Censurar en 2020 Lo que el viento se llevó por su trama abiertamente racista y que idealiza la esclavitud, es como quemar Lolita, derruir las pirámides de Egipto y borrar a Cristóbal Colón de un plumazo. Puestos a saquear aquellos vestigios del pasado que nos recuerdan prácticas aberrantes terminemos con el Partenón, con los Anfiteatros de Cartago o de Roma y con la Gran Muralla China, ya que para erigirlos se usaron las manos y las vidas de cientos de miles de esclavos y son muchas las almas que yacen entre sus aristas. Si levantamos nuestra voz contra una película de 1939 porque en ella se alababa la imposición de una raza sobre otra, despojemos también a Neruda de la valía de sus poemas, a Picasso de su talento y a Michael Jackson de su discografía completa. ¿No son acaso estos genios seres que maltrataron o abusaron abiertamente de sus propias mujeres o de niños?

Tal vez el confinamiento haya despertado con más saña las ganas de borrar del mapa todo atisbo de incorrección a los revisionistas, esos seres que ven fantasmas peligrosos donde solo quedan los cadáveres de vestigios culturales enmudecidos.

Mientras que la serie Hollywood reproduce en Neflix con fina ironía y una crudeza azul vestida de humor negro los linchamientos contra negros, homosexuales y los abuso de productores de cine hacia actores, en HBO anuncian la retirada de este clásico del cine americano, ganador de varios Oscar. Tal vez hubiese sido más sencillo ilustrarnos un poquito más para que sepamos discernir entre lo correcto y lo incorrecto en vez de recurrir a técnicas paternalistas como la prohibición y punto. Tras la polémica han reconocido que su eliminación de la cartelera solo será temporal, hasta que les dé tiempo a editarla e incluir una advertencia sobre los prejuicios racistas implícitos en algunas de sus secuencias y diálogos. En este mundo de tontos en el que hay quienes reconocen abiertamente que no leen y donde amenazan con aprobados generales para mantener a las masas ignorantes y pobres, parece necesario explicar lo obvio.

A partir de ahora verán preciso también explicarnos en los créditos de las películas de acción que las escenas más violentas no son reales, en las de extraterrestres que estos no existen y en las de terror que los vampiros son de pega. En El Mago de Oz añadirán que los leones no hablan y que ha sido una concesión muy atrevida ponerle valor y voz a uno de sus personajes disfrazado del rey de la selva, apelativo del que, por otro lado, van a despojarle porque su corona ofende al resto de especies.

Denunciar todo tipo de comportamientos racistas, sexistas, maltrato, abusos o explotación de toda índole en el mundo que pisamos hoy es algo a lo que todos deberíamos sumarnos. Nadie tendría que morir asesinado con una rodilla en el cuello solo por el color de su piel y que un planeta entero se levante para recordarnos que todos somos iguales es maravilloso. Precisamente estas manifestaciones son las que nos diferencian de esa película que se llevó el viento. Aun así, no es justificable querer elevar piras para hacer arder aquellas expresiones artísticas que nos recuerdan quiénes fuimos, solo porque ese espejo no nos gusta, y que torpedeen los pilares de las sociedades en las que llevamos miles de años conviviendo. Podríamos hacer lo contrario, y dar un acceso universal a todos los conocimientos que hemos sumado a lo largo de los siglos, así tendríamos las armas necesarias para combatir las desigualdades y dolores de otro tiempo, sin censura y con los mejores argumentos.