Encuentros en la tercera fase. | Redacción Local

Desde hace días reviso las esquelas con el corazón en un puño por si aparece algún nombre conocido. Siempre me había resultado curiosa la gente que comenzaba los diarios por este apartado y escudriñaba los obituarios en busca de rostros familiares. El COVID-19 nos ha convertido a todos en personas conscientes del olor a muerte y del sonido de su guadaña. Esta es una rutina insólita para mí, como la nueva normalidad sobre la que nos previenen, la planificación de los menús que comeremos o cenaremos o la necesidad de tener la despensa, la nevera y la vinoteca llenas para estar en calma. Yo, que vivía al día y desconocía lo que era esforzarse por cocinar platos diferentes, investigar entre cazuelas y limpiar todo ese desaguisado acto seguido, estoy mutando cada día a una especie de Elena Santonja que sigue alimentando a la periodista que la habita con una copa de vino tinto en la mano y un puñado de canciones en la boca.

Nos han dado tantos consejos durante este confinamiento y tanta información y noticias que un día son verdad y al siguiente mentira, que ha llegado un momento en el que hemos preferido aislarnos en nuestra realidad y hacer lo que nos dé la real gana: comer lo que queramos, beber más de la cuenta, levantarnos un poco más tarde, ducharnos a mediodía, bajar al perro a horas extrañas o cantar en el karaoke hasta quebrarnos la voz. Bueno, esa última frikada puede que solo la haga yo, pero cada uno se divierte a su manera y lo cierto es que en mi caso la música está siendo el abrigo más cálido para apaciguar el frío que exhala el miedo.

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Ahora que sabemos que el lunes podremos salir a pasear, a correr, a patinar o hacer pequeñas incursiones en la playa o en el campo, siempre respetando el kilómetro a la redonda que tenemos por universo, estoy más contenta. Ya me he acostumbrado a prescindir de lujos como ir a la peluquería o a restaurantes, por lo que esperaré pacientemente aquí sentada a que llegue la tercera fase para poder juntarme con mis amigos en mi casa, o en la de Fer, que ya sabemos todos que es el mejor cocinero de mundo, o puede que en la de Carol, porque me debe un steak tartar desde el año pasado.

Seguro que Ana propone que sea en la suya y nos promete que esta vez sí que nos cocinará, como hace siempre, para que finalmente sea Juan quien nos agasaje con sus currys y sus vinos. A alguna de estas lides se apuntará Silvia y a otras vendrán Iris o Alba, siempre que mi padre me envíe el chorizo picante de La Rioja que les fascina. Pilar, como está embarazada, evitará nuestra compañía probablemente y con toda la razón, en nuestro estado daremos mucho miedo, pero Marga zapateará en el suelo que toque, mientras que Jana ya está preparando la tabla de paddle surf para cuando nos permitan surcar de nuevo los mares. Minaya me retará a una competición de ensaladillas rusas y Cris nos recordará que tenemos una quedada pendiente. Tengo dudas sobre si podré abrazarles o si tendremos que brindar con un metro de distancia de seguridad, aunque de lo que sí que estoy segura es de que lloraré como una magdalena en cada una de esas citas y que no me importará si en vez de pintalabios nos toca llevar mascarillas, porque nadie nos robará las sonrisas y la amistad en este nuevo mundo que nos está tocando vivir.

Hoy dicen que un asteroide nos saludará desde el cielo, por lo que voy a quedarme en la terraza tras los aplausos, para pedirle ese deseo que parece de ciencia ficción: cenar cada día con uno de ellos. Como ustedes leerán estas letras mañana, estoy segura de que se cumplirá, así que hasta dentro de poco ‘comandantes’, no vemos en esos encuentros en la tercera fase.