Este no es el primer artículo que le dedico, ni tampoco será el último. Dicen que hasta que no eres madre no eres consciente de lo que significa amar de forma cósmica, hasta aristas que no conocías y con órganos que no tienen nombre. Yo, que no lo soy porque así lo he escogido, creo que, precisamente, quienes sabemos el increíble y complejo acto de generosidad que exige esta ‘profesión’ de la que nunca te jubilas, hemos decidido tirar por otros derroteros, sabiendo que nunca estaríamos a su altura, dedicándole a nuestras madres cada faena y agradeciéndoles hasta el infinito y más allá su entrega.

A mí me educaron para decir sin tapujos «te quiero», «lo siento», «perdona» y «gracias». Son las palabras del mantra de una familia cosida a abrazos y en la que los besos son parte de nuestra religión, aunque a mi hermana le hayan parecido siempre demasiado sonoros, repetitivos y húmedos. En mi casa se celebran los cumpleaños, los santos, los aniversarios, el día del Padre, el de la Madre y todos los ‘San Queremos’ que nos sacamos de la manga con encuentros en los que nunca faltan los platos deliciosos y especiales y el buen vino. Desde hace una década mis sobrinos han copado el protagonismo de la mayoría de estas fechas, soplando por nosotros las velas y dando vida a manualidades imposibles, y creo que no poder juntarnos es lo peor para mi tribu de este confinamiento. Porque, aunque yo viva con un mar de distancia, saber que mis hermanos están cerca, a una horita de coche o a un barrio de mis padres, siempre me ha consolado en esos días a los que no he podido sumarme.

Una de las losas de este confinamiento ha sido saber que mi madre celebrará sin ninguno de sus hijos este primer domingo de mayo. Y sí, ya sé que está mi padre, que también les he dicho alguna vez que es el mejor y el más guapo del mundo, pero si me cuelo en sus pensamientos sé con certeza que en algún momento de este día ella girará la cabeza hacia ambos lados y dirá: «Mecachis en la mar». Entonces se le oscurecerán aún más los ojos por la mala sombra de este virus que les está aislando de lo que más aman en este mundo.

Hemos intentado apagar ese frío con una cajita de buen vino, el Monte Castrillo tinto de Torremilanos que le gusta, y con otros detalles mágicos de esos que solo mi hermana es capaz de concebir, porque si bien es cierto que no le gusta demasiado el contacto físico, después es capaz de hacerte llorar con los regalos más increíbles del mundo. Yo, como siempre, le escribo directamente estos artículos que son casi cartas, en mi particular idioma, y mi hermano le contará alguna anécdota que le hará reír a carcajadas.

La verdad es que hacemos un buen equipo estos tres mosqueteros entre los que nuestra particular maestra puede escoger con quién batirse cada día, dependiendo de su estado de ánimo. Y hoy queremos estar a su lado sin fisuras, demostrándole que sabemos brindar en la distancia, que en cuanto todo esto pase, porque pasará, nos volveremos a juntar a su lado para recordarle que nadie hace los pimientos rellenos ni las croquetas como ella, y para agradecerle que nos haya enseñado a ver la vida con el cristal del optimismo, de los valores bonitos y de las ambiciones que se forjan con esfuerzo.

Feliz día, mamá, y feliz día a todas las grandes mujeres que hacéis este mundo mejor, más bonito y más pleno. Gracias por seguir sonriendo a pesar de este confinamiento y recordad que, en otra línea temporal de esta distopía, puede que vuestras hijas o vuestros hijos también os estén dedicando una página en un periódico.