Joan Torres, más conocido como Nito Misses, ha dedicado toda su vida a hacer lo que más le gusta: construir y arreglar barcos. | DANIEL ESPINOSA

En el varadero del puerto de Ibiza hay un pequeño taller que pertenece a Joan Torres, más conocido como ‘Nito Misses’, quien es considerado el último mestre d’aixa de Ibiza. A pesar de que es un oficio que está a punto de desaparecer, Torres baja diariamente a trabajar al Club Nàutic, a garabatear en papel cuadriculado y en cartas náuticas, para según él, «mantener nuestras tradiciones y enseñárselas a los más pequeños».

Vida dedicada

Nació en el 1929, en el seno de una familia ibicenca que, además, era propietaria de la finca donde años después se contruiría el Hospital Can Misses, de ahí su mote.
Su padre era patrón de barco, y así lo fueron todos sus hermanos, pero él decidió no seguir la estela familiar porque se «mareaba demasiado».
En cambio, decidió aprender el oficio de construcción de barcos con la familia Mañá, de aprendiz, empezando a empuñar las herramientas cuando solamente tenía 10 años. Aunque realmente fue en el 1949, al hacer la mili, donde realmente puso en práctica su oficio.
A medida que fue creciendo, decidió, junto con un grupo de amigos, pedir a un profesor de la Escola d’Arts i Oficis que le enseñara a hacer planos de barcos, aunque pagando. Para su sorpresa, accedió, dado que en esa época era extremadamente difícil que alguien transmitiera esta disciplina, al ser un oficio con mucha competencia y muy bien pagado. «Todos se guardaban sus truquitos, porque luego la gente buscaba a quien mejor lo hiciera. Mis jefes, cuando sacaban sus planos, me mandaban a hacer otra cosa lejos del lugar para que no los pudiera ver», recuerda, risueño.


Trabajo sacrificado

Y así fue como aprendió a hacer llauts y xalanas, unas embarcaciones pequeñas y planas, muy ligeras.

«Se necesitan unas 10 personas para hacer este tipo de barcos» apunta Misses, quien explica que, al estar todos formados por madera y sin ninguna ayuda mecánica, constituían una labor muy complicada, aunque, por otra parte, también muy agradecida. «Los barcos eran muy resistentes, no como los de ahora. Llegaban a Palma y a Barcelona sin problema y podían durar hasta 10 años».
Aunque esa vida útil tan larga bien la merecía el tiempo que se tardaba en construirlos y aprender correctamente la disciplina: primero, se hace el plano y después una maqueta. Cuando la maqueta está corregida, es necesario ir a por la madera a los pinos, que tampoco resultaba fácil. «Todos debían ser de una pieza para que no se quedase una madera entrecortada» explica Nito. «Primero con un hacha y luego con una azada más pequeña, para igualarlo».

Misses recuerda todos esos años con mucho cariño. Tanto incluso, que ahora ha decidido compartir su sabiduría y toda su andadura con los más jóvenes y en la puerta de su taller ha colgado un cartel en el que se ofrece a enseñar el oficio gratuitamente.
Pero sabe que los tiempos han cambiado. Con mucha tristeza en sus palabras reconoce que ahora «no es lo mismo», dado que ni los materiales ni las herramientas se parecen lo más mínimo a las de antes. «El plástico ha sido la enfermedad mortal de esta profesión. Ha matado a la madera y a su eficacia porque es mucho más difícil de trabajar y pulir», afirma.
También es consciente de que es un oficio que «se está perdiendo y que forma parte de nuestra tradición, aunque lo olvidemos».
Por otra parte, también ha notado que los niños ya no vienen, ni siquiera para aprender a navegar. «Vienen porque les obligan sus padres y en cuanto pueden, ya no vuelven», cuenta.
A lo largo de su vida, calcula haber construido «más de un centenar de embarcaciones», la mayoría por encargo. Ahora, a pesar de estar jubilado y de su avanzada edad, sigue haciendo maquetas, aunque no obtiene dinero por ellas, «porque no están igual de bien que antes». Tanto es así que incluso una de sus maquetas le valió un premio en una exposición en Madrid hace más de 70 años y ahora luce en la entrada del Club Nàutic.
«Para mí, hacer barcos es mi entretenimiento, como para otros jugar a las cartas», matiza. «Es bonito enseñar a los jóvenes que las cosas bonitas y que duran mucho tiempo cuestan trabajo y esfuerzo, porque se les olvida».