Eran alrededor de las 12.00 horas y todavía había alrededor de 30 personas -parte de ellas con mascarillas y otros elementos de prevención- haciendo cola para recibir la bolsa de comida de Cáritas, que contiene productos secos, tales como pasta, atún, legumbres y latas diversas. Todas son iguales. Habían pasado prácticamente tres horas desde que abrió la ONG por la mañana y aún quedaba otra más, aproximadamente, para acabar de repartir las raciones y cerrar al mediodía.

La mayoría de las personas que allí se encontraban eran extranjeros, fundamentalmente procedentes de Hispanoamérica y África. Con el móvil en la mano algunas de ellas, aguardaban pacientemente su turno para acercarse a la ventanilla desde donde se dispensa la comida.

María lleva dos meses en la isla, llegó a cuidar de un anciano pero apareció el coronavirus y le pidieron que no volviera

De las últimas de la fila, María Velázquez, una paraguaya que lleva dos meses en la isla. Llegó a cuidar de un anciano, pero apareció el coronavirus y le pidieron que no volviera. Ante esa «dura situación», ayer optó por acudir a la sede de Cáritas para inscribirse en el registro que le da derecho a recoger una bolsa de comida cada dos semanas. Eso sí, ha de ser lunes, miércoles o viernes, que son los días que la ONG realiza este servicio. Para todos los que acudieron ayer, su próxima oportunidad será el próximo día 30.

Más adelante estaba Julio Arias, un colombiano que lleva cinco meses en la isla. Vino a buscar trabajo y lo encontró en una obra, pero, como los de tantos otros, el COVID-19 ha aplazado sus sueños. Era la tercera vez que acudía a Cáritas. Cerca ya de la ventanilla, otro colombiano, llamado Miguel Ángel Vargas, alabó la «buena labor» llevada a cabo por la organización, de la cual fue informado por su familia. Para este pintor, con tres meses ya en el paro, cualquier ayuda es bienvenida, vistas las circunstancias.

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Mientras avanzamos en nuestro recorrido hacia el reparto de alimentos, pasa un coche de la Policía Nacional pidiendo a los allí presentes, por el altavoz, que mantengan la distancia de seguridad de dos metros el uno del otro. Apartado se ve al senegalés Serrinn Seck, otro de los obreros que ha perdido su empleo por el coronavirus después de 15 años en Ibiza. Con su familia en su país de origen, era su segunda vez en Cáritas.

«Algunos no pueden pagar el alquiler ni trabajando», se escucha al llegar al principio de la cola. Se trata del jienense Ramón Cortés, que vive desde pequeño en la isla, donde ha ejercido varios empleos, desde cocinero a obrero. Este hombre ya no puede trabajar debido a una operación que salió mal en una de sus piernas y ahora recibe «una pequeña paga no contributiva» que no le alcanza para vivir. Al contrario que los anteriores, él va con frecuencia a Cáritas, sobre todo, porque debe conseguir comida para sus nietos. Antes de proseguir la ruta, dice que conoce a «mucha gente en esta situación» y lamenta la cantidad de personas que hay durmiendo en la calle mientras que existen viviendas vacías.

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En efecto, la trabajadora social del programa de acogida de Cáritas, Maite Barchín, confirma que la demanda se ha triplicado desde que apareció el coronavirus. Antes eran unas 30 personas y ya son, cada día, entre 75 y 80. Echa de menos un trato «más próximo» con el usuario que ahora no es posible. Pese a ello, sabe que la gente está muy agradecida a Cáritas y la labor que desarrolla.