Un amigo de Michael escribe un mensaje en un cartel en su memoria. | Daniel Espinosa

«Asegúrate de contar que era una persona sin hogar, tenemos un problema muy grande cuando hay tantos en nuestra situación». Lo pedía Edward Alexander, sentado en una de las gradas que rodean la fuente del Parque de la Paz, donde ayer se celebró un homenaje al aire libre por la vida (no era su muerte lo que se recordaba) de Michael ‘Mike’ Boland, que falleció la semana pasada a los 53 años en Ibiza. Una persona que no tenía un techo bajo el que cobijarse en la Ibiza de los extremos, donde lujosas villas se mezclan con cuartuchos de 8 m2 a 500 euros al mes, para los «afortunados» que tienen cuatro paredes a las que regresar cada día.

Una treintena de amigos suyos se congregaron para recordar a Mike con fotos, velas, mensajes y recuerdos, muchos recuerdos, de este irlandés que quería volver a su tierra, pero al que la pandemia y su situación retuvo en Ibiza hasta su último día.

Lydia y David pusieron algo de orden en una ceremonia informal. Tras una breve oración de Lydia en inglés, David leyó una oración irlandesa: «Dios, ayúdanos a recordar a Mike, a ser agradecidos, sonreír y reír. A sacar fuerza y encontrar paz. Te damos gracias por la vida de Mike y todo lo que significó para nosotros, por los recuerdos que conservamos y que haya cesado su sufrimiento».

El matrimonio forma parte del movimiento 24-7, un colectivo cristiano misionero, que en Ibiza trabaja principalmente con personas sin hogar, la mayoría de Reino Unido e Irlanda. Lydia no sabe decir cuántos son, algunas decenas, muchos estaban ayer en el Parque de la Paz. Ellos les visitan y les ayudan en lo que pueden. Alimentos, trámites, comparten con ellos comidas de fraternidad. La pandemia lo ha complicado todo un poco para ayudar a aquellos que apenas tienen nada.

Historias
Se forman corrillos con la debida distancia. Algunos se acercan a encender una vela o pegar un post-it con un mensaje en un cartel con la foto de Michael y el título Rest in peace (descanse en paz). Charlan sobre todo un poco, Mike siempre aparece en la conversación.

Craig era buen amigo suyo. «Era el típico irlandés, haría lo que fuera por un amigo». Calla un momento. «Esto es lo que le mató», señala la lata de cerveza que sostiene, «una pena, porque quería volver a casa y cuando reunió el dinero ya no había vuelos por la pandemia».

En el parque se reunió una treintena de personas. Foto: Daniel Espinosa.

Explica que Michael era cocinero. Lo fue muchos años en el hotel que regenta su familia en Irlanda, hasta que decidió ver mundo. Su padre le ayudó a viajar a Tailandia, donde trabajó en las cocinas de diversos negocios. A Ibiza vino de vacaciones, decidió quedarse y su alcoholismo arruinó su vida. «Pero bueno, hoy el sol brilla por él», dice mirando al cielo.
«¿Sabes cuánta gente sin hogar hay en Ibiza?», pregunta Edward Alexander. Una grada por debajo una mujer le reprende, «hoy es un día para recordar a Mike». «Lo hago por él», le contesta, «no puede ser que haya gente sin hogar, cuando tantas casas están vacías». Con 60 años él vive ahora en un albergue gracias a la ayuda de su familia. Reclama más atención de las instituciones al problema de las personas sin hogar.

Quiere seguir viviendo en Ibiza, donde lleva muchos años. Ahora está intentando regularizar su situación, tener un DNI para hacerse una cuenta bancaria y poder recibir aquí su pensión. Mientras tanto sobrevive, como Mike lo hizo tantos años, igual que otros olvidados de la sociedad. Algunos estaban ayer en el Parque de la Paz, son de carne y hueso, con historias complejas y el mismo anhelo que todos, ser felices.