El baluarte de Santa Llúcia, ayer a mediodía.

«Dalt Vila es lo más conocido de Ibiza, aparte de las discotecas. Nos gusta visitar los centros históricos, y la verdad es que éste es precioso, aunque está todo muy tranquilo y casi todo cerrado». Así resumen sus impresiones a media mañana Isabel y Miguel, una pareja de mallorquines que no conocían la histórica ciudadela amurallada y que la recorren en silencio, entre el asombro por la grandeza de su pasado y la perplejidad por la soledad de unas calles que hace un año por estas fechas recorrían centenares de turistas a diario.

Porque octubre era un mes muy bueno para las tiendas, los hoteles y los restaurantes de Dalt Vila. Los turistas de octubre siempre han estado muy bien considerados. Sin embargo, ayer mismo, solo 14 personas se asomaron al mirador de la plaza de la catedral en una hora. No hay turistas, no hay movimiento, no hay negocio. El Mirador, El Corsario, La Torre del Canónigo, El Palacio… Todos los hoteles están cerrados. Los museos (el MACE, el Museo Puget y Madina Yabisa) languidecen sin visitantes, apenas algunos franceses y españoles. Solo resisten románticos y valientes como la tienda de souvenirs de Tráspas y Torijano, la alegría de la calle Mayor, o la boutique L_mental, junto a la Plaça de Vila, que aguantará lo que pueda.

Reina la calma en los baluartes y en los miradores, y quizás por eso las emociones se interiorizan. No hay ruido. Las vistas sobre Es Freus emocionan a José Luis y Encarna, que vienen de Denia. Están deslumbrados con Dalt Vila. «No hay mal que por bien no venga, y ahora está preciosa la parte antigua, la puedes disfrutar casi a solas. Nos habían dicho que merecía la pena, y sí que tenían razón: esto es precioso». Esta es la parte idílica de la pandemia, porque para conocer la realidad hay que escuchar a Jesús García Tráspas, una institución en Dalt Vila, por la que lucha desde hace 37 años. «Viene muy poca gente, vienen a pasar un fin de semana desde Palma o Denia, pero nada que ver con el octubre del año pasado», explica este artista y bohemio, que intenta que sus escasos clientes salgan felices de su tienda. Y lo consigue, pero, más que un negocio, tener abierto en estos tiempos es un acto de fe: «Las ventas han caído un 85%, pero esperamos que esto termine y seguimos estando muy agradecidos a Ibiza y a la diosa Tanit».

Javier, propietario de L_mental, está viviendo el día a día en su tienda de ropa de la Plaça de Vila, una de las cinco que regenta en las Pitiusas. Ahora solo tiene dos abiertas: la de Dalt Vila, «que abriremos los fines de semana si se ve movimiento», y la de Santa Eulària, que permanecerá abierta hasta el 7 de enero. «Con esta incertidumbre no sabemos hasta cuándo podremos tener abierto», explica, y reconoce que ha tenido que recortar la plantilla.

«Octubre siempre ha sido un gran mes, pero este año mira cómo están las cosas», expresa mientras observa la plaza completamente vacía a la una del mediodía.

De repente, sin saber por dónde llegaron, un grupo de ocho chicas valencianas revolotea por el empedrado y rompe el silencio en la entrada a las murallas: “Teníamos un vuelo muy barato y hemos venido a conocer Ibiza, aunque está todo demasiado tranquilo”, comenta una de las jóvenes. “Mejor así”, replica otra, “tenemos Dalt Vila para nosotras solas”. Jean Pierre y Louise llegaron el viernes con un vuelo low cost y ayer descubrieron Dalt Vila. “Espectacular”, dice ella; “es muy bonito pasear con esta tranquilidad y estas vistas tan hermosas”, dice él. “No nos lo esperábamos tan bello, es un lujo estar aquí ahora”.