La mesa.

Un amigo de verdad recuerda tus alergias y tus gustos mejor que tu madre. Los míos, incluidos algunos chef de restaurantes, saben que no puedo tomar ningún tipo de lácteo, ni cebolla, ni ajo crudo y que el arroz negro me produce escalofríos. Mis amigas añaden, además, conocimientos extra como que jamás me pondré nada que emule la piel de un leopardo y que los tacones y yo no nos llevamos demasiado bien. Les decía esto porque mi madre nunca recordó que a mi hermana le apasionaba la tortilla francesa pero que odiaba los huevos fritos y que a mí me ocurría exactamente lo contrario, así que durante años nos cambiamos el plato a la hora de la cena muertas de la risa. Lo siento, mamá, no me lo tengas en cuenta cuando nos veamos y me recrimines a dos carrillos saber perfectamente que mis platos preferidos son tus croquetas, tus pimientos rellenos de carne y tu pastel de espinacas.

Mi chico detesta el tomate crudo tanto como las comedias románticas, pero cada mañana me los prepara para desayunar con café templado. Al final somos animales de costumbres que ante la mesa reproducimos a la perfección cómo somos. En mi caso glotona, complicadita y con una ristra de taras. En mi tribu todos saben, además, que los ruidos de los cubiertos contra los platos me convierten en una psicópata y ha habido cenas en las que todos han enmudecido esperando mi cólera ante un agravio de esa magnitud.

Como entramos en la Fase 2 hoy y ya hemos comido y cenado varios días en casas de amigos, la próxima terraza en llenarse de brindis será la nuestra y por eso he estado todo el fin de semana pintando, decorando y convirtiendo una mesa negra de forja algo oxidada en una tabla blanca que me tiene henchida de orgullo. Dice mi chico que se notan los brochazos, pero yo la veo preciosa, sobre todo por las noches, cuando los led del edificio de enfrente la iluminan como si fuese una estrella. Aunque nos dejen juntarnos hasta a 15 personas a mí como mucho me caben seis, así que ya estoy ideando cómo sorprenderles y qué prepararles en varias tandas. Sobre todo cuando en estos encuentros previos en la primera fase ellos han tenido tanto mimo en la elaboración de panes, tartas, sushi o steak tartar libres de todos los productos que me provocan fiebre y otras molestias altamente desagradables.

Le contaba el sábado a mi cuñado todo esto, mientras me pintaba el ojo a toda prisa y me calzaba un precioso vestido verde que tenía por estrenar de mi antigua vida. Tenía una cena en casa de unos amigos y, para no perder viejas costumbres, llegábamos tarde. La culpa fue de Parásitos, la película koreana que nos robó un Oscar este año y que nos tuvo absortos ante la tele. «Ya verás qué especial es poder reencontrarte con los amigos, Javi», le espeté y él entre risas me soltó que cómo se nota que no tengo hijos, ya que para ellos la vida no cambiará tanto. «A ver, me refiero a que el fin de semana podréis juntaros con los ‘papás’ o con tu hermana y los niños y que es probable que os emocionéis y todo», le repliqué. «Eso sí, eso es lo más importante», claudicó mi cuñado que es parco en palabras pero generoso en actos.

De hecho, la Fase 1 entra en Madrid hoy, que es el cumpleaños de mi hermano mayor, así que estoy feliz porque tendrá el mejor regalo de los últimos tiempos: poder elevar su copa de agua con aquellos a los que tanto echa de menos. Para que yo pueda sumarme a todas las fechas especiales que me estoy perdiendo todavía faltan un par de pantallas más, pero tiempo al tiempo.