Gustavo Gómez posa para Periódico de Ibiza y Formentera. | DANIEL ESPINOSA

Gustavo Gómez (Madrid, 1972) afronta una situación desconocida hasta el momento para todos. Prácticamente se ha triplicado el número de personas que acude cada día a Cáritas a recibir una bolsa de comida. Periódico de Ibiza y Formentera habla con él sobre cómo se está organizando la ayuda. El coordinador de la ONG tiene la esperanza de que de esta crisis surja un mundo mejor.

—¿Cómo ha cambiado la situación en Cáritas con el coronavirus?
—La verdad es que hemos tenido que ir adaptándonos, primero a lo que sanitariamente nos exigían y, por el otro lado, a las necesidades de las personas a las que atendemos. Es un proceso de adaptación, de dar un servicio mínimo para el reparto de alimentos y el comedor social e ir avanzando en la atención social, telefónica y psicológica y todas esas cosas que nos reclamaban los usuarios.

—¿Puede detallar en qué consiste la atención social y psicológica?
—Cada día había más gente que solicitaba ayuda de muchos tipos. Como no podemos hacer esa atención físicamente, hemos incorporado a los técnicos sociales que teníamos en los diversos programas para hacer atención telefónica. Cada día tenemos entre 40 y 50 personas que piden ayuda, aunque a veces son más. Nos repartimos las llamadas entre los técnicos. A veces es por un asunto de vales de alimentos, otras muchas es hablar un rato y que la gente se desahogue. La verdad es que cuentan historias duras. Llaman madres llorando porque no tienen qué dar de comer a sus hijos y muchas historias muy duras cuyas circunstancias intentamos paliar y gestionar. Cuando no podemos hacer nada nosotros, las derivamos. Se trata de hacer una contención y dar la salida que podamos.

—¿Cuántas personas están trabajando en la atención telefónica?
—Somos siete personas trabajando 24 horas. Los fines de semana, también, porque tenemos un grupo de Whatsapp para solventar dificultades técnicas como la protección de datos y ahí los participantes dan su aprobación para la gestión de los datos. Incluso fines de semana, todos los técnicos hablan con unos y con otros y la llamada puede ser de dos minutos o de una hora. El número de atención es el 971311762.

—¿A qué tipo de personas están ayudando? ¿Cuáles son los requisitos que hay que presentar para inscribirse?
—Cuando una persona llama, hablamos con ella y expresa sus necesidades. Si, por ejemplo, es por un asunto de alimentos, viene a la entidad y se le hace un vale por parte de la trabajadora social. Hoy por hoy no podemos hacer entrevista y eso dificulta poder detectar cosas que te cuenten que no sean ciertas. Te pueden meter un gol, pero no creemos que la gente en general vaya a sacar rédito para obtener una bolsa de comida gratuita. En cuanto a los perfiles habituales, aparte de los que solían venir todo el año, van apareciendo nuevas personas que nunca habían venido por Cáritas ni ningún servicio social. Cuando estás un mes sin ingresar dinero, empiezan a surgir los problemas y, gracias a dios, si algo no va a faltar va a ser comida, pero problemas para pagar un alquiler o pagar una farmacia nos los estamos encontrando cada día.

—¿A cuánta gente están ayudando actualmente? ¿Ha habido un aumento desde antes de que empezara el coronavirus? ¿Dejan a alguien fuera?
—Realmente ha habido una escalada en el número de atenciones. Si normalmente con alimentos atendíamos a 30 personas cada día, ahora nos estamos yendo a prácticamente 80, con sus familias detrás, con lo que entre nosotros y la caridad de Santa Eulària y Sant Antoni cada semana nos estamos yendo a unas 400 personas. En cuanto a la atención social, estamos hablando con cerca de 250 personas también cada semana. Son números mucho más altos que los que solíamos atender en un período normal.

—¿Qué contiene cada bolsa de las que reparten?
—Hay pasta, aceite, arroz, algo de carne envasada, latas varias, tomate frito… Para unas comidas por encima de lo básico sí que hay, teniendo en cuenta lo que lleva gestionar logísticamente el movimiento de alimentos de un lado para otro y las dificultades sanitarias. Es una situación muy compleja que creo que estamos gestionando muy bien, aprendiendo de los errores.

—Los productos ¿los reciben de la Iglesia y de donaciones particulares?
—Muchos nos los envía la Unión Europea a través del Gobierno. Son productos gratuitos. También hay empresas y particulares que se han juntado y una persona trae un lote de alimentos que han comprado unos cuantos amigos. Gracias a eso, vamos subsistiendo, gestionándolos conforme nos va haciendo falta.

—¿Cuánta comida repartían antes de esto?
—Eran dos o tres toneladas. Ahí es donde se ve el gran aumento, que, por desgracia, se va a mantener durante bastante tiempo.

—¿Qué precauciones sanitarias están tomando ante esta situación?
—Tanto en la sede, a través de una ventana, como en el comedor social los alimentos los estamos dando con táperes. Hay una mesa donde dejamos los alimentos y los recogen. Hacen cola en la calle y les decimos que guarden la distancia adecuada. Últimamente también está Protección Civil controlando y echándonos una mano. Por la mañana, los lotes de alimentos, que son bolsas hechas, antes sí los recogían en la sede y cada uno elegía lo que quería. Hoy por hoy, eso es inviable, así que hemos vuelto a hacer las bolsas nosotros. Nos dicen su nombre, nos enseñan los documentos y se llevan los lotes. Es la manera que hemos ideado para seguir atendiendo esa necesidad básica y hacer caso a lo que nos mandan y a lo que queremos hacer, que es proteger al equipo. Tenemos unos voluntarios con una edad avanzada y no queremos exponerlos a que puedan tener algún problema.

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—¿A cuánta gente tienen colaborando?
—Voluntarios hay ocho o diez y después estamos los veintitantos trabajadores que nos ocupamos de todo. Están echando muchas horas y entendiendo lo que nos toca hacer.

—¿Cuántos kilos se han donado desde el comienzo de la pandemia?
—Nueve o diez toneladas a la semana, aunque hace un mes no repartíamos tanto.

—¿Cómo está la situación en los comedores sociales de Sant Antoni y Santa Eulària?
—Se siguen dando las comidas y cenas, pero es verdad que muchas de las personas que iban están confinadas en el albergue provisional de Sa Blanca Dona y en el comedor de Vila. Aun así, se sigue haciendo, intentando tener toda la seguridad posible, de una manera digna. Dentro de lo que hay, se intenta que puedan estar seguros, con los espacios adecuados y vigilando que no haya problema, pero son situaciones en las que es difícil trabajar. Pero, sí, se está dando servicio en los dos comedores, al igual que en el de Vila, en el que estamos 25 personas cada día actualmente. En estos centros ha bajado un poco el número de personas porque son, sobre todo, comedores para personas sin hogar. Muchas de las personas que venían de Santa Eulària están donde el Ayuntamiento ha habilitado espacios como el de es Raspallar, donde hay 50 personas. Las personas que no quisieron confinarse son las que vienen a buscar los táperes a los comedores.

—¿Son necesarias las donaciones de comida o ropa en la situación actual?
—Ropa ahora no. Nosotros estuvimos recogiendo de los contenedores, pero ahora la gente no sale tanto a la calle a dejar la ropa en los contenedores. En cuanto a la comida, sí que hace falta. Tenemos muchos ofrecimientos y durante los próximos meses la necesitaremos. Lo que sí que creemos es que hay que preservar lo sanitario, por lo que la gente no está viniendo a entregar a Cáritas, salvo algo muy puntual. Las empresas están donando comida, pero sale el mismo día, porque, como el almacén no es muy grande, se gasta y hay que reponer.

—¿Se lo llevan todo?
—Sí. Lo metemos en una nave que tenemos y donde almacenamos la comida cuando hay mucha cantidad. Por ejemplo, junto antes de la crisis, el Gobierno nos dio 30 toneladas. Eso no podemos tenerlo en ninguna de las Cáritas ni en nuestra sede. Uno de los compañeros va distribuyendo cada día a los diferentes economatos para ir devorando los lotes.

—¿Beneficia a Cáritas como organización ir de la mano de la Iglesia?
—Creo que es un plus tener en la sociedad muchas personas creyentes que piensan que tienen que aportar algo a los más desfavorecidos. Pero, igual que digo esto, también hay muchísimas personas que tienen otro tipo de creencia, o no creen. Nosotros tenemos muchos voluntarios y ni sabemos ni preguntamos sus creencias, pero son muy comprometidos. Creemos que tenemos que ser todos una sociedad caritativa y que mire por los demás, pero sí que tenemos ese plus de las personas creyentes, que entienden que tienen que hacer una aportación a la Iglesia y trabajar por los más pobres.

—¿Qué opina de iniciativas particulares como la de ‘Cristóbal’?
—Toda ayuda es buena. Respetando lo que pueda marcar la Administración, toda ayuda es bienvenida cuando se hace de manera adecuada e intentando hacer un acompañamiento integral a la persona, porque, por desgracia, cuando alguien tiene carencia de alimentos, seguramente tiene muchas otras que hay que intentar paliar para no tenerla toda su vida viniendo a Cáritas o a cualquier otro lugar buscando alimentos, sino que un día pueda salir de esa situación. Eso tiene que ir acompañado de otras atenciones.

—¿Cómo ha afectado el virus a la sociedad? ¿Cree que de aquí saldrá una sociedad mejor?
—Espero que sí. Cuando ha hecho falta recurrir a la sociedad pitiusa, siempre hemos tenido respuesta, pero, como sociedad en general, sí nos ha faltado esa sensibilidad y esa hermandad con personas que están sufriendo por mil causas. Está muy bien una palabra al pobre, pero, cuando se ha hablado de poner un centro de baja exigencia o mover de sitio un albergue, ha habido muchas voces discordantes. Lo que tenemos que conseguir es que de aquí salga algo mejor: una sociedad más concienciada y más humana. Aunque ya hay muchas personas que son así, si sumamos muchos adeptos a la causa de la igualdad y de luchar por los más pobres, seguro que nos va a ir mucho mejor.

—Por último, dígame un detalle de alguien que le haya marcado en este tiempo del COVID-19…
—De las muchas llamadas que nos hacen, te toca más cuando llama una madre desesperada diciendo que no tiene qué dar de comer a sus hijos o que tiene problemas con el alquiler, porque no tiene ingresos, y se te pone a llorar. Estamos viviendo muchas historias duras y por desgracia viviremos más. Eso hace que, para los técnicos de Cáritas, sea duro vivir esto cada día, pero también nos da más fuerzas para paliar esas situaciones y las personas recuperen su vida lo antes posible.

—Muchas gracias. ¿Hay algo que le gustaría añadir antes de terminar?
—Sólo quería comentar que, por desgracia, esta crisis, como casi siempre, vuelve a afectar muy especialmente a las mujeres y a los niños. Por ejemplo, para las clases, el hecho de no tener un ordenador en condiciones para seguir las clases habla de una brecha digital que hace que algunos niños se vayan quedando atrás, y eso también cala y termina notándose.