Un momento del rescate del móvil.

Aella le gusta decir que está confitada y no confinada, es una palabra más amable y más dulce. Hoy hemos tenido una conversación de esas bonitas y largas. Por primera vez en esta ristra de años que llevamos coincidiendo en eventos o en ruedas de prensa hemos hablado tranquilas de muchas cosas. Antes apenas teníamos tiempo de saludarnos. Tal vez nos dedicábamos un guiño, un abrazo fugaz o una frase corta para saber cómo llevábamos todo. Puede que, incluso, compartiésemos un suspiro de calor o de agobio en aquella rutina de ayer que nos parece hoy tan lejana y ajena.

Lorena es fotógrafa. Le gusta captar emociones o instantes y compartirlos para que no se olviden. Es de esas amigas de Facebook que te muestran cómo bañarse cada día en el mar, sea verano o invierno, es una filosofía y no un signo de postureo y de quienes hacen de la libertad su mantra. Además diseña y vende sus propias joyas. Seguro que estos días está dando vida a símbolos que querremos que nos acompañen cuando todo esto termine, porque terminará, para que no olvidemos lo aprendido. Ayer publicó en sus redes sociales una historia de las que merecen ser contadas.

Su edificio se convirtió durante un momento en un corral de comedia. Donde antes habitaba el silencio sepulcral propio de los edificios llamados en Ibiza a ser segundas residencias u hogares de temporeros, se comenzaron a escuchar gritos. Las pocas ventanas habitadas se llenaron de voces. Por un lado estaban ‘las balconeras’ que interpelaban a un joven senegalés que, desprovisto de toda su ropa, salvo de la interior, amenazaba con tirarse a la piscina comunitaria para rescatar su teléfono móvil. «¡Pero qué haces, si no sabes nadar!», se escuchaba desde lo lejos. «¡Vuelve a tu casa o llamo a la policía!», le increpaba otra mujer haciendo mohines. Eran las cuatro de la tarde y las siestas se interrumpieron con una algarabía impropia del confitamiento. «¿Qué pasa?», preguntaba un hombre a lo lejos. «¡Ese chico que se va a tirar a la piscina!», respondía preocupado otro. Pero esta historia, como todas, tiene su particular héroe, aunque en este caso su capa fuese una toalla. El de este artículo se llama Luca, es un italiano residente en la isla que, ataviado con un gorro de piscina y con gafas de bucear, bajó hasta el lugar de los hechos para tirarse de cabeza y recuperar aquel objeto de deseo. Cuatro horas antes de lo previsto los balcones se llenaron de aplausos.

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Lorena no lo pudo evitar y sacó la cámara, capturó a Luca saludando a los vecinos, un apretón de manos que se convirtió en abrazo, y de nuevo a las ‘balconeras’ llamándoles insensatos por mantener contacto físico. ¡Hasta eso nos han quitado, la emoción y los gestos de gratitud! Nos aterra tanto tocarnos que ese instante fue el momento más tenso del encuentro. Cada sentimiento y cada emoción descansan ahora en su cámara. Aunque no sepamos si el teléfono sobrevivió al naufragio, la historia del senegalés y del italiano llenó la Bahía de San Antonio y hoy esta bitácora.

«Todos deseábamos de alguna manera ser Luca, porque él hizo lo que estábamos deseando: bañarnos en la piscina», afirma sonriendo Lorena, quien asegura que ella fue una mera espectadora de aquella escena de película. «Yo no soy juez de nadie, no cuestiono nada; cada uno tenemos una historia detrás y la libertad es la única palabra que no van a quitarnos», me cuenta.

Cómo llegó el teléfono a la piscina no lo sabe nadie, pero hoy ella me permite compartir esta historia propia de una película de Cuerda. «Tengo más», me confiesa. «El otro día aparecieron en la orilla de la Bahía tres delfines, en esta misma donde siempre nado... Están pasando cosas y muchas veces prefiero vivirlas, no fotografiarlas», dice.
¡Cómo me gusta la manera de contar las cosas de personas como Lorena, que huelen a azúcar confitado!