En un lapso de, aproximadamente, 20 minutos, se cuentan más de diez vendedores ambulantes que van y vienen por todo el perímetro de la playa. | Arguiñe Escandón

Fruta fresca, trenzas, refrigerios e incluso ropa y complementos. Las playas de Ibiza se llenan cada verano de personas que llevan a cabo un mercado de venta ambulante desde primera hora de la mañana. Sin embargo, es sobre todo en las horas centrales del día cuando hay mayor afluencia de clientes. Decenas de tenderos se apelotonan a la entrada de las playas para empezar su ‘jornada laboral’, sin importar qué día de la semana sea.

Basta darse un paseo por playas como la de Ses Salinas o Platja d’en Bossa para encontrar ejemplos de estas prácticas, dado que la presencia de vigilancia en estas zonas es más bien escasa. Los comerciantes disponen sus productos en la arena, como la ropa, para que, quien esté interesado, se acerque e incluso se la pueda probar. También existe la opción de coger comida ‘para llevar’ puesto que muchos son las personas que venden bocadillos, vasos de fruta o empanadas, tapados con una servilleta, con las mínimas medidas de higiene.

Tanto turistas como locales van a la caza de la mejor imitación de gafas o el mejor bolso, que también puede comprarse a pie de playa. Algunos de ellos preguntan y, si no están de acuerdo con el precio, regatean hasta hacerse con el producto al mejor precio.

Disconformidad
«A veces, resulta un poco agobiante», comentó Lucía, una vecina de Ibiza que se encontraba ayer en Platja den Bossa junto con su pequeño Unai, de solo dos años. «Se te acercan muy insistentemente para ver si te pueden vender algo y luego, a la hora, vuelven otra vez, el mismo u otro diferente».

Y es que, el desfile de vendedores ambulantes es constante. Hablan entre ellos cuando pasan, por lo que, probablemente, trabajen todos para el mismo tercero.

«Agüita fresca, coronita, fanta» se oye a lo lejos a uno de los vendedores. Son las 13 y la zona del final de Platja d’en Bossa está a rebosar de gente. Estos gritos no son muy agradables, sobre todo para aquellos que van a la playa un sábado por la mañana buscando tranquilidad. «No creo que sea necesario que cada 15 minutos tenga que escuchar el menú a grito pelado», criticó Santi, un madrileño que visitaba por primera vez la isla. Alojado en un hotel cercano, reconoció que esta situación no es «puntual por ser fin de semana», sino que, los demás días, también ocurre. «La gente guarda la distancia por norma general, pero quien te quiere vender se acerca demasiado y muchas veces la mascarilla la lleva mal puesta. Debería estar mucho más vigilado», sentencia.

En esta misma línea de críticas, Ana, otra turista, explica que, dada la situación actual, «se debería tener mucho más cuidado». Y es que, no «ve lógico» que los vendedores ambulantes vayan con una mascarilla, sudando y ofertando comida. «No sabemos dónde ha estado esa comida ni cuánto tiempo lleva en su neverita, ni si se ha caído a la arena… No veo normal que los restaurantes tengan tantos protocolos y esto sea un foco tan evidente y se permita». Así pues, también explicó que no es un problema que se limite a una o dos playas de la isla, sino que es una práctica generalizada en «todos los municipios a los que ha ido».

Año tras año
Sin embargo, no todo son quejas. A pesar de que es una práctica no regulada, muchos son los turistas que la fomentan. «Una botella de agua fresca cuesta 1,50 mientras que el chiringuito de aquí al lado me la cobran a 3,50. Me parece un timo en el que no voy a volver a caer», explica Leire, que quedó «escandalizada» cuando vio el precio de su botellín y la cerveza de su pareja en dicho chiringuito hace un par de días. «Te aseguro que no lo volveremos a pagar», afirma.

Por su parte, los negocios de la zona se ven muy afectados, verano tras verano, por la misma situación. «Cada año es lo mismo y no podemos hacer nada», comentó uno de los hamaqueros de un negocio a pie de playa.

Es evidente que para ellos, se trata de una competencia contra la que «no pueden luchar». «Cada verano esperamos que haya multas y detenciones que no llegan», se queja. En este sentido, las críticas de Juanra, otro de los camareros, también se enfocaron en la dudosa procedencia y salubridad de la oferta, sobre todo «en este momento en el que estamos en plena ola de contagios otra vez».

Por otra parte, el encargado de otro establecimiento criticó que, al ser ilegal, no pagan impuestos, al contrario que ellos. «No podemos comparar situaciones, pero hace tiempo que se reclama a los diferentes ayuntamientos más contundencia con este tipo de prácticas», concluyó.