Estadio del FC Barcelona.

Yo hoy debería estar viviendo por primera vez en mi historia un partido en el Camp Nou. Se trataba de un regalo de cumpleaños para mi novio y que, emulando la canción, íbamos a disfrutar juntos. Vuelos a Barcelona, hotelito urbano y dos entradas para ver a su equipo de cabecera, el Barça, y al segundo que más tilín le hacía, el Atlético de Madrid, batiéndose en el césped de su club. Sé que mi compañía no hubiese sido la más divertida, ni la más entendida, porque a mí no me gusta el fútbol, pero antes, en mi otra vida, teníamos mucha cadencia por convertir los presentes en viajes especiales. El año pasado él fue quien me sorprendió a mí llevándome a ver Turandot a la Fenice de Venecia y por eso, y por muchas otras razones que no voy a enumerar ahora, se merecía una réplica a su altura. De hecho, en el pack, se incluía también una reserva en el restaurante de nuestros sueños… y eso es, precisamente, lo que nos ha pinchado el COVID-19, las ilusiones.

¿Quién nos iba a decir hace unos meses que, en vez de estar en el Camp Nou, llevaríamos en casa 44 días de confinamiento y que nos quedaríamos sin partido, ni escapada, ni degustaciones de platos imposibles, ni nada de nada?

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Se ríe cuando le digo que al menos lo mejor de este virus de mierda es que no tengo que aguantar cada semana ni Liga, ni Champions, ni leches, y se echa las manos a la cabeza cuando le argumento que las razones por las tengo más simpatía por el Madrid que por el Barça es que era el equipo preferido de mis amigas Merche y Cristina cuando éramos jóvenes. A ver, ¿cómo no iba a serlo si la Peña Madridista de Aranda las aceptó como las primeras socias femeninas de su historia cuando teníamos 18 años, con todos los derechos adquiridos, tales como poder usar su sede para celebrar fiestas como aquel cumpleaños mítico en el que cumplimos juntas nuestra mayoría de edad? Ahora que me acuerdo, ese día un amigo nuestro se cayó por el puente de Aranda e hizo honor a la canción tradicional de nuestro pueblo… Creo que luego, como nos fuimos todas a estudiar fuera, dejaron de pagar la cuota y nos olvidamos de aquella sociedad, pero, sea como fuere, desde entonces yo digo que soy del Madrid, y más ahora que mis sobrinos defienden sus colores con pasión y grandes toques. No me pidan que les diga los nombres de cinco jugadores de los blancos porque no podría, pero daría lo que fuese ahora mismo por aplaudir más allá de mi balcón los goles de otros deportistas a los que tampoco conozco de nada.

No se crean que este fin de semana no ha sido especial a pesar de este pequeño ‘contratiempo’. Unos amigos deberían haberse casado y entre todos decidimos vestirnos de gala y darles una sorpresa brindando con ellos en la distancia. Dice Paz que casi mejor, porque que llueva el día más feliz de tu vida es una faena y que como nosotros “teníamos el partido de las narices” y pensábamos ser infieles a su gran fecha, pues así no tendremos excusa en octubre para asistir a la gran boda del año. Y que quieren que les diga, yo creo que tiene razón, porque si algo nos está enseñando todo esto del confinamiento es a equilibrar los sueños, a entender que la vida es un regalo que debemos disfrutar cada día y que lo único importante aquí son la familia y los amigos. Lo siento mucho por aquellos que no logren aprender nada de esta debacle, o convertirse en personas un poco más humanas, pero, «el fútbol es así» y no siempre se puede ganar.