Víctor Guasch, fundador y propietario de Atzaró, posa en el agroturismo. | MARCELO SASTRE

La mejor noticia del año para Víctor Guasch es la eclosión del huerto de Atzaró. La antigua finca familiar de naranjos, que ya produce 300.000 kilos al año de distintas variedades, se ha enriquecido con 30.000 metros cuadrados de hermoso vergel: fresas, frutos del bosque, tomate cherry de varios tipos, árboles frutales, pimientos, berenjenas… Un jardín de kilómetro 0 que se recorre bajo unas pérgolas que en un par de años quedarán envueltas con la sombra de las buganvillas. A las parejas que se hospedan en el agroturismo les encanta pasear por este bosque comestible. Una nueva faceta del romanticismo: «Ahora los clientes quieren espacios abiertos, estar en contacto con la naturaleza y con la autenticidad, les gusta caminar, sentir lo orgánico». Ésta es una razón más por la cual este hotel rural, rodeado de una finca de 13 hectáreas y 16 años después de su inauguración, sigue siendo un referente en Ibiza para el turismo de alto poder adquisitivo que busca ante todo la serenidad.

«Es la nueva forma de viajar», explica Víctor Guasch, economista ibicenco que trabajó en misiones diplomáticas en medio mundo hasta que fundó Atzaró a con el apoyo de su familia y un socio, Philip Gonda. El estilo y la marca del Grupo Atzaró comprende el agroturismo, un restaurante (Atzaró Beach) y un chiringuito, ambos en Cala Nova, y otro restaurante, Aubergine, en la carretera de Sant Miquel, que se abastecen del huerto y de productos autóctonos. Como en casi todos los establecimientos de Ibiza, las previsiones para 2020 eran «fantásticas», con las reservas garantizadas y un calendario de propuestas artísticas, gastronómicas, bodas y eventos a cual más atractivo, pero llegó marzo… Atzaró cerró y volvió a abrir el 22 de junio. Las reservas subieron de nuevo como la espuma hasta que el 15 de agosto llegó el mazazo con la imposición de la cuarentena en el Reino Unido y las restricciones que establecieron posteriormente diversos países europeos.

—¿Cómo está viviendo la situación actual?
—Seguimos teniendo reservas y estamos viendo que la gente tiene muchas ganas de vivir, que a nuestros clientes les encanta nuestro estilo de vida ibicenco y mediterráneo, pero las medidas que se han implantado son necesarias. La protección de la salud pública es lo primero, aunque también hay que cuidar la economía.

— ¿Los europeos siguen anhelando unas vacaciones en Ibiza?
—Ibiza es el Ferrari del Mediterráneo, y en cuanto se pudo viajar, no pararon las reservas. Tuvimos un notable incremento hasta el 15 de agosto, hasta la cuarentena ordenada por el Reino Unido.

—¿Qué efecto han tenido estas medidas en sus establecimientos?
—Para nosotros es muy importante el turismo inglés, pero también el holandés y el suizo, entre otros. Son clientes que valoran el lujo de lo natural. Nuestro lujo es el espacio. Entran con mascarilla, pero se relajan enseguida cuando comprueban que hay muchos jardines y espacios abiertos, que las habitaciones tienen entrada individual desde el exterior y que hemos adoptado todas las medidas higiénicas.

— ¿Cómo son los clientes que están llegando?
—Ahora muchos de los huéspedes son personas que conocen Ibiza desde hace muchos años. Son clientes habituales que disfrutan de la naturaleza de Ibiza y de la tranquilidad. Este año ha venido gente con mayor poder adquisitivo. Esta es la tendencia. Ahora estamos en una etapa de transformación, pero estoy convencido de que iremos a mejor y el año que viene será muy bueno. Ya estamos trabajando para 2021 porque la temporada de 2020 ya está perdida.

—¿Hacia dónde debe ir el modelo turístico?
—El modelo tiene que ir hacia un turismo de más calidad, que aporte a la isla y que pueda disfrutar de nuestro campo, de la naturaleza, de nuestras playas. Vamos hacia la autenticidad. El turista de hoy quiere descubrir los sitios por libre, no que le lleven. Quieren que les recomiendes lugares o restaurantes auténticos.

—Recomiende una jornada de vacaciones a sus clientes
—Desayunar en Atzaró y luego darse un baño en algunas de las calas del norte, en s’Illot des Renclí o en Pou des Lleó. Luego un arroz… Y por la noche una cena en Aubergine o en Balàfia, o un paseo por el puerto de Ibiza. Hemos notado que este año a los clientes no les gusta desplazarse muy lejos.

—Hace dos años puso en marcha un barco-hotel en Indonesia. Unas vacaciones de ensueño hasta que irrumpió el covid…
—Todo iba genial hasta que en marzo se cerraron los aeropuertos, y ahora no hay manera de que pueda llegar el turismo internacional. El barco, con nueve habitaciones, recorre los parques nacionales de Komodo y Raja Ampat, en un entrono increíble de islas deshabitadas y con una diversidad natural y unos fondos marinos espectaculares. Pero ahora solo hay algo de turismo local. Esperemos que a finales de año abran los aeropuertos, porque en Bali está afectando muchísimo esta crisis. Tenga en cuenta que allí viven al día, no hay ayudas oficiales ni cuentan con una red de asistencia social o sanitaria en condiciones. Me gustaría ir, pero este año creo que no me moveré de Ibiza. Tengo que estar aquí, cada día cambian las normas…

—¿Cree que en 2021 rebrotarán algunos de los problemas que ya afectaban a la hostelería en años anteriores, como el precio de la vivienda para los trabajadores?
—Este tema ya significaba otros años una dificultad enorme para muchos empleados, pero esta temporada, además, se han complicado las cosas y ven que no pueden vivir aquí todo el año por el precio de los alquileres. Es un gran problema que hay que resolver y volverá a ser un problema en 2021.

—¿Qué cambiaría de Ibiza si estuviera en su mano?
—Haría una recomendación general para que tengamos un turismo de calidad, gente que disfruta de la isla, de su naturaleza… El otro modelo ya lo hemos probado muchos años.