?
—Le Corbusier fue su maestro y amigo, un genio, pero Sert nunca trató de emularle. Y la lección de Ibiza es la base de los conceptos que sustentan los cimientos de su arquitectura a lo largo de toda su trayectoria y del El Grupo de Arquitectos y Técnicos Catalanes para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea (GATCPAC): «El anonimato, la fluidez, la levedad, la serialización, lo pobre…». Por tanto Ibiza siempre fue el leitmotif de su vida. Es la isla descubierta, el paisaje más intacto encontrado jamás que diría el escritor Walter Benjamin... su isla venerada, su fuente de inspiración y un referente conceptual en gran parte de su obra. Para Sert Ibiza siempre fue el reposo del guerrero.

—¿Cómo fue la Ibiza que se encontró Sert?
—Sert encontró una Ibiza fuerte y luminosa, ensimismada en su pasado. Se encontró una isla que no necesitaba renovación arquitectónica, tal como escribió en un libro. Una obra de arte.

—Ibiza le marcó tanto que sus restos reposan en la iglesia de Jesús. ¿Qué cree que opinaría de la Ibiza actual?
—La Ibiza actual representa todo lo contrario de lo que Josep Lluis Sert propugnaba. Pero esto no es nuevo ya que él ya se implicó en la salvación de la isla a través de escritos y cartas porque ya veía venir la avalancha y pensaba que había que estar preparados. De hecho, en 1931 ya había alertado al Patronato de Turismo que era necesario defender su arquitectura popular.

—¿Por qué hubo un antes y un después en su relación con Ibiza tras el Plan de reforma interior de Vila y el Plan de ordenación de la Isla de Formentera de Raimon Torres?
—Principalmente porque estos planes fueron desechados debido a que se impuso la codicia de los promotores sin escrúpulos. De hecho, el grito último de Sert: «¡¡Movilícense!!» reverbera aún sobre nuestras cabezas. Aún recuerdo perfectamente cuando por la radio incitaba a valerse de la dinamita para derruir la muralla de cemento que bordean nuestras costas. Y no ha cambiado nada, la isla ha sido devorada por un turismo totalmente equivocado.

—¿La urbanización de Can Pep Simó es tal vez su mayor aportación a nuestra isla?
—Can Pep Simó es su última voluntad vital. Su conciliación con la arquitectura vernácula adaptándola a las exigencias de hoy en día. Urbanismo, arquitectura y arte se funden en el paisaje que ofrece una mirada inconmensurable sobre la ciudad de Ibiza y la isla de Formentera a lo lejos. Cubos que se conforman como una partitura musical y se descuelgan cual laberintos que se quiebran sobre la ladera. Creo que Josep Lluis Sert se manifiesta como un gran compositor de formas puras en Can Pep Simó. Sin embargo es una lástima que muchos de sus habitantes no hayan sabido apreciar la belleza de esas casas y muchas hayan sido desvirtuadas. Y es que a pesar de estar protegidas no han tenido la vigilancia suficiente para evitar esas obras furtivas. Una muestra más de que la corrupción y la desidia andan de la mano.

—Cualquiera que lea la obra vivirá también un repaso por la historia del siglo XX. ¿Qué tenemos que aprender de la figura de Sert?
—La nueva generación de arquitectos busca referentes más honestos y sostenibles. Y Sert en estos temas fue un precursor. También habría que valorar su falta de ego a lo largo de toda su carrera a la hora de expresar y dar forma a su arquitectura. Una arquitectura sin estilo y sin arquitecto, como la que se encontró al llegar a Ibiza. Una arquitectura de bajo coste…

—Sert siempre consideró la arquitectura como algo más que la mera construcción de edificios. ¿Cual fue su verdadera aportación a este campo?
—Su legado gira fundamentalmente en torno a esa triple alianza sobre la que se asienta su obra, esos tres fundamentos que son la arquitectura, el urbanismo y el arte. Su trayectoria se rige sobre estos conocimientos aprehendidos desde su concepto de la cultura mediterránea. Además fue importante ese espíritu franciscano que conllevan sus espacios diáfanos que se abren a los comunitarios, y la idea de pureza y pobreza que sobrellevan.

—Tras la guerra civil emigró a Estados Unidos trabajando en la Universidad de Harvard. ¿Es uno de los primeros ejemplos de españoles que triunfan en el extranjero pero no tienen el reconocimiento que merecen?
—La universidad representó para él un cambio de paradigma. Se concienció de la problemática social y se involucró en la lucha por cambiar los valores establecidos.

—En este sentido, siendo de familia aristocrática, Sert siempre se comprometió con la arquitectura social. ¿En eso también fue un pionero?
—La Vanguardia implicaba una lucha, porque saltaban por los aires todos los valores establecidos. Piensa que no eran más de doscientos los que estaban por ella, y se conocían todos.

—Una última, la reflexión de Josep Lluis Sert: «Si en París, en plena guerra, nos hubieran dicho que el Gernika volvería a España con un rey, un presidente del gobierno Calvo-Sotelo, un cura como director de El Prado, custodiado por la Guardia Civil y con la Pasionaria en la inauguración... hubiéramos creído que se trataba de otra broma surrealista de Buñuel... ¿refleja a la perfección su carácter?
—Sin duda. Él era muy irónico y siempre te sorprendía.