Aunque muy poco a poco algunos restaurantes y cafeterías están empezando a tener algo más de público en sus mesas. | Arguiñe Escandón

Si ayer informábamos en Periódico de Ibiza y Formentera de la situación de Platja d’en Bossa, desierta y sin apenas comercios abiertos, prácticamente se podría decir lo mismo de buena parte de Cala de Bou. Sin embargo, aquí hay una gran diferencia. Viendo la falta de turistas y que los hoteles de la zona tardarán en acoger a visitantes, las cafeterías y restaurantes que se han animado a abrir se han lanzado a intentar atraer a los residentes en Ibiza.

Algunos, como el Chiringuito Es Puetó, al inicio de Cala de Bou y en plena Bahía de Portmany, siempre han apostado por ello y eso ahora les está permitiendo, cuanto menos, sobrevivir. «Está siendo un verano muy flojito, sobre todo entre semana cuando estábamos acostumbrados a llenar toda la terraza por las noches fuera el día que fuera, pero el habernos dirigido durante muchos años al público ibicenco no hace que podamos seguir abiertos», explicó ayer a este periódico Cristian, uno de los responsables de este restaurante.

A pesar de ello también esperan con ganas a que lleguen los primeros turistas de tipo familiar «que buscan otro tipo de servicio al que ofrecen muchos restaurantes en Sant Antoni». Mientras eso sucede han tenido que reducir horas de sus empleados y no han hecho ERTE porque todos sus trabajadores están contratados. «Estamos esperanzados y también con mucha incertidumbre porque todos los días aparecen rebrotes nuevos de coronavirus y tenemos miedo a que demos pasos atrás en las desescaladas, con el problema que eso supone para los restaurantes», concluyó Cristian.

Grandes contrastes

Durante estos días, sin turistas, Cala de Bou es un lugar de grandes contrastes. Al lado y enfrente de Es Puetó hay varios restaurantes de playa abandonados. Incluso, en alguno de ellos, el cristal para las cartas y los soportes para las sombrillas están completamente oxidados.

También hay manzanas enteras de edificios en los que todos sus bajos comerciales están cerrados, algunos en ruina y con decenas de carteles de Se Alquila o Se Vende colgados. Hasta está en venta el Gorila Hippy Market, uno de los lugares más emblemáticos de la zona durante muchos años, y los cajeros para sacar dinero están casi abandonados a su suerte.

Sin embargo, entre tanta ruina hay algunos que resisten como pueden. Poco a poco se van abriendo algunas tiendas de souvenirs repletos de pulseras, ropa de playa, colchonetas, balones o sombrillas y varias oficinas de alquiler de coches con la esperanza en la llegada de los primeros turistas.

Además, algunos restaurantes y cafeterías están haciendo un esfuerzo por atraer clientela residente en la isla. Es el caso, por ejemplo de un lugar nuevo, Can Toni Café, que abrió en mayo en el número 16 de la avenida de Cala de Bou repleto de bollería artesana, zumos artesanales y menús saludables y poco a poco ha conseguido hacerse un nombre. Ayer, tenía todas las mesas llenas.

Incluso, yendo un poco más allá y casi llegando al municipio de Sant Josep, se pueden ver pequeñas cafeterías, con terrazas de cuatro o cinco mesas, también llenas de gente a las 12.30 horas. Incluso, ya al final, junto al restaurante Can Pujol, en el carrer des Caló, con maravillosas vistas al mar y al atardecer, han empezado a abrir algunos locales pequeños que empiezan a funcionar con clientes locales. Señal de que la esperanza en Cala de Bou está puesta en los residentes.