El presidente de GEN-GOB asegura que no es sostenible seguir contruyendo en la isla. | Toni P.

Joan Carles Palerm dice creer en la buena fe de la gente, a pesar de que tantas veces llegue a la decepción. A pesar de ello nota un gran cambio en la sociedad desde los años 90 que invita al optimismo sobre el cuidado del medio ambiente en la isla.

—¿Cómo ha evolucionado la concienciación hacia el medio ambiente en Ibiza?

—Hay una implicación cada vez mayor en estos temas. Es verdad que al ser un espacio pequeño con varios medios locales hace que el medio ambiente salga mucho en prensa. Se trabaja mucho para que sea así y, por ello, hay una conciencia colectiva mayor que en otros sitios. Aún así no es suficiente parece. No hay alternativas claras al monocultivo y siempre hay proyectos que se intentan llevar a cabo que demuestran que el medio ambiente no se tiene tan en cuenta como otras cosas. Pero se pueden parar muchas cosas y algunas ni llegan. La conciencia medioambiental ha crecido mucho desde los años 90 hasta ahora.

—¿El crecimiento poblacional de la isla es sostenible?

—Por definición el crecimiento no es sostenible, nunca. Crecer implica aumentar el impacto en el consumo de agua, en producción de residuos o en ocupación de territorio. El crecimiento es sostenido, no sostenible. Lo que nosotros entendemos es que necesitamos un decrecimiento, que se pare y reducir el impacto. El ejemplo de que no es sostenible es que ahora, en los últimos intentos de aprobar planes urbanísticos, la respuesta del gobierno ha sido que no hay agua. No se puede mantener el crecimiento, a pesar de que las revisiones que se han hechos son a la baja. Aún así no tenemos capacidad para crecer porque no tenemos recursos.

—Pero los ayuntamientos hacen estos planes en previsión de un crecimiento, ¿cómo se podría parar?

—De hecho, de momento, el crecimiento está detenido. Ahora no hay posibilidad de dar licencias. El crecimiento cero ya lo tienes en algunos ayuntamientos. Otra cosa es que la administración es suficientemente consciente y decide no dar más licencias. Ahora no tenemos agua y no puede ser que creemos una desaladora más. Aquí ya tenemos una huella ecológica suficientemente grande para no considerar este aumento de consumo de energía no renovable. Vivimos de unas centrales que no son renovables e, incluso, con con el cable a Mallorca una parte de la energía que nos llega se genera con carbón, que es peor. Por tanto, la solución no puede ir en esta dirección, lo que tendremos que trabajar es en la mejora de la red. Lo que permitirá crecer será bajar un 20% las pérdidas. Eso sí es sostenible.

—Se calculan unas pérdidas anuales equivalentes a la producción de la desaladora de Santa Eulària.

—Evidentemente, si se pierde un 30% del agua y tienes tres desaladoras. Es una burrada. El consumo de energía necesario para generar este agua para que después se pierda por las tuberías. Estamos desperdiciando dos recursos importantes, la energía y el agua dulce. Que el agua con un poco de suerte se filtra y va al acuífero, pero en función de dónde se produzca la pérdida puede acabar en un acuífero salinizado. Con lo que ni siquiera se podría explotar. La solución pasa por invertir en mantener y no en crecer.

—Las instituciones firmaron un pacto por el agua en mayo, pasados unos meses, ¿ven voluntad de cumplimiento?

—No dudo que existan ganas de hacer las cosas bien. Otra cosa es el ritmo al que se impulsan debido a que se trata de proyectos que requieren la acción de varias instituciones. Pero hay cosas que se pueden hacer. Que Sant Josep pierda agua por sus tuberías es responsabilidad de Sant Josep. Siendo cierto que en la legislatura anterior las pérdidas superaban el 50% y ahora están en el 40%. Se ha trabajado, vale, pero no es suficiente. Digo Sant Josep igual que se puede decir Santa Eulària, que tiene un porcentaje de pérdidas muy elevado.

—¿Que se tratase este tema como algo insular podría servir para mejorar la situación?

—Mancomunar servicios podría ayudar a solucionar el problema del agua, sí, y también el de la disciplina urbanística, por ejemplo. Hay cosas que se deben mancomunar. Primero porque sale más barato, será más económico tener unos técnicos que se desplacen por toda la isla y no tener cinco equipos limitados a su territorio. Además, hará falta menos equipo accesorio. Además, la capacidad de influir sobre el concejal o el alcalde será otra. Ya no pasará por el concejal de urbanismo el que esa denuncia acabe o no acabe en un cajón. Habrá un mejor control. Son cinco ayuntamientos, pero son pequeños con poblaciones muy cercanas.

—¿Se puede llegar a compatibilizar el flujo de turistas con la conservación poniendo en marcha una ampliación de la temporada?

—La cuestión no es si podemos sino si queremos. Eso y valorar si salimos ganando con el cambio. Nosotros valoramos que no saldremos ganando si no hay una bajada importante de turistas en verano. No podemos mantener la producción de residuos y el consumo de agua a niveles altos todavía más meses al año. Si miras las estadísticas de producción de residuos se ve claramente que no se puede mantener una temporada más amplia si no bajamos el centro. Lo que está pasando es lo contrario, que crecemos en los meses punta y, además, alargar los extremos sin compensar. Eso nos tiene saturados en materia de consumo de agua y de residuos. En el tema de los residuos tenemos que valorar cuánto nos cuesta su generación. Cuando se llene el vertedero dentro de 10 años, ¿qué haremos? Y esa vida se acorta cuantos más turistas llegan. Es un ejemplo tonto, pero es la realidad.

—¿Qué alternativas tiene la isla una vez que se llene el vertedero?

—Tendremos que hacer otro vertedero. Hay dos soluciones más, una es hacer una incineradora, que sería mucho peor. La otra sería sacar los residuos fuera de la isla. Que no creo que sea lo correcto. Nuestra basura es nuestra y el problema es nuestro. Ahora tenemos que encontrar una solución y alguien saldrá perdiendo. Ese vertedero acabará en el terreno de alguien. Es un problema pero no tenemos más solución, tenemos que comernos nuestros residuos en Ibiza. Tenemos una producción de residuos por habitante de casi 700 kilos, cuando la media española es de 250. Sin contar lo que reciclamos. Y eso lo provoca la cantidad de turistas que tenemos.

—¿Hay una mayor conciencia ecológica en las empresas ibicencas o es todo fachada?

—Yo creo que sí, que se lo creen. Yo creo en la buena fe. Quizás me crea menos a las grandes cadenas. Veo que hay negocios pequeños y medianos que hacen un esfuerzo: colocan placas, reducen plástico… las grandes cadenas quizá lo hagan más por imagen o por presión de los turoperadores. Pero todo ello implica una mejora, otra cosa es que se esté produciendo suficientemente rápido.

—¿Se hace suficiente para luchar contra las especies invasoras?

—Partimos de la base de que durante muchos años el Govern balear no quiso participar. No creía en la posibilidad de eliminar las serpientes de la isla. Esto ha hecho que hayan pasado casi 14 años con este problema, porque hablamos de un problema que empezó en 2003. Uno de los axiomas básicos en materia de invasiones biológicas es que cuanto más pronto actúas, más económico es combatirlas en esfuerzo, tiempo y dinero. No se ha conseguido en ninguna isla erradicar una población estable de serpientes. Esto juega en nuestra contra y lo que planteaba el Govern hace 15 años, que no se podía ganar.

—¿Y se puede ganar?

—La realidad es que sí y que, además, en Ibiza tenemos cosas a favor. Es una isla llena de viviendas y de personas por todo, potencialmente tienes a decenas de miles de personas que quieren poner una trampa. Si hay una isla donde se puede conseguir es ésta, porque hay mucha masa crítica y mucho músculo para apoyar una iniciativa que monte un gobierno con ganas de intentar erradicarlas. Pero se debe invertir una cantidad de dinero importante, poner un número de trampas importante y comenzar a marcar territorios libres y territorios no libres. Eso es lo que se hace en Formentera. El Consell de Formentera sí cree que se puede ganar y el modelo de actuación es para conseguir erradicarla. Se marcan líneas frontera donde se sabe que no hay serpientes y la línea va avanzando cada año. Así se amplía la zona limpia. Eso es lo que tendríamos que hacer en Ibiza y no hacemos.

—¿Qué estrategia se usa aquí?

—Una estrategia de control. Se busca limitar la población para no poner en riesgo la continuidad de la especie lagartija, que es la que queremos mantener. Eso lo conseguimos manteniendo bajas las concentraciones de serpientes. Pero eso no es suficiente. Eso implica mantenerlo durante decenios y que en el momento que bajes la intensidad de control, las poblaciones de serpientes crecerán. Si eso se produce acabarían rápidamente con la población de lagartijas. Eso es un problema. Tienes que diseñar el proyecto para poder ganar. Aparte de eso tenemos que limitar la entrada de olivo y otros materiales. Puede entrar una serpiente en cualquier cosa. Se tiene que eliminar la posibilidad de que entren serpientes y a partir de aquí establecer medidas de control como cuarentenas. Ahora mismo cualquiera puede introducir árboles y que con ellos entre cualquier cosa. No solo serpientes, este verano se vio un escorpión y tenemos arañas endémicas de la Península Ibérica.

—¿Cómo valora el trabajo de control de los fondeos sobre posidonia?

—En esto sí que creo que hay un acuerdo unánime, todos los ayuntamientos muestran un claro interés por este control. Y la presión de la gente ha ayudado. Aquí vemos cosas muy raras. Hay gente que va día sí día no a informar a los barcos de dónde están fondeando y por qué no pueden fordear ahí. Esto no pasa en ningún sitio del mundo. La influencia que se ha conseguido y la conciencia que se ha generado ha sido tan grande como para que la ciudadanía no espere a que actúe la administración. Esto impulsa a las administraciones porque la sociedad lo exige. El ritmo siempre debería ser más rápido y la competencia no está muy clara. Buena parte sería del Govern por una cuestión de conservación. Los espacios naturales son competencia suya.

—¿Qué falta por hacer?

—Hay que regular claramente dónde se puede fondear y dónde no. Los campos de boyas que se quieren crear ayudarán a esto. Será muy fácil localizar a los barcos que no deberían estar ahí porque habrá un tope y los tendrás controlados, siempre que existan embarcaciones para acercarse a avisar de que no pueden esta ahí. Los ayuntamientos podrían también ampliar la zona de baño, porque la ley permite que lleguen a los 200 metros. Una buena parte de las praderas de posidonia estaría protegida así. Obligas a que se vayan a la zona de arena si quieren fondear para tomarse una paella en la playa. Esta es una cosa sencilla que se puede hacer a principio de verano y que no requeriría inversión.

—Esta semana ha sido la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP), ¿ha servido para algo o son solo fuegos artificiales?

—Sí, pero yo creo que la gente no tiene muy claro el proceso. Las COP anuales son preparatorias de temas concretos a discutir en la cumbre plurianual, en la cual se decidirán realmente las cosas. De aquí tienen que salir una serie de documentos para la cumbre plurianual. Es decir, se preparan materiales para que los políticos puedan ampliar o reducir lo que se decidió en su momento en París. No sé cuáles serán las propuestas, pero el grueso será en materia de agricultura y soberanía agroalimentaria. Cómo conseguir que el cambio climático no afecte a la agricultura.

—¿Es positivo que se fomente la actividad agrícola en Eivissa?

—Sin duda, todo lo que sea diversificar la economía es bueno en general. Pero además multiplica la diversidad de paisaje, que implica diversidad de especies en la isla. Sino, el monocultivo del pinar sería peor para la naturaleza de Ibiza. Aunque parezca que la transformación humana no es positiva, la homogeneización supondría un reducción de la biodiversidad. Si se puede mantener esta diversidad paisajística, mejor.