Daniel Lerma con su traje de protección individual con el que tiene que trabajar diariamente en Can Misses.

Daniel Lerma nació en Jaén hace 41 años pero lleva casi la mitad de su vida viviendo en la isla de Ibiza. Desde hace 18 desarrolla su labor profesional en el Hospital Can Misses de Ibiza, donde actualmente trabaja en la Unidad de Hemodiálisis y Nefrología, mientras lo compagina con su puesto como profesor asociado de la asignatura de Determinantes Sociales de la Salud en la Facultad de Enfermería y Fisioterapia de la Universitat de les Illes Balears.

Lerma lleva muchos meses teniendo un contacto muy directo con pacientes renales que desgraciadamente se han contagiado con el coronavirus.

Según explicó ayer a Periódico de Ibiza y Formentera, durante la primera ola de la pandemia atendió a un paciente de unos 50 años que necesitaba una terapia de hemodiálisis al no funcionarle correctamente sus riñones, ayudándole mientras tenía que estar conectado durante unas horas a un monitor. «Al principio todo fue muy duro porque no habíamos visto nada igual pero luego, según fueron pasando los días, te acostumbras porque sabes que es tu trabajo y hay que hacer todo lo posible para aportar nuestro granito de arena sin venirse abajo y por eso decidí presentarme voluntario para estar todo el tiempo posible con este paciente».

Sin embargo, con la llegada de la tercera ola y el aumento de los casos positivos, Lerma recuerda que la carga asistencial se volvió casi insostenible ya que algunos compañeros tuvieron que ausentarse tras haber dado positivo o ser contactos directos. «Casi sin darnos cuenta todo aumentó muchísimo porque no paraban de llegar pacientes y únicamente podíamos atenderles siete de los trece que normalmente formamos parte del equipo, pero al final con mucho esfuerzo, dedicación y organización se consiguió reconducir la situación».

27 pacientes al día
En este sentido, el enfermero jienense recuerda que «en los tiempos más duros de la tercera ola en su planta se llegaron a atender a unos 27 pacientes con coronavirus cada día». Algo que provocó que los turnos de trabajo se tuvieran que aumentar, «llegando a las 12 horas seguidas, desde las 08.00 a las 20.00 horas, pasando de tres días a la semana hasta cuatro y cinco, y sin que nadie se pudiera coger las vacaciones de Navidad para poder cubrir los huecos de los que no estaban».

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Algo que, en su caso y en el de otros compañeros del departamento de Hemodiálisis y Nefrología, se hizo aún más duro por sus habituales turnos de trabajo. «Desde siempre, antes de la llegada del coronavirus, un médico nefrólogo y un enfermero tienen que estar permanentemente localizables mediante el teléfono con un servicio de guardia que se prolonga desde las 20.00 a las 08.00 horas por si es necesaria nuestra presencia para una urgencia o para una consulta y, por eso, cuando vas acumulando horas y jornadas de trabajo sin poder descansar correctamente todo se hace mucho más duro».

Además, Lerma asegura que a todo ello se une «el cansancio y el agotamiento» que supone trabajar tantas horas con el Equipo de Protección Individual, los trajes conocidos como EPI. «Al principio costaba mucho más porque no estás acostumbrado a tener que atender a los pacientes con bata, doble mascarilla, pantalla facial, gorro, o protectores para las manos y los pies, pero al final te acabas acostumbrando y ponértelo y quitártelo, siempre con la máxima precaución para evitar los contagios, lo ves como algo totalmente normal», concluye.

«Con los meses logras normalizar el miedo»
Daniel Lerma es un experimentado enfermero con casi dos décadas de experiencia en el hospital Can Misses de Ibiza, A pesar de ello no puede negar que sintió «miedo» durante los primeros días de la pandemia debido «al gran desconocimiento que había sobre cómo se desarrollaría el virus».

En este sentido, aún recuerda a la perfección cómo fue su primera guardia y la acumulación de sensaciones que vivió. «Recuerdo que cuando salí del trabajo me paró un control de la policía a la altura de la rotonda de Ignasi Wallis, en la ciudad de Ibiza, y cuando le expliqué de dónde venía, la agente me dio las gracias por mi trabajo, y aquello me impactó tanto que recorrí el resto del camino a casa llorando porque tenía mucho miedo a que me pudiera contagiar y a no estar a la altura de tanta gente que necesitaba nuestra ayuda».

Afortunadamente para Lerma y para sus compañeros esto fue al principio «ya que luego aprendes a normalizar el miedo a pesar de que trabajar en una unidad COVID es un mundo aparte, mucho más duro e impactante que lo que nos muestran diariamente en la televisión o los medios de comunicación».