La tabla de salvación.

Hay una escena en una película de humor en la que cuando el malo malísimo ordena a sus secuaces “peinar el desierto” para dar con el bueno de turno, estos lo buscan haciendo uso literalmente de un peine de dimensiones estratosféricas manejado por un grupo de soldados de otra galaxia. Algo parecido a lo que tendrán que hacer en nuestras playas para que podamos usarlas este verano.

La creatividad de algunos artistas nos muestra ya sistemas que permiten dibujar cuadrículas sobre la arena con las que delimitar espacios y respetar la distancia de seguridad a la que debemos acostumbrarnos en esta “nueva normalidad”. Me imagino las calitas de Ibiza trazadas de forma similar a los extraños maizales americanos desde los que suelen mandarnos mensajes los extraterrestres en la gran pantalla y no me quito de la cabeza cómo serán las nuevas peleas entre vecinos de toalla o de pareo, cuando alguien pise la línea divisoria entre uno y otro. Aunque, viendo lo complejo que será desplazarse hasta nuestra isla, seremos los residentes y algún que otro afortunado quienes nos encontremos en Cala Comte o en Talamanca sin vernos obligados, por primera vez, a llegar a las manos para defender nuestro territorio. Esa es otra, tal vez las peleas, cuando se dé el caso, se hagan izando los puños al aire y lanzando patadas voladoras para evitar tocarnos, y cuando los vendedores ambulantes nos perturben en el mejor momento de nuestros libros para ofrecernos todo tipo de cachivaches extraños o zumos y frutas de dudosa higiene les recordaremos que no osen cruzar nuestro cuadrado. Seremos como esas adolescentes de serie B que se protegen dentro de círculos trazados con tiza donde las brujas no pueden hacerles daño, y cuando queramos nadar iremos dando saltitos o esquivando al resto de bañistas emulando a los personajes de Matrix. Al menos parece que las bizarras ideas de instalar pantallas de metacrilato contaminando nuestras costas y apelando al mal gusto han sido descartadas de antemano.

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Eso sí, parece que no nos dejarán ponernos en esta distópica situación hasta el 8 de junio o, lo que es lo mismo, hasta 40 de mayo y tercera fase, apelando al refranero popular que nos invita a no quitarnos hasta esa fecha el sayo. Ayer el CSIC, que es la agencia estatal que aglutina al mayor número de investigadores y científicos de nuestro país, nos dijo que hasta dentro de un mes deberemos olvidarnos de darnos unos buenos chapuzones a pesar de que no hay evidencias (me encanta ese término que no dice nada) de que el COVID-19 pueda contagiarse en el agua del mar. Los porqués se basan en que es mejor que no nos arriesguemos a ello porque la práctica de este noble hábito suele acarrear un “relajamiento” en las medidas de seguridad impuestas. De hecho, algunos medios afirmaban que el SARS-CoV-2 pierde fuerza en contacto con la sal y al escuchar eso yo ya me imaginé emergiendo como una sirena en las turquesas aguas de las Pitiusas. Pero no, aunque en Formentera algunos afortunados hayan probado su frescor mientras el vacío legal así se lo ha permitido, desde el Gobierno nos dicen que ‘naranjas de la China’ y que durante los próximos 30 días nos conformemos con duchas en la soledad de nuestros hogares. ¡Cómo se nota que algunas ideas vienen volando desde Madrid! donde, como dice la canción, “no hay playa” y desconocen las costumbres y necesidades de los oriundos de paraísos como el nuestro.

Tampoco sabemos a día de hoy cuándo podremos navegar, aunque sea en el barco de algún amigo que se apiade de nosotros, y la única triquiñuela a la que podremos aferrarnos serán nuestras tablas de paddle surf a lomos de las cuales deberemos fingir, enfundados en un neopreno, que somos grandes deportistas, como hacen cientos de personas cada noche corriendo por nuestros paseos marítimos con el corazón en la boca. Ahora creo que ese regalo de cumpleaños es el mejor que me ha hecho nunca mi chico y les aseguro que será mi particular tabla de salvación. ¡Nos vemos en las playas!