El Mercat Nou presentaba un aspecto bastante concurrido en la mañana de ayer, tras anunciarse el estado de alerta.

Ibiza amaneció ayer con el aviso del estado de alarma, como el resto del Estado, tras el anuncio de Pedro Sánchez, cuyo objetivo es el de contener la expansión del coronavirus.
Más mascarillas de las habituales en las caras de la gente, comerciantes y empleados con guantes o geles desinfectantes a mano y una menor afluencia en las cafeterías, incluso algunas cerradas o cerrando durante la mañana de ayer, denotaban la gravedad de la situación, pero con una cierta relajación de las recomendaciones marcadas por las autoridades sanitarias.

Uno de esos ejemplos de la condescendencia con las que se están aplicando las medidas para evitar la propagación se encontraba en el Mercat Nou de Vila. Algunos puestos estaban cerrados y las cafeterías a media mañana estaban a medio gas, pero la imagen real estaba en los pasillos del mercado de abastos.

Las estrechas galerías y la afluencia de gente obligaban a los clientes a moverse apartando a otras personas, como si estuvieran sorteando obstáculos, algo que hacía de difícil aplicación la premisa de guardar más de un metro de distancia con otro individuo.

Miedo desorbitado

«La afluencia de gente ha subido bastante en los últimos días», explicaba Carmen, pescadera. Bajo su punto de vista, la gente está haciendo «demasiado» acopio de víveres: «Hay un miedo desorbitado». Y esto a pesar de que su puesto es de pescado fresco, «que se echa a perder en nada pero se lo llevan para congelar».

Preguntada por si en algún momento ha sufrido desabastecimiento, Carmen contestaba que no, «de momento», pero apuntaba que «si cierran las cofradías pesqueras o los puertos ¿cómo va llegar el pescado?». «Las cofradías de Dénia y Valencia ya han cerrado y se trae mucho producto de allí, pero también tenemos bastante pescado de Ibiza. Si cierran las cofradías será otra cosa, pero no sabemos nada. Yo abriré hasta que me llegue producto», comentó la pescadera.

A la salida del mercado estaba Pep Marí, que solo llevaba una bolsa en la mano. «Yo he comprado lo normal de cada sábado, no esa locura que se ha montado, pan, un poco de carne y ya está», resaltó. «El mercado está muy transitado y en los supermercados tienes que hacer cola para entrar. Parece que viene no sé qué. El virus nos ha trastornado», aseguró.

Fuera, en una de las terrazas con más mesas vacías que de costumbre, se sentaban Victoria Serra y Catalina Marí. Ellas también afirman que no han venido para hacer «una compra grande», aunque Serra reconoce que ha comprado «un poco más porque la gente le da miedo y todo el mundo carga».

Cuestionadas por qué han decidido pararse a tomar algo, indicaron que su intención es salir «para comprar y después se van a casa». «Este fin de semana en casa, a ver tele, leer y hacer algunas cosas pendientes. Además los nietos tampoco pueden venir a casa, porque mis hijos tienen miedo a que nos contagien –por su avanzada edad–. Pues qué vamos a hacer», señalaba Marí.

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Prosiguiendo la ruta por el centro de Vila, Susana atiende a los clientes de su bar de la Plaça Pintor Vicent Calbet: «Aquí estamos abiertos hasta nueva orden y que nos diga la jefa de cerrar».

Al lado de su establecimiento, dos locales que habitualmente están abiertos permanecían con la verja echada de buena mañana. Interrogada por si tiene constancia de su cierre, subrayó que «en principio, estos bares de al lado deberían haber abierto. Hay uno que abre a las 09.00 y no ha abierto; el otro no sé si abre por la tarde».

«El número de clientes ha descendido. Ya empezó a bajar bastante los días anteriores y no servimos los mismos desayunos que normalmente. Se ha reducido a menos de la mitad. Ayer, por ejemplo, solo servimos siete tostadas de desayuno», recalcó Susana.

«Como si nada»

Pese a que la afluencia de clientes haya menguado, «no ve que la gente tome muchas medidas, simplemente se ve que hay menos personas y circulación de coches, pero la distancia en la terraza como si nada». «Pero yo sí mantengo distancias, así que echa para allá», bromeaba.

En las proximidades, un pequeño grupo de gente, junta, pero no revuelta, se arremolinaba frente a una carnicería. «Estamos aquí haciendo cola y esperemos que no se alargue mucho la cosa, pero bueno, con paciencia. Yo he llegado y ya estaba la cola organizada. Más o menos tratamos de mantener una cierta distancia y estamos un poco repartidos esperando a que nos toque», subrayó Jordi, uno de los pacientes clientes del establecimiento, que aguardaba desde hacía «20 minutitos».

Es la hora del vermut y la Plaza del Parque a esa hora del día, con un tiempo casi primaveral, invitaría a que las terrazas estuvieran de bote en bote. Sin embargo, la realidad es que pocos eran los establecimientos que estaban abiertos y los que se mantenían así estaban lejos de tener las mesas llenas.

Alejandro Caparrós es propietario de uno de los restaurantes que dan a esta plazoleta. «Del jueves al viernes descendió mucho la afluencia de gente y ayer tomamos la decisión de cerrar hasta nuevo aviso y cuando sea aconsejable», indicó. En el día de ayer solo estaba en su local para recoger, apagar las cámaras frigoríficas y repartir la comida que habían comprado entre los empleados.

El restaurador añadió que han tomado esta decisión por «precaución para parar la pandemia», porque si la gente se queda en casa se hará «mejor». «Hay que hacer caso a los médicos, que es lo que están recomendando y tenemos el ejemplo de Italia, que vamos con diez días de retraso», aclaró.