Jaquelin Lorenzo, en uno de los pasillos de la planta de Oncología de Can Misses. | MARCELO SASTRE

«Me imaginaba que era una superheroína, como Wonder Woman, y entonces iba por mi cuerpo, por todas las células y me iba limpiando». Jaquelin Lorenzo, es una mujer alegre, positiva y «muy happy», dice ella misma. Fue diagnosticada de cáncer de mama en 2017 con 48 años. Ahora, dos años después, aunque sigue con tratamiento hormonal, ya ha superado la enfermedad. Un proceso que en todo momento afrontó con «actitud positiva».

Nos cuenta su historia mientras hojea el libro ‘Mi revolución anticáncer’, de Odile Fernández, el que, dice, fue su diario personal durante esos largos meses. En él hay dibujos pintados por ella misma, fotos familiares y muchas hojas escritas a mano describiendo su día a día en la lucha frente al cáncer.

Diagnóstico
Esta ibicenca nunca se había planteado que le pudiera tocar. «Tenía antecedentes muy lejanos, la hermana de mi abuela», explica. Aunque cuenta que tres meses después de que se lo diagnosticaran a ella, se lo detectaron también a su hermana mayor.

«Hemos pasado a la vez por esto, cogidas de la mano en las sesiones de quimioterapia», recuerda entre risas.

«Fue mi marido quien me encontró el bulto. Era septiembre de 2017», explica. «Estuve tocándome y vi que iba creciendo, así que fui al hospital en octubre por primera vez», cuenta. «Yo ya había tenido microcalcificaciones y al principio no le di importancia». Después de varias visitas a su médico de cabecera, la derivaron a cirugía. «El día que me hicieron la ecografía estuvieron mucho tiempo mirándome. Yo ya salí de ahí sabiendo que algo iba mal». No obstante, fue la biopsia la que le confirmó unas semanas más tarde lo que temía. «En ese momento empieza la locura, te pasan muchas cosas por la cabeza», explica. La operaron en febrero de 2018.

«La vida es bella»
Esta superviviente explica que «todo es muy rápido». Las sesiones de quimioterapia hicieron que las uñas se le pusieran «feas» y que se le cayera el pelo de todo el cuerpo, pero ella no quiso usar peluca. «Era invierno y al principio me ponía pañuelo, por el frío, pero luego fui calva todo el tiempo», recuerda. Lo que no le gustaba era la falta de expresión en la cara. «Se te caen las cejas, las pestañas...todo. Empecé pintándomelas. Una amiga me enseñó a hacerme la raya en el ojo para que pareciera que tenía, pero soy muy perezosa y al final dejé de hacerlo. Te acostumbras a verte», dice sonriendo.

«Si algo bueno tiene la enfermedad es que es una parada en la vida. Te dedicas tiempo a tí misma». Cuenta que después de las sesiones de quimioterapia sacaba fuerzas para salir a pasear con los perros y su marido por el monte y que aprovechaba para darse un baño en la playa. «Son cosas que me cargaban las pilas y que aconsejo a quien esté pasando por esto. Que se mimen, que se cuiden y que vivan, que la vida es bella», apunta.

El cáncer «te cambia la percepción y tu forma de ver las cosas», asegura.
Aunque aún no ha vuelto a su trabajo, se encuentra bien y ha retomado por completo su vida.

Sentada en la oficina de la Asociación Pitiusa de Ayuda a los Afectados de Cáncer (Apaac), asegura que han sido un gran apoyo. Insiste en la necesidad de mantenerse activa y participar en las actividades que ofrece esta entidad porque «aquí somos todas como una gran familia».

Además da un toque a la Sanidad Pública para que se realicen mamografías a mujeres más jóvenes. «El cáncer no es una cuestión de edad, de que a partir de los 50 lo vayamos a tener. Conozco a chicas muy jóvenes, con 30 años y que están pasando un calvario».