La catedrática, escritora e investigadora Rosa Vallès Costa ayer por la mañana en Ibiza. Foto: MARCELO SASTRE | Marcelo Sastre

Rosa Vallès Costa es una de las profesoras más queridas de Ibiza. Nacida en el municipio barcelonés de Bagà en 1942, esta catedrática jubilada de Geografía e Historia ejerció durante décadas en el IES Santa María, y hace apenas unos días recibió el Premi 8 de Març que otorga el colectivo Dones Progresistes por, entre otras cosas, «ser una pionera en su labor profesional como docente e investigadora, una luchadora contra el estigma de la salud mental y una mujer que supo lidiar con su trabajo y su familia sin desatender ninguna de las dos facetas».

Autora de una extensa bibliografía que combina libros para uso educativo y publicaciones de investigación científica centradas en temas de Geografía de las Pitiusas, es para mucha gente una de las voces más autorizadas de la isla para hablar de cómo era la vida cotidiana de la mujer pitiiusa entre 1870 y 1950. Un tema sobre el que precisamente iba a hablar ayer en Sa Nostra Sala antes de que su conferencia se suspendiera en atención a las medidas de prevención del contagio del coronavirus COVID-19.

¿Cómo era la vida cotidiana de las mujeres de Ibiza desde finales del XIX hasta 1950?
—Bueno, primero de todo, decir que es un tema muy amplio que daría para hablar muchas horas. Y por eso en la conferencia la intención era distinguir claramente entre la mujer ibicenca de la ciudad y la mujer ibicenca del campo.

¿Por? ¿Era tan diferente la vida de una y la vida de otra?
—Sin duda. Aunque ambas llevaban a cabo ese doble papel de mujer y esposa, nos encontramos con muchas diferencias. Una era mucho más educada y con más profesiones a su alcance, por así decirlo, y la otra mucho más apegada a la tierra y sin tantos estudios. A pesar de ello, la mujer pagesa ibicenca siempre ha tenido una gran dignidad.

Usted nació en 1942. ¿Aún se acuerda de como era la vida entonces?
—Claro y por eso mi charla iba a estar repleta de anécdotas e historias que yo viví en primera persona o que me contaron mis familiares más cercanos.

¿Qué es lo que más recueda de aquellos años?
—Muchas cosas. Por ejemplo que las mujeres de la ciudad, en los años 40, no se juntaban con las de otras clases sociales. Todo lo contrario que los hombres que podían frecuentar cafeterías o parques con otros. Las mujeres de aquella época eran muy clasistas y muchas tenían sirvientas o pobres, como así se les llamaba.

¿Pobres?
—Sí, pobres. Es un fenómeno muy curioso que se dió en Ibiza durante el siglo XIX. Y digo curioso porque no eran cómo los mendigos de nuestros días. Eran familias que no tenían nada de nada y que a cambio de su trabajo eran acogidos por familias que les hacían de protectores.

¿La mujer del campo, la pagesa, era tan importante en la unidad familiar como en otros muchos lugares de la Península?
—Igual o incluso más me atrevería a decir. Ten en cuenta que estamos hablando de una época donde había solo una ciudad, Vila, y dos pueblos más o menos grandes, Sant Antoni y Santa Eulària. El resto eran núcleos de población muy pequeños con casas muy dispersas entre ellas y grandes espacios de terreno. Y en ellos la mujer jugaba un papel muy importante para mantener el núcleo familiar cuando el hombre estaba en el campo o se hacía a la mar.

Y me imagino que manteniendo a las familias cuando el hombre emigraba a América para hacer fortuna...
—Ese es otro tema muy importante. Casi el cien por cien de la emigración de los ibicencos en esos años la protagonizaron hombres y aquí quedaron mujeres al cuidado de los hijos e hijas, de la casa y de todos los bienes. Y, por mucho tiempo, ya que muchos hombres tardaban tres o cuatro años en volver a Ibiza.

Dicho así, eran verdaderas heroínas...
—La verdad que sí. En Ibiza fueron muy importantes pero en Formentera mucho más. Allí si que fueron verdaderas heroínas.

¿No cree que esto las jóvenes y los jóvenes de hoy en día deberían conocerlo para saber de donde venimos?
—Sí, pero desgraciadamente eso es bastante complicado porque esto a los jóvenes les suena a la Prehistoria (Risas). No hace tantos años, casi ni un siglo en algunos casos, pero los chicos y chicas de hoy en día lo ven tan lejano que no les interesa demasiado.

Una pena porque la mayoría de esas mujeres no tuvieron el reconocimiento que se merecían.
—Eso es verdad. Quedaron en un segundo plano siempre a la sombra del marido o de su hombre cuando su papel en la sociedad y en la familia fue importantísimo. Y más teniendo en cuenta que no tenían ninguna facilidad para acceder a los estudios y sufrían muchas trabas por parte de la sociedad.

¿Cree que somos conscientes de que aún hay mucho por hacer?
—Creo que sí. Afortunadamente se han ido dando pasos que han hecho que mejoremos. Ahora solo espero que no se pierda esa conciencia de que hay que seguir trabajando para lograr la plena igualdad.

¿Cree que experiencias como la suya son básicas para ello?
—No sólo la mía sino la de muchas otras mujeres. Lo malo de hoy en día es que los niños están más pendientes de las maquinitas, las redes sociales o los móviles que de los consejos que les puedan dar sus padres o abuelos. Es una pena porque es historia y de la historia se aprende. De todos modos, soy positiva porque siempre he tenido confianza en el ser humano.