El restaurante Hunza sólo ha trabajado dos meses este año. | Toni Planells

Los comerciantes del centro de Sant Antoni viven con incertidumbre el confinamiento selectivo que sufre su zona desde el pasado 18 de septiembre y con una temporada de verano prácticamente inexistente.

Los comercios que se mantienen abiertos en estas fechas son los comercios populares, de barrio, ya no quedan locales abiertos destinados al turismo. En la zona confinada de Sant Antoni, el movimiento en las calles es mínimo y las pocas personas que caminan sus aceras cargan con alguna bolsa que delata que vienen de comprar algo.

Nadie pasea. Alejandro Torres, que junto a su familia regenta el videoclub Torres y el Cine Regio, tiene la sensación de que este ambiente de confinamiento en las calles se lleva viviendo desde antes de que el confinamiento fuera efectivo. La tranquilidad en su calle es máxima. Asegura que abren el negocio para «dar un poco de vida a la calle», pero que «podrían cerrar y prácticamente nadie se enteraría». Entiende que el momento es delicado y que hay que tomar medidas, pero que estas medidas son innecesarias ya que, según su opinión, ya se estaba bajando la incidencia antes de que se confinara.

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Considera que este nuevo confinamiento ha supuesto la puntilla a mucho pequeño comercio de la zona que ha tenido que cerrar definitivamente. Teme que el cierre de tanto comercio suponga la pérdida de vida del barrio, lo que supondrá una degradación del mismo. Lamenta que no haya más información y consenso por parte de las autoridades a la hora de elaborar las medidas necesarias de seguridad. Su familia ha tenido que cerrar también el cine debido a las medidas del confinamiento y esperan con impaciencia nuevas noticias a raíz de la bajada de casos y la posibilidad de rebajar o eliminar las restricciones a finales de semana para saber si les daría tiempo a programar alguna sesión este mismo viernes.

Bibiana Amana, es la responsable de la enoteca Eivins, se queja de la poca información. «La gente no sabe si puede entrar o no, quién puede ir dónde….», explica. Está haciendo ofertas de hasta el 50% en sus productos pero ni aún así entra nadie en su tienda, «algún día ha entrado una persona», lamenta. Ante la incertidumbre de este invierno le gustaría saber «cuales son los planes, qué es lo que pasará, qué tienen pensado para poder arrimar el hombro». Echa de menos más previsión, más comunicación y sobre todo «más planes».
Isabel es una vecina del pueblo. «El pueblo está vacío», constata. No entiende que haya zonas cerradas y una calle más allá esté abierto y considera que el confinamiento debería haber sido «más general».

Incluso en el estanco Charlián, su responsable, asegura que han bajado mucho las ventas. «Se nota que la gente tiene miedo de salir en esta zona», apunta, no así en su otro estanco, que está justo en el límite de la zona confinada. Tiene esperanzas, tras las últimas informaciones respecto a la bajada de la incidencia del virus en la zona, de que a finales de semana se pueda abrir el confinamiento.

Más dramático es el caso de la cafetería Hunza, que tras cinco años hoy ya no ha abierto la persiana. Su dueña, Eva, ya no puede afrontar los gastos del alquiler del local, luz, agua, seguridad social y cinco empleados. «Estábamos trabajando medianamente bien, dentro de lo malo, pero si cuando avisaron de que iban a cerrar ya empezó a bajar un poco la clientela, cuando se decretó el confinamiento hemos tenido una bajada del 80%. Fue el remate». Asegura que solo ha trabajado dos meses en un año y que los gastos siguen siendo los mismos y que no ha recibido ningún tipo de ayuda. Lamenta que, por parte de las autoridades, se actúa «a salto de mata» y que «no se enteran de la realidad de la gente». Seis personas más van al paro.