Enrique San Félix trabaja en una empresa y es delegado del CD Ibiza. | DANIEL ESPINOSA

«Salí un día a entrenar y caí fulminado por muerte súbita». Es la frase con la que el ibicenco Enrique San Félix Luber define el episodio que sufrió, hace justo un año, cuando salió a entrenar por la bahía de Sant Antoni.

«Me fui a correr como todos los días y ya no me acuerdo de más», explica. Se desplomó a la altura de la playa es Pouet con la suerte de que, a apenas 30 metros, estaba uno de los médicos del centro de Cala de Bou. «Vio que había mucha gente y se acercó. Fue quien llamó a la ambulancia y me hizo la primera reanimación; me dijo que tenía un color muy raro», relata el joven.

El SAMU 061 estaba cerca, en la avenida de Sant Agustí. «Me hicieron de nuevo una reanimación, me subieron a la ambulancia y me indujeron al coma porque cuantos más minutos pasaran, más probabilidad había de que sufriera daños cerebrales», indica.
Los siguientes tres días permaneció en coma ingresado en el Hospital Can Misses. Su familia, residente en Valencia, se desplazó hasta Ibiza en cuanto les informaron de lo ocurrido. «Al tercer día les dicen que no saben cómo me voy a despertar porque puede que haya sufrido algún daño cerebral; que estuvieran preparados», cuenta.

Y abrió los ojos con la duda de no saber qué hacía tumbado en una cama de hospital, pero con la certeza de saber quien era cada una de las personas que estaban a su alrededor.
El ibicenco fue trasladado al hospital de Mallorca en helicóptero, donde estuvo ingresado un mes mientras le hacían pruebas para buscar el por qué del episodio. Allí constataron que Enrique tiene el corazón más grande de lo normal, lo que en el mundo sanitario se conoce como cardiopatía hipertrófica. «Si la pared del corazón mide unos 12 milímetros, la mía mide 29, casi el triple», subraya.

Desde entonces tiene un desfibrilador subcutáneo incorporado en su cuerpo. «Es un aparato muy pequeño que va conectado al corazón y que pega descargas en caso de que note una arritmia o una alteración», dice. «Tengo, también, un aparato satélite en casa que conecta directamente con Mallorca y está 24 horas procesando datos y enviándolos», añade. No duda en decir que es su «seguro de vida».

Esfuerzo y superación
A sus 29 años presume de haber sido siempre un chico deportista, aficionado especialmente a actividades relacionadas con el running; incluso ha participado en ultramaratones. «Te pasa esto con 28 años y no sabes si vas a recuperar tu vida o qué secuelas te van a quedar», señala.

Enrique también tuvo momentos de ‘miedo’ y no le avergüenza decirlo. «Entras en una lucha contigo mismo y te preguntas, incluso, si eres capaz de quedarte solo», refiriéndose a la incertidumbre de si le sucedía de nuevo lo mismo y si la ‘suerte’ esta vez no estaba de su lado y no le ponía a alguien cerca que pudiera ayudarle.

Hace poco más de seis meses, volvió a recuperar su vida, o al menos la normalidad que tenía. Eso sí, frenando el ritmo. Ha vuelto a hacer deporte, pero ya no compite por lograr la mejor posición en una carrera o bajar de cuatro minutos el kilómetro; ahora es algo personal. «Disfruto la vida y no la vivo con estrés... es mi segunda oportunidad», argumenta.

Según dice, hasta que sufrió este episodio había cometido «errores», como ponerse demasiada presión en su día a día y ser demasiado perfeccionista. «Ahora me lo pienso todo dos veces y, si no llego a una cosa, mañana será otro día».

Su objetivo es que este mensaje llegue a todos aquellos que están pasando por un mal momento y a los que su experiencia pueda ayudar para seguir adelante. Enrique apuesta por el sacrificio, la constancia y la superación y, aunque tomará medicación -exactamente un betabloqueante- de por vida, no hay quien le frene.

Todos los meses queda con profesionales del SAMU; para él son parte de su familia. Se siente agradecido por poder disponer de una seguridad social que, dice, «funciona muy bien aunque faltan medios».

En su caso, sin ir más lejos, dice que una rápida respuesta es decisiva. También reclama una mayor formación e información para los ciudadanos. «En la calle hay desfibriladores, pero no se saben usar. Igual que en los colegios se estudia Religión, se tendría que aprender un mínimo de reanimación. Es importante porque hablamos de minutos que pueden salvar una vida», especifica.