Servicio de hemodinámica de la Policlínica Nuestra Señora del Rosario. | Vicent Marí

Mañana se celebra el Día Mundial del Corazón y la Fundación Española del Corazón advierte que en el marco de la COVID-19, los pacientes con enfermedad cardiovascular se enfrentan a una doble amenaza: «No solo están expuestos a un mayor riesgo pudiendo desarrollar formas más graves del virus, sino que también es posible que descuiden la atención médica que requiere su corazón por temor a acudir a un centro donde se pueda producir el contagio».

Lucia Vera, cardióloga de la Policlínica Nuestra Señora del Rosario, explica que «cuando aparece un infarto agudo de miocardio el paciente presenta síntomas de inicio más o menos repentino». Desde entonces el tiempo empieza a correr en nuestra contra, y hay que activar la sala hemodinámica con brevedad para atenderle y abrir la arteria coronaria que puede tener cerrada recuperando el flujo sanguíneo al corazón».

Una encuesta realizada por la Sociedad Española de Cardiología en la que se compara una semana normal antes de la pandemia con una semana del mes de marzo, revela «datos muy preocupantes», según la especialista. Uno de los principales es que «durante la primera fase del estado de alarma bajó un 40% la atención de infarto agudo de miocardio en España. En el caso de Baleares la bajada fue de 38%», señala Vera.

Estos datos han sido complementados recientemente con otro estudio en el que han participado 75 hospitales españoles, y que concluye que la mortalidad hospitalaria por infarto agudo de miocardio se duplicó con respecto a la observada en mismo periodo el año pasado, antes de la pandemia.

«Otro aspecto que se sospechaba es que el retraso desde el inicio de los síntomas al contacto sanitario fue mayor durante la pandemia: 105 minutos versus 71 minutos en 2019», apunta Lucía Vera. Sin embargo, «el tiempo transcurrido desde que se activa la alerta sanitaria hasta la ‘reperfusión’ (apertura de la coronaria para restablecer el flujo sanguíneo) no se vio incrementado durante la pandemia, lo cual indica una buena adaptación de los sistemas de emergencia (061 y centros sanitarios) a la situación de presión asistencial producida en España», destaca.

Los especialistas advierten que la epidemia y la declaración del Estado de alarma propiciaron una disminución notable de la actividad en cardiología intervencionista. En este sentido, Vera recuerda que el rol que cumplen las instituciones sanitarias es decisivo para informar a la población de que cualquier síntoma debe ser alertado de igual modo que antes de la pandemia. «El infarto agudo no tratado a tiempo es por lo general más grave que un caso habitual de COVID-19», afirma.

Este descenso en la atención de patologías cardíacas no se debe a que se hayan producido menos infartos, sino al efecto del coronavirus en la sociedad y la logística sanitaria. «Lo más probable es que los pacientes no han llamado para ser atendidos porque predominaba el miedo a contagiarse de COVID-19», argumenta la cardióloga.

La especialista es contundente a la hora de alertar sobre las consecuencias de no ser atendido tras un infarto o ser atendido tarde: «La peor consecuencia en una situación de este tipo es la muerte, aunque afortunadamente es poco frecuente. Además, una atención tardía puede dejar secuelas importantes como insuficiencia cardíaca o arritmias».