Esther García y Roberto Oropesa posan en Can Misses. | Marcelo Sastre

El 6 de marzo de 2020 se conoció el primer caso de COVID-19 en Ibiza. Fue un italiano que viajó para ver a su hijo desde la Lombardia (Italia), por aquel entonces la zona con más casos de Europa, y que ingresó en la madrugada del 4 al 5 de marzo en Can Misses. Este hombre desarrolló síntomas de fiebre y tos, por lo que se puso en contacto con el Área de Salud. Al provenir de una zona de riesgo, el equipo de la UVAC se desplazó a su domicilio para extraerle una muestra para una PCR, que acabaría dando positivo.

El hombre trasladado por el 061 hasta el hospital fue ingresado en la habitación F414, una de las salas de presión negativa que tiene Can Misses para pacientes aislados. En el equipo que lo atendió se encontraba Esther García. Esta médico de Medicina Interna recuerda ese primer día: «Lo viví con muchos nervios. Sabíamos que tarde o temprano iba a llegar, pero no te imaginas que vaya a ser ese día. Había mucha incertidumbre porque no sabes cómo tratarlo, y también miedo por el desconocimiento. Un miedo que no podías mostrar al paciente porque le tenías que dar apoyo. Era el primer caso y él tenía cierta sensación de culpa».

García se encargó de los primeros pacientes de coronavirus durante las dos primeras semanas, hasta que ella misma dio positivo y le cogió el testigo su compañero el doctor Roberto Oropesa. «Pasar el virus tan pronto me ayudó a empatizar con los pacientes», confiesa.

A esos primeros casos positivos se les trató con un antirretroviral llamado Kaletra, hidroxicloroquina y azitromicina. «Después, los estudios determinaron que con esto no se tenía un beneficio y ya no se usa», explica García, como un ejemplo de ese constante cambio que lleva consigo esta nueva enfermedad. Actualmente a los pacientes se les trata con oxigenoterapia suplementaria, anticuagulación profiláctica, el antiviral Remdesivir y, en los casos que desarrollan inflamaciones, corticoides. Un tratamiento que mejora el pronóstico y reduce la mortalidad de los casos más graves.

Recordando esos primeros días del virus, García señala que estaba acostumbrada a trabajar con enfermedades infecciosas, pero que «el miedo estaba en no saber qué teníamos que hacer con los pacientes. El desconocimiento de una enfermedad nueva».
Así, Can Misses se fue organizando para que toda la planta de Medicina Interna F fuese para este tipo de pacientes. «La incertidumbre se fue manteniendo en el tiempo, pero cada vez teníamos más experiencia. Llegaron los primeros fallecidos y fue bastante angustioso porque estaban aislados. Fue muy difícil para nosotros, para ellos y para sus familias», asegura.

Su compañero el doctor Oropesa también estuvo en esa primera línea de lucha contra la covid y recuerda que cuando se dio el primer caso pensó que ya «estaba extendido antes de los diagnósticos». «Su llegada lo cambió todo; la forma de trabajar, el trato con el paciente, la forma de vestir, te enseña a estar mucho más encima de los familiares… Nos ha cambiado la vida profesional». Para él también fueron muy complicados esos primeros días en los que «no sabías qué ofrecerle al paciente para que mejorase. Era una enfermedad nueva y no había un tratamiento».

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Segunda y tercera ola
Tras estos primeros meses en los que el virus no tuvo una gran incidencia en la isla y con el confinamiento duro que se llevó en toda España, los casos se redujeron al mínimo y llegó el verano y tras él una segunda ola de casos. Este repunte fue un golpe para los profesionales del hospital. Esther García habla de desmotivación y fatiga física, mental y emocional entre los profesionales.

Pero lo peor estaba por llegar. Al igual que ocurrió en verano, las fiestas navideñas trajeron tras de sí una nueva ola. «Fue un tsunami. Todos los que nos dedicamos a la covid estábamos cansados, pero también motivados porque había muchos casos, había que tomar decisiones y apoyar a los compañeros de otras especialidades que tuvieron que reforzar la atención covid», señala García. El doctor Oropesa lo califica como «el momento más duro». «Nos vinieron muchos casos de golpe, fue una explosión, y en muy poco tiempo se llenó el hospital», añade.

El alto número de contagios diario ponía contra las cuerdas al equipo. «Tenías miedo porque cada mañana había 20 nuevos pacientes y no sabías si a ese ritmo iba a haber camas suficientes, pero también sabías que se daban muchas altas, así que tampoco fui catastrofista», asegura García, recordando esos días en los que la gerencia del Área de Salud de Ibiza y Formentera se vio obligada a implementar varias fases del plan de contingencia. Se ampliaron las zonas covid de hospitalización y también la UCI.

La vacuna, la solución
En cuanto al futuro, Esther García no tiene ninguna duda: «La vacuna es la solución. Son seguras y eficaces. En las residencias han bajado los casos un 95% y en países como Israel, que están más avanzados en el proceso, los datos son muy buenos». Eso sí, avisa de que no se pueden relajar las medidas de protección individual. «Las vacunas nos ayudan a mantener los casos bajos y que no se sature el sistema sanitario», explica Oropesa, quien no lanza las campanas al vuelo: «Creo que aún nos quedan meses de coronavirus».

También señalan la importancia de controlar las variantes y para ello la vacuna es un elemento diferencial. Oropesa habla de que «en los virus siempre existen variantes, porque el virus intenta escapar». «Aparecerán más variantes y hay que intentar anticiparse», avisa. Por ello, García recuerda una frase del médico estadounidense Anthony Fauci que dice: «La mayor defensa contra las variantes emergentes es vacunar a la mayor cantidad de personas lo más rápido posible», y añade que «cuanto más infectados y durante más tiempo, habrá un mayor número de variantes».

Compañerismo y aprendizaje
La pandemia ha traído mucha tristeza y dolor al hospital. También está dejando a unos profesionales agotados, pero que salen más reforzados como equipo y destacan el trabajo y «la humanidad» de sus compañeros. Pero no solo tienen palabras para los sanitarios, también para los pacientes. «La fuerza y la paciencia de los enfermos y los familiares ha sido muy importante», confiesa García, que lamenta el alto número de fallecimientos: «Eso ha sido lo peor».