Francisca Navarro, en Can Misses. | Marcelo Sastre

El coronavirus llegó hace un año para cambiarlo todo. Nadie se esperaba que fuese a pasar algo así y los sanitarios no eran una excepción. Francisca Navarro, técnica en cuidados de enfermería de la Unidad de Medicina Interna F en Can Misses, es una de estas profesionales que ha visto cómo en muy poco tiempo todo ha cambiado.

«Cuando empezó todo, ves en las noticias que el virus se está extendiendo y, de repente, un día te enteras que ya está en tu unidad», recuerda Navarro. Para ella, lo peor fue la incertidumbre de los primeros días y lo que conlleva la aparición de un virus nuevo que se extendía tan rápido: «Te da miedo por lo desconocido. Para mí portar un EPI no es agobiante, pero no es lo mismo tener dos pacientes que toda una planta».

Además, reconoció que durante los primeros días sufrió por las informaciones que llegaban desde Madrid de falta de recursos: «Sentí miedo al principio porque veías en las noticias que había escasez de material, pero aquí en Can Misses siempre tuvimos».

También fue complicado para los sanitarios durante esta primera etapa la posibilidad de contagiar a los suyos: «Vas a tu casa después de trabajar y te da miedo poder contagiar a tu familia. Sabes lo que hace el virus y ves el sufrimiento de la gente que lo está pasando mal».

Indignación

Uno de los peores momentos para esta técnica en cuidados de enfermería fue la llegada de la segunda ola. El confinamiento del estado de alarma hizo que el virus no se extendiera y que Ibiza fuese uno de los territorios de España con menos incidencia en estos primeros meses. Se llegó al verano con unas cifras bastante bajas.

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Esta sensación de seguridad conllevó movimiento de personas y todo esto se tradujo en un repunte de contagios. «Sentí indignación porque pensé que no había servido de nada todo el esfuerzo que se había hecho», asegura Navarro.

Y tras la Navidad llegó una tercera ola aún peor, en la que fallecieron muchas más personas y que puso contra las cuerdas a los profesionales del hospital ibicenco que vieron cómo muchos de sus compañeros quedaban de baja a causa del virus, obligando a profesionales de otras especialidades a reconvertirse. «Veo que tenemos grandes profesionales que se han sabido adaptar y se ha hecho un gran trabajo», destaca Navarro.

Otro aspecto de esta última ola es que entre los ingresos aparecieron pacientes más jóvenes, algunos sin patologías previas que acabaron en la UCI. «Se pasa muy mal porque ves cómo avanza la enfermedad. Me ha tocado llevar alguna cena y ves cómo están y piensas, quizás, mañana ya no esté en planta», confiesa.

Semana Santa

Ahora, afortunadamente, la situación es mucho mejor, pero Navarro mira con preocupación la Semana Santa y que pueda acabar suponiendo una cuarta ola: «Entiendo que la gente tenga ganas de hacer vida normal y pasarlo bien, pero si no se hacen las cosas como tocan nos va a repercutir lo que se haga. Es complicado y hay gente que lo está pasando mal, pero lo primero tiene que ser la salud». «Si no hay salud, estaremos siempre igual. Será un volver a empezar», resume. En cuanto al futuro, Navarro quiere ser optimista: «La esperanza es la vacuna. Es la luz al final del túnel».

La pandemia está dejando momento muy duros, pero también le está suponiendo un aprendizaje personal: «Los seres humanos somos muy vulnerables y este virus me está enseñando que hay que vivir el día a día». «También aprendes mucho de los pacientes y te llevas mucho, es una alegría muy grande cuando se van a sus casas», señala Navarro, que concluye: «Los verdaderos héroes son los pacientes. Muchos ha estado aislados un mes o mes y medio».