Reinventarse una y otra vez... Ésa es la única manera de que Vidal y Marina, al igual que muchos de sus compañeros de la hostelería, consigan seguir a flote en esta terrible pandemia que también está asolando a numerosos establecimientos como el suyo. | Toni Planells

Vidal García está al timón de Can Germà, un bar restaurante en pleno Sant Antoni. Siempre acompañado de Marina Furniet, su pareja y compañera de viaje en esta dura travesía transpandémica. La pareja se embarcó en este negocio hace cuatro años adquiriendo este antiguo local en el corazón de Portmany, pero la tempestad que supone esta pandemia les ha obligado a variar de rumbo para intentar llegar a buen puerto. O por lo menos mantenerse a flote.

El pasado 13 de enero llegó el enésimo torpedo a la actividad de Can Germà, al igual que toda la hostelería. Marina y Vidal tuvieron que cerrar la terraza y ceñirse al único servicio que les queda por ofrecer: el take away. Un servicio que se aleja mucho del rumbo que decidieron emprender hace unos años al adquirir este negocio. En este establecimiento, Vidal ha trabajado duro para ofrecer a la clientela una comida casera, bien tratada y elaborada con producto de primera calidad.

Tras la desescalada de mayo, decidieron quitar la barra y dedicarse más al restaurante. Para eso se movieron, para ofrecer un producto de calidad exquisita que no se pudiera encontrar en la isla. De esta manera, Vidal se puso en contacto con Txogitxu, «una carne top que viene de Donosti, que ofrece varios cortes», explica Vidal. El empresario asturiano cuenta que «con esta carne, los cachopos que elaboro (soy asturiano), la selección de hamburguesas que hemos hecho con cinco selecciones de carne ‘top’ y la introducción de las ‘txapelas’ (un tipo de pan que se rellena con distintos tipos de carne fría o caliente) conseguimos realzar el negocio». Hay que tener en cuenta que Can Germà «era un restaurante de menú diario y barra, con cuatro tapas y poco más», recuerda Vidal.

Reaparece el término ‘reinventarse’ una y otra vez. Y es que es el único salvavidas al que los empresarios, desesperados ante las restricciones por el coronavirus, pueden agarrarse para tratar de no hundirse en esta salvaje tormenta que supone la pandemia. Y no solo con la oferta gastronómica. Can Germà también organiza, o mejor dicho organizaba, distintos eventos durante la semana: El ‘Pintxo-pote’ (pincho más pote de cerveza) los jueves, un espectáculo de pizza en directo, un pulpeiro, un cortador de jamón, o el mismo Vidal abriendo ostras eran reclamos que daban un color distinto a este local.

Pero tras el cierre de los interiores y terrazas, toda esta serie de iniciativas con las que Vidal había dado una nueva personalidad a su negocio han quedado inservibles. «No se puede servir un ’tomahawk’ de ternera vieja de primera calidad y hecha con todo el cariño para llevar y que el cliente se la coma fría», se lamenta Vidal. Por lo que ha tenido que poner en marcha de nuevo su imaginación para capear esta nueva ola de dificultades. Otra vez toca reinventarse como única alternativa.

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Para ello ha desarrollado una nueva carta específica para llevar en la que ofrece una variedad de bocatas, hamburguesas, pizzas, txapelas etc… «No es nuestra idea de negocio, pero por lo menos nos da un ‘piquito’», asume García. Un ‘piquito’ que el cocinero reconoce que no llega a cubrir los gastos. Los 70 o 80 euros que hacen de caja, abriendo a las 08.00 horas, haciendo cafés y tostadas para las tiendas de al lado y clientes habituales, y poco más, no llegan para cubrir el alquiler, la luz… «Hay que poner del saco», dice Marina antes de que Vidal reconozca que este temporal puede obligarles a cerrar si se alarga mucho más. El 31 de marzo es la fecha límite que se marca Vidal antes de plantearse el bajarse del barco, temporal o definitivamente.

Las restricciones no se lo ponen fácil. En mayo realizaron una inversión de 14.000 euros para tener el local en regla: Purificadores de aire, mamparas, dispensadores de gel hidroalcohólico, kits de guantes y mascarillas para ofrecer a los clientes, alfombras desinfectantes, carteles de información, un certificado de una empresa que certifica la higiene máxima y un largo etcétera. Cumplen con creces las normas, «el cliente lo ve y lo agradece», asegura Marina. Pero la inversión que eso les supone debe amortizarse y con las restricciones que se alargan es cada vez más complicado. Se siente agraviado en comparación con las tiendas de ropa, con lo que ve en los metros y autobuses, aunque reconoce que, en la hostelería, «la gente con dos o tres cervezas se quiere demasiado». En este sentido, pone como ejemplo la estrategia de Madrid, donde la hostelería sigue abierta con restricciones dirigidas a las personas y no a los negocios.

Sobre las ayudas, entienden que la economía está difícil para ayudar a todos lo que lo necesitan, pero reclama que les dejen trabajar con las medidas que correspondan, pero que puedan mantener su actividad. «Si puedo trabajar no necesito ayudas, pero si no me dejas trabajar tendrás que ayudarme», reclama este asturiano, que está pendiente de solicitar «la ayuda de los 1.500 euros». Considera que las ayudas deberían ofrecerse para cubrir gastos derivados de la situación sanitaria como, por ejemplo, los que han tenido que hacer en su establecimiento. La situación merece un bote de salvamento, no un simple salvavidas.

Sí se muestra esperanzado respecto a la próxima temporada, aferrado a la idea de que la vacuna habrá sido efectiva para entonces.

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