El uso del gel hidroalcohólico es obligatorio antes de entrar y los vigilantes controlan el acceso antes de llegar a 300 personas. | MARCELO SASTRE

Como la famosa aldea gala de Asterix y Obélix el Mercadillo de Sant Joan sigue resistiendo irreductible a las restricciones e incomodidades que ha generado la aparición del coronavirus. Todos los domingos por la mañana sigue recibiendo a un amplio número de fieles y turistas que acuden atraídos por sus puestos de artesanía, decoración y alimentación.

Sin embargo, el aspecto de este mercadillo organizado por el Ayuntamiento de Sant Joan junto a un nutrido grupo de artesanos de la isla ha cambiado bastante desde que empezó. Fundamentalmente porque, tal y como aseguró ayer a Periódico de Ibiza y Formentera la presidenta de los puestos del mercadillo, María del Mar Andrés Vega, «la seguridad de visitantes, comerciantes y vecinos del pueblo es lo más importante».

Medidas estrictas
Por eso se han tomado «muy en serio» cumplir con todas las medidas sociosanitarias que imponen las autoridades para evitar contagios y rebrotes del virus. La más importante ha sido reducir los puestos, pasándose del centenar que tuvo en su momento más álgido al los 50 que había ayer. Todos están separados entre ellos por una distancia mínima de dos metros y ubicados únicamente en la zona de la plaza y en una de las calles, quedando la zona de enfrente del ayuntamiento antiguo desierta y habilitada para una decena de taxis que esperan pacientemente y con optimismo recoger algún cliente.

Además, la entrada y salida al mercadillo se hace de forma ordenada. Solo hay posibilidad de entrar por dos zonas habilitadas para tal uso y salir por otras dos, siguiendo un recorrido pensado para que se puedan ver todos los puestos y no haya excesivas aglomeraciones. En cada acceso hay un vigilante para controlar el aforo y una mesa con gel hidroalcohólico ya que es obligatorio ponérselo en las manos. Lo mismo con la mascarilla, que también es obligatoria, y que se puede comprar al precio de un euro.

Además, en el suelo, según el visitante se acerca, se encuentra con una serie de señales e indicaciones que hay que cumplir. Unas huellas de zapato indican, dentro de un círculo, que hay que respetar la distancia de seguridad y que hay que esperar en el lugar, y una señal, con unas letras blancas dentro de una tira roja, indica que hay que esperar a ser atendido antes de entrar al mercadillo.

El aforo está limitado a 300 personas, «ni una más ni una menos» y para ello cada uno de los cuatro vigilantes llevan un control muy estricto en sus mesas. «Vamos contabilizando los que entran sin que se nos escape nadie y cuando se van acercando a los 250 avisamos a nuestros compañeros de la salida para que nos digan lo que han pasado por allí y así que todo cuadre perfectamente», explicó la vigilante que hay justo a la entrada de la plaza.

Además y según aseguró María del Mar Andrés Vega se ha puesto en marcha un amplio servicio de limpieza y desinfección para los baños que hay justo al lado de la iglesia del pueblo. E, incluso, ella misma justo a otros comerciantes se encarga de limpiar todo el pueblo cuanto termina el mercadillo. «Cuando llego a las 07.30 horas hago fotos para ver como está todo y después, cuando recogemos todo y nos marchamos, a las 17.30 horas, vuelvo a hacer fotos de las mismas zonas para que todo el mundo vea como queda el pueblo una vez que cierra el mercadillo», explicó la presidenta de los comerciantes.

Sin embargo, el coronavirus, la falta de trabajadores de temporada, el cierre de los comercios, las restricciones, el que se haya suprimido la música en directo y, sobre todo, la falta de turistas, ha hecho que las ventas en el mercadillo hayan caído considerablemente. «Ha sido muchos golpes duros seguidos desde que se anunció el estado de alarma y más para un grupo de artesanos como nosotros que somos autónomos y que carecemos de ayudas desde las instituciones pero al final aquí seguimos, resistiendo», explicó María del Mar.

Y es que, a pesar de la situación, los comerciantes no pierden el optimismo y las ganas de seguir adelante. «Tenemos muy claro que no nos podemos venir abajo y que tenemos que seguir luchando todo lo que podamos por seguir con el mercadillo abierto porque se ha conseguido crear un vínculo muy bonito en el pueblo desde que todo comenzó y ahora, después de todo lo que hemos pasado y hemos aguantado, no podemos dejar que todo esto se pierda», aseguró la presidenta.

«Encanto especial»
Una actitud que ayer agradecieron muchos visitantes. «Es cierto que hay menos puestos y que se echa de menos la música en directo pero el mercadillo sigue manteniendo ese encanto que lo hace tan especial y esos puestos con productos originales y diferentes que no encuentras en ningún lado», aseguró Lucía, residente en Sant Carles y habitual del mercadillo «casi desde los primeros meses en que abrió».

La originalidad y variedad de las propuestas es algo que siempre ha llamado la atención y ha convertido a este mercadillo en especial. Esta es al menos la opinión de Joan Carles y novia Mariola. «Siempre que tenemos que hacer un regalo para alguien especial nos damos una paseo hasta aquí porque sabemos que vamos a encontrar algo que no hay en ningún otro lugar».

Además, hay otros muchos que aprovechan para llevar sushi recién hecho en la peixatería Fish Mar o fruta y verdura del pequeño puesto junto a una de las salidas. «Siempre que podemos hacemos un mismo plan de domingo, paseíto y bañito en Cala Sant Vicent, visita al mercadillo y a sus puesto, comprar comida para reunión de amigos, siesta y cargar pilas para mañana ir a trabajar», aseguraron con una gran sonrisa Jimena, Mariana, Bepe y Romeo.