Albóndigas con sobrasada

Hasta hace 20 días, viajar era mi principal afición. Después estaban escribir, leer, pintar, cantar o estar con los míos. Hoy, que nuestros mundos se han volcado y han vaciado de golpe el baúl de nuestras necesidades, deseos y preferencias, sobre el suelo solo han quedado los libros, decenas de pinturas y un par de lienzos que ya están vivos, un karaoke que echa humo y cientos de llamadas a las personas que quiero.

Es curioso, pero realmente no echo de menos los vuelos a destinos lejanos, sino los abrazos y los besos que tengo guardados para mi tribu. Esos billetes, que eran el premio a horas y horas de trabajo, han perdido su valor y se han convertido en objetos inútiles, de esos que guardas como recuerdos y que cuando los reencuentras en una caja vieja sonríes y tiras.

Ahora me paso los días juntando palabras en esta bitácora, con la ilusión de que sean leídas y que nos ayuden a todos a no olvidar nunca lo aprendido, y estoy cocinando más que en toda mi vida. De repente la lista de la compra se ha convertido en algo esencial y controlar que no se nos terminen el agua, los tomates o la leche, una tarea de primer nivel. Como saben, tengo la grandísima suerte de convivir con RAE, una perrita mestiza y paticorta que adopté en Can Dog y que no solamente hace mejores nuestras vidas, la mía y la de mi chico, sino que ha convertido la rutina de bajarla al descampado de al lado en el soplo de aire fresco diario.

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No sé si a ustedes también les pasa que de pronto todo parece más bonito, incluso ese pedazo de tierra vacía donde nacen algunas flores, me encuentro con garzas o patos y que por las noches me regala un cielo lleno de estrellas. Esa nube que se va moviendo delante de nuestros ojos, esa cala que ha decidido florecer, los cojines del sofá o las velas que encendemos por las noches para sentir el calor de nuestro hogar son de repente únicos y más hermosos.

Los cuadros de mi casa me recuerdan lo importante que es el arte cuando es lo único que tienes y los libros parece que me saludan esperando ser devorados, o descubiertos por segunda o por tercera vez. Entre ellos está el escrito por mi amiga Marta Torres donde desgrana las historias de las mejores cocineras de Ibiza, esas que levantaron familias enteras con su esfuerzo y buen humor. Aquellas que tuvieron que preparar pucheros con tan solo cinco años para toda una familia y que se dejaron las manos fregando y los ojos trabajando en jornadas de hasta 20 horas.

Entre sus páginas había una receta que me tentaba: albóndigas con sobrasada. Le dije a Marta que pensaba darle vida y me retó a hacerlo. La primera prueba no estuvo mal, pero no hacía cerrar los ojos, ni provocaba una sonrisa. Por eso anoche lo volví a intentar y esta vez sí que fui pulcra en ingredientes y pasos.

Antes de terminar con ellas publiqué la foto en mis redes sociales y ahora esa receta ha viajado hasta Madrid o Burgos, porque son muchos los que quieren sentir ese sabor de Ibiza, esa ilusión fraguada en cazuela y esa acción tan bonita y que teníamos tan olvidada, que es construir a fuego lento un plato delicioso con un ingrediente principal, el amor, para que en estos días de confinamiento las penas se templen comiendo rico y caliente.