Blanco y Negro, una distopía dentro de otra distopía. Un escalofrío que pone la piel de gallina durante minutos. Un calambre que es de verdad y que sale de nuevo en los informativos y no en Netflix, como nuestros muertos, los 27.000 según cifras oficiales o más de 40.000 según estimaciones reales, da lo mismo, porque ellos están ya callados.

Estados Unidos, el país de la libertad, nos despierta con luchas raciales que no veíamos desde hacía décadas. Los telediarios nos muestran las imágenes de escenarios que parecen salidos de ficciones como La Purga o El cuento de la criada, donde las clases altas y blancas siempre ganan. ¿Dónde están las premisas de un pueblo que ondeaba la bandera del todo es posible? ¿Dónde han enterrado el sueño americano que hizo presidente a Obama y le permitió vivir y mandar en la Casa Blanca a pesar de la antítesis?

Tal vez el coronavirus tenga efectos colaterales en el cerebro y lleve a algunos presos de la locura a sesgar a los demás por el color de su piel, o puede que, si creemos teorías ‘cospiranoides y bizarras’, su presidente, Donald Trump, sea realmente un extraterrestre dispuesto a cargarse el planeta. Algunos afirman que solo así se comprendería la forma de responder a sus órdenes de una mujer que ejecuta instrucciones con una total ausencia de empatía, cómo hablan, cómo se comportan y hasta el color de un pelo ralo que parecen de otro mundo. Además, sus declaraciones ante medios de comunicación o a golpe de tweet son propios de dictadores de otros universos. Sí, puede que esa sea la razón. Hablamos de un ser que negó el calentamiento global, que quiso construir un gran muro que separase Norteamérica de México y que ahora se esconde en su búnker mientras amenaza con lanzar al ejército para contener las manifestaciones desatadas en su contra. Trump ha hecho del racismo su señera y ha permitido y alimentado acciones policiales desmedidas contra quienes no le votaron.

Nosotros, que tenemos estos ojos pequeños de ‘hispanos’, como nos llama, porque creo que no sabe que nuestro país está en Europa, y que no contemplamos que un agente pueda dispararnos si sospecha que lo que llevamos en el bolsillo es una pistola en vez del plátano de la merienda, nos quedamos petrificados ante homicidios, abusos de autoridad o palizas a plena luz del día. Pero claro, nosotros vivimos en un país en el que eso ocurrió hace mucho tiempo, cuando un señor bajito y con una voz también incompleta vivía en El Pardo.

Aquí nos sorprendemos de que un hombre muera asfixiado por ser negro como único delito y llenamos nuestros Instagram con fotos fundidas como señal de apoyo y de duelo, pero debajo de esta corteza también somos racistas desde siempre con judíos y moros, a los que expulsamos del país sin miramientos, y ahora con todos los que llegan de fuera, si no tienen la cartera llena. No nacemos odiando, sino que nos enseñan a hacerlo y ningún niño siente rechazo por otro tenga este el pelo, los ojos o la piel del color que sea.

Hay quienes dicen que no vamos a aprender nada de esta pandemia, que es mentira eso de que nos hará mejores personas, más conscientes y generosos con los demás; pues conmigo no cuenten. Yo sí que voy a crecer, a evitar injusticias y a cambiar lo que no me gusta de este mundo. Yo soy de las que ven el mundo con todos sus matices y no en blanco y negro, y de aquellas que llaman a los imbéciles por su nombre, porque el futuro está a la vuelta de la esquina y en este no queremos a seres de otros planetas.