Susana Rodríguez, ayer en su puesto de trabajo. | Tomás Sánchez Venzalá

El día a día en un supermercado de barrio no suele ser el mismo que el de una gran superficie. Acostumbrada a ver prácticamente las mismas caras, las de los residentes en Cas Serres que suelen hacer compras pequeñas para su día a día, la alarma desatada por la COVID-19 hizo que Susana Rodríguez, cajera en el Spar de dicha localización, presenciara en sus carnes el temor de la ciudadanía en forma de compras compulsivas y llegada de clientes que nunca antes había visto. Afortunadamente, eso sí, reconoce que «la gente se ha concienciado» y todo ha vuelto a la normalidad.

Susana lleva cinco años trabajando en el súper de Cas Serres, zona en la que también reside. Pese a ser un lugar tranquilo, comentó que se nota que «hay un poquito más de trabajo».

«Ahora parece que se ha calmado un poco la cosa, pero las dos primeras semanas fueron un caos. Nosotros somos un supermercado de barrio. Se supone que la gente del barrio hace la compra de cada día, pero la verdad es que llegamos a notar mucho el cambio», explicó.

«Chocaba ver gente de fuera. Ves caras nuevas y gusta para un futuro, pero somos dos personas trabajando aquí y eso se nota», continuó Rodríguez, a quien ya no se le hace raro ver a la gente con mascarillas y guantes por el local: «Ya estamos metidas en la película, que creo que se va a alargar».

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La buena noticia es que, tras concienciarse la gente, pueden dar abastecimiento de forma natural: «Nos llegaron a faltar lentejas, azúcar, harina... Por culpa de equis personas que se llevaron bastantes cosas al principio, otra salían perjudicadas». Eso ya no sucede porque el comportamiento de la ciudadanía ya es otro. Por si acaso, en la puerta se puede leer un cartel que, para evitar el acopio de víveres, anuncia que como máximo se pueden comprar tres productos iguales.

El hecho de tener que atender a tantas personas y estar al pie del cañón no asustaba a esta cajera, si bien las últimas noticias la mantienen en alerta: «Sinceramente, al principio no tenía miedo. Cuando veías en las noticias que había más de mil muertos era cuando pensabas que esto va en serio, porque antes la gente no se lo tomaba así. Ahora, los clientes se están portando bien y son conscientes de todo».

Según explicó, los ciudadanos del barrio no han cambiado apenas sus costumbres y, al contrario de lo suele suceder en grandes superficies, las compras no suelen ser amplias, pero tampoco tan pequeñas como antes: «La gente aquí viene a por su barrita de pan, un poquito de embutido empaquetado... Lo habitual es coger dos o tres cosillas. Sí se ha notado que ya no pueden coger el coche para ir a otros sitios a comprar y cogen más cosas».

Mientras la lucha contra el coronavirus continúa, Susana Rodríguez sigue atendiendo con normalidad el supermercado. Mascarilla en el rostro y guantes en mano, su vida laboral no se ve afectada. Su trabajo es esencial. Lo dice el BOE y lo sabe la gente.