La enfermera Mónica Roselló, en Ca na Majora, con mascarilla.

Mónica Roselló es una de las profesionales de la unidad de estancia media de Ca Na Majora. Tiene más de veinte años de experiencia en el Área de Salud pero, sin duda, ha sido su paso por este recurso sanitario el que más le ha marcado. Como dice ella, es «una lección de vida».

—¿Cómo ha llegado a formar parte del equipo de Ca Na Majora?
—Trabajo en la Unidad de Especialidades Quirúrgicas y con todo el tema del coronavirus nos preguntaron si había voluntarios porque iba a abrir la Unidad de Ca Na Majora. Nos dijeron que llevarían todos los abuelitos de las residencias que habían dado positivo en coronavirus y necesitaban un equipo de gente para trabajar allí. Pidieron voluntarios y cuando tu corazón y tu cabeza te dicen que tienes que ir allí, tienes que hacer caso;qué mejor causa estar con los más vulnerables, los ancianos, y ayudar, decidí irme para allá. Es lo mejor que puede hacer. Es una lección de vida.

—¿Qué le ha aportado su trabajo en Ca na Majora?
—Hemos tenido que cambiar la dinámica de trabajo. Es una visión totalmente diferente. Te enfrentas directamente a la muerte. Es mucho trabajo de estar con unas personas que les coges mucho cariño y que sabes que puedes que se curen o no. Les das lo mejor de ti. Cuando sabes que no hay mucho más que hacer les acompañas en los últimos momentos para que pasen los últimos días lo mejor que puedan y que descansen en paz. Cuando están allí no dejan de estar encerrados en una habitación, no pueden salir para nada. Minimizas las entradas a las habitaciones porque cuanto menos expuesto estas a ese paciente tienes menos riesgo. Una vez que entras en la habitación haces todo y más para que ellos se sientan confortable y a gusto.

—¿Qué hacen para que se sientan bien?
—Formamos parte un poquito de su familia y ellos nos tienen nosotros. Nos cuentan sus historietas y si nos tenemos que poner a cantar o a bailar, lo hacemos. Hacemos lo que haga falta, con nuestros equipos sudando la gota gorda, pero allí estamos.

—Tiene que ser un poco complicado el trabajo porque entiendo que entran con los equipos de protección individual y guardando las distancias.
—Entramos con las EPIs y las distancias no se guardan porque vamos protegidos. Pero el contacto es diferente, ellos nos ven detrás de una mascara, unas gafas, un gorro, doble guantes, doble bata. Vamos hiperprotegidos. Les decimos quienes somos pero no nos pueden poner cara. Ahí estamos.

—Decía que se enfrenta a la muerte. ¿Es eso lo peor del trabajo en Ca Na Majora?
—Como enfermera, por desgracia, lo vives en nuestra profesión. Pero en estos momentos en los que el paciente no puede estar acompañado de su familia o que lo va a ver pero tiene que estar con esa distancia de seguridad, y ves que está muy malito. Somos muy de tocar, de abrazar, de coger la mano, eso es lo más duro con lo que te enfrentas. El paciente no tiene a su familia al lado y cuando van a verlos tienen que mantener esa distancia de seguridad y no los pueden tocar.

—¿Y lo mejor?
—Sus caras de felicidad. Uno de los pacientes lleva desde su ingreso buscando su teléfono móvil y el reloj, que estaban en la residencia. A través de un familiar lo pude conseguir y se lo llevé yo. No tiene precio ver su cara de felicidad al entregarle el reloj y el móvil. Me dio hasta un beso en la cabeza y yo llevaba el gorro. El hombre estaba pletórico. Eso no te lo quita nadie. Es una gratificación personal. O cuando ves las caras de felicidad cuando se van, que lo que has hecho ha servido para algo. Con eso nos quedamos.

—¿No se ha planteado aislarse en los apartamentos para evitar el contagio por su familia?
—Al principio cómo no sabíamos a lo que nos íbamos a enfrentar, íbamos como preparados para enfrentarnos a la batalla, se nos ofreció irnos a los apartamentos a los que estábamos en contacto con pacientes Covid-19. No lo descarté porque tengo dos hijas y no sabíamos lo que nos íbamos a encontrar. Pero las residencias actuaron muy rápido, hemos tenido muy baja incidencia, opté por quedarme en casa y sigo aquí. Bien, no ha habido ningún problema.

—¿No ha tenido temor al contagio?
—Sí, lo he tenido, lo que pasa es que forma parte de nuestro trabajo. Son cosas que te pueden pasar, pero te pueden pasar con cualquier paciente infectado. Estando bien protegidos como estamos, no he tenido ningún contagio. Se nos han hecho las pruebas y gracias he salido todo negativo. Si me tiene que tocar, me tocará, pero estoy tranquila. No hay que perderle el respeto y actuar con cordura.

— Ahora que estamos en la fase de la desescalada y ha tenido la oportunidad de salir a la calle a la población, ¿Qué mensaje transmitiría a la población?
—Cada vez que salgo a pasear, veo todo peligros, sobre todo cuando has vivido todo esto porque el virus actúa con mucha rapidez. Veo que la gente ha perdido el miedo. Está como muy confiada. A los ciudadanos les digo que no pierdan el miedo, que el virus está todavía ahí, que la gente en el hospital llevamos muchos días trabajando y que tengan un poco de sentido común, que hagan caso de lo que se dice, que el virus sigue ahí todavía, que se mantenga la distancia de seguridad y las normas de higiene, lavado de manos. La gente está como más relajada.

—Mencionaba antes que estaba muy protegida. En esta crisis se ha hablado de falta de medios. ¿Ha tenido sensación de inseguridad?
—Para nada. Gracias a la gestión de la dirección de Enfermería y todo lo que hacen las supervisoras, que no se ha mencionado hasta ahora pero detrás de esto hay un trabajo enorme. En Ca Na Majora hemos tenido batas y monos se nos ha ofrecido formación. Nos hemos sentido muy apoyadas y en ningún momento hemos tenido falta de recursos, ni mascarillas, ni nada.

—Llegará un momento en que la unidad se cierre. ¿Cómo se plantea la vuelta a la sanidad?
—Me sentiré un poco rara. Voy a sentir que me va a faltar algo, pero esto es cambiar el chip.