El servicio de atención a personas que residen en chabolas y asentamientos sale cada viernes. A las 08.00 horas, los voluntarios preparan los alimentos a repartir y empiezan la ruta. | Toni Planells

Una vez a la semana, en concreto los viernes, Joan y ‘Sister’, así se hace llamar la veterana voluntaria, se enfundan el uniforme de la Cruz Roja y, de buena mañana, ya están preparando los paquetes de ayuda en forma de alimento o mantas para quienes más lo necesitan. Llenan media docena de cajas con fruta, leche, pasta, caldo, conservas de atún, garbanzos, galletas y algo de comida preparada, que supone una ayuda para estas personas con dificultades para que también puedan cocinar. En su ruta hay varias paradas, todas ellas en Ses Feixes, donde se encuentran numerosos asentamientos. Allí, las seis personas a quienes va destinada esta ayuda han encontrado lo más parecido a un techo que se pueden permitir.

El estado de vulnerabilidad de las personas de quienes habitan estos asentamientos es extremo. El simple hecho de contar sus historias, explica Sister, podría suponer un problema adicional a sus delicadas situaciones, por eso prefieren no hacerlo y que las imágenes no reflejen sus rostros. Personas en exclusión social muy severa que encuentran en esta ayuda que les brinda Cruz Roja no sólo un sustento básico para la semana sino un visita amigable de alguien que se preocupa por ellos. En la primera parada, Joan no encuentra al morador de la chabola y le deja sus ayudas en un lugar donde pueda encontrarlas a su vuelta. Pero los voluntarios no se quedan tranquilos y tras terminar su ruta darán una vuelta por la zona que frecuenta para localizarle y poder asegurarse de que está bien y preguntarle si necesita alguna cosa más. Efectivamente, le encuentran en su habitual paseo matutino por la playa “para que le dé el sol”.

En la segunda parada, un pequeño perro se une a una señora de avanzada edad en su bienvenida a Joan y Sister. Unos minutos de conversación amigable con los voluntarios consuela a esta mujer, que además debe sufrir la incomprensión de algunos de sus vecinos. En la última parada, varias personas salen ante la llegada del furgón de la Cruz Roja. Cada uno cuenta sus vicisitudes a los voluntarios, que no dejan de preguntarles por su estado, su salud y por otros compañeros a quienes hoy no ven por el lugar. Una compañera se encontraba muy mal de salud y la han acogido en un piso, le cuenta uno de los usuarios a los voluntarios. Habla de hambre, de frío y de que se ahoga, mientras le ofrecen mantas, que acepta agradecido. Y es que su rostro delata un estado de salud preocupante. Se despide con agradecimiento mientras grita con la poca voz que le queda: “¡Butifarra!”.

Butifarra es su joven compañero, un perrito que juega con una pelota que Joan ha tenido el detalle de regalarle. La importancia de la compañía canina en este perfil de personas es, muchas veces, determinante en su salud mental y tampoco les falta su ración de solidaridad en forma de comida, en este caso, a cargo del Centro de Protección animal de Sa Coma. A su llegada a la sede de la Cruz Roja, una cola de personas que sí tienen la posibilidad de llegar hasta allí aguarda su turno para recibir su ayuda.