Mi amiga Zara me escribió la semana pasada para pedirme que me sumase a la iniciativa que han puesto en marcha un grupo de sanitarios del Hospital La Princesa, en el que trabaja su prima, con el fin de enviar cartas anónimas, mediante emails, a los pacientes que están solos, aislados y que necesitan unas palabras de aliento. Para los que no sabemos hacer en la vida muchas más cosas que juntar letras, este tipo de propuestas nos ayudan a paliar la frustración de no estar haciendo nada para parar paliar esta guerra mundial. Permítanme que la llame así, porque es lo que estamos librando. Una batalla contra la muerte que no conoce de condiciones sociales, ni de géneros, ni de razas, y que pone en peligro a los que más queremos sin ningún sentido y sin que sepamos cómo frenarla. Las bombas caen silenciosas y sin hacer ruido y quienes las disparan no tienen rostro ni culpa.

Escribir, para los que escogimos esta profesión desde la vocación y el respeto, es la única manera de soltar a los dragones fuera y de creer que estamos haciendo algo. Unos informando para que no nos quedemos aislados, y otros, entreteniéndoles para que se olviden, por un instante, del miedo y de la incertidumbre. En mi caso, espero que esta contribución diaria sirva para algo.

Ha pasado una semana desde ese WhatsApp de Zara, quien por cierto realmente se llama Sara, pero que desde la infancia me permite la concesión de cambiarle la primera letra ya más por cariño y por complicidad que por sorna. Desde entonces he mandado unas cuantas misivas a esa dirección de correo: cartas.venceremos.covid19@gmail.com

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No he sido la única, porque en las primeras 48 horas de su puesta en marcha, y gracias a la difusión en grupos de amigos y en redes sociales, se lograron rozar los 74.000 emails. Una vez recibidos, los clasifican, los imprimen, y son los propios médicos y enfermeras, quienes se los leen a los pacientes, dependiendo de su perfil y contenidos.

En una de mis cartas me dirijo a un hombre mayor y le recuerdo lo importante que ha sido para tantas personas: para el camarero de su bar de confianza al que siempre le cuenta un chiste, para su nieta, por la que siente devoción, o para su hermano, con quien ha compartido confidencias y hambre. En otras escribo para un profesional que se ha visto contagiado mientras intentaba salvar vidas y le recuerdo lo importante que ha sido su trabajo estos días y de qué manera hoy los héroes llevan bata. También que serán muchos los niños de ese futuro que nos aguarda, los que decidirán que ya no quieren ser influencers o futbolistas, sino médicos o bomberos, de los que engordan felicidad y esperanza en vez de egos.

También he escrito a mujeres que se sienten solas y frustradas por cómo lo estarán pasando los suyos, mientras esa cama de hospital es su única compañera, y a personas, en general, a las que les recuerdo los abrazos y los besos que les quedan por dar y lo bonita que está siendo la respuesta de ciudades enteras en las que les aplaudimos y cantamos desde los balcones y donde nos hemos encerrado a cal y canto para que todo esto se pare. También les hablo de lo precioso que es Ibiza, y de que cuando todo esto termine deben conocer la isla blanca.

Dice la doctora Cristina Martín Campos, quien pidió a sus amigos y familiares que le ayudasen en esta iniciativa sin saber que se haría viral, que los pacientes se emocionan cuando reciben estas cartas y yo les propongo que secundemos sus pasos y que importemos a nuestras ciudades y a nuestras islas esta manera de contagiar cariño, para que todas y cada una de las personas que estén ingresadas recuerden que estamos a su lado.