La plaza de Santa Gertrudis, ayer por la mañana, vacía de sus habituales terrazas. | DANIEL ESPINOSA

Con el primer día de cierre de la hostelería y de las grandes superficies, las calles ibicencas amanecieron ayer mucho más tranquilas de lo normal. Circular por la Avda España, o incluso aparcar se convirtió en el día del arranque de la fase 4 en una actividad más sencilla de lo habitual.

Algunos locales sirven en la puerta ‘para llevar’, y los clientes que ocuparían las mesas buscan un banco, o cualquier superficie donde desayunar a solas antes de reincorporarse a sus puestos de trabajo. No es el caso de la Plaza del Parque, con todos sus locales cerrados presenta un paisaje semidesértico solo interrumpido por algún paseante con su perro. Solo una de sus cafeterías tiene las puertas abiertas, dos de sus estufas de terraza apagadas, dos cubos de basura y cuatro sombrillas plegadas y amontonadas junto a las puertas. En el interior montones de sillas apiladas junto al resto del mobiliario de la terraza del local y su responsable, cabizbajo y malhumorado prefiere no hacer declaraciones y seguir preparando esta suerte de hibernación.

En Santa Gertrudis el panorama no es muy distinto, un paisaje libre de mesas en las terrazas solo transitado por quien aprovechó para pasear por el pueblo de Fruitera. La decoración navideña persiste en la plaza del pueblo, como un irónico recordatorio del porqué hemos llegado a esta situación.

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Los operarios trabajan en el Passeig de ses Fonts retirando, por fin, la decoración de Navidad. Las únicas sillas que se divisan en todo el paseo son las del La Cantina Portmany, pero no esperan a nadie que las ocupe. Están dispuestas para que José, el responsable de sala de este establecimiento las limpie antes de guardarlas para cerrar. No les sale a cuenta servir para llevar y cierran indefinidamente a la espera de que mejore la situación. Ocho personas más se sumarán a las seis que ya estaban en ERTE.

En la zona d’es Caló d’es Moro un silencio zen inunda el Buddha vacío y Alfonso, de S’Áncora, charla con unos vecinos en la puerta de su local apagado. Tras una temporada desastrosa, sus clientes son principalmente ingleses durante el verano, ve cómo se jubila su churrero que hacía los churros que solía disfrutar todo el pueblo tras la temporada.

Ahora echa la llave por obligación sin ver claro si podrá volver a abrir las puertas en abril para encarar la próxima temporada.Tres personas más en ERTE. Tampoco tiene muchas esperanzas en recibir ayudas, «tenemos la peor gestión del mundo con el peor gobierno del mundo» sentencia el empresario.