Andrea Amaya y su empleada Raquel en el Herbolario Semilla. | Toni Planells

Al entrar en este mercado lo primero que asalta al visitante despistado es la duda acerca de si se trata de un día de fiesta al encontrarse con las instalaciones casi en penumbra, apenas iluminadas por los dos únicos puestos que permanecen abiertos en el interior de esta planta del edificio, la pescadería y la herboristería, pero sobre todo por el silencio que inunda el mercado.

Al subir a la planta superior el paisaje no mejora: un solo puesto abierto. El estado de las dos plantas es impecable, pese a la falta de actividad en los puestos, la limpieza y el orden de este mercado está en perfecto estado de revista y quienes resisten en él no muestran ninguna intención de abandonar sus puestos. Todo lo contrario, aseguran que el negocio les funciona (a algunos mejor que a otros) y hablan de la «gran oportunidad» que supone este espacio para convertirse en un punto de encuentro.

Mucha fe

Juan José Cardona ha heredado la pescadería de su padre Toni Cardona, Toni Frit, que abrió su puesto el día que se inauguró este mercado, hace 35 años. Ante la pregunta de cómo aguanta su negocio en estas condiciones Juan José ríe y contesta que «a base de mucha fe». Más en serio explica que trabaja con los clientes de toda la vida y con algunos restaurantes.

El veterano pescadero explica que la decadencia de este mercado empezó con la apertura de las grandes superficies, señala puestos cerrados y enumera los negocios que hubo allí «aquí había una pastelería, aquí fruterías, este era el de Can Alfonso, había un par de pescaderías más».

«Ahora somos cuatro gatos» interrumpe con buen humor su hijo antes de atender a una clienta que aparece ante su mostrador. El padre continúa argumentando el papel de las grandes superficies, «antes venía la gente de cala de Bou o de ses Païses a hacer sus compras pero desde que abrieron las grandes superficies en sus zonas dejaron de venir. Venían hasta de Sant Josep». Otra razón a la que apunta el pescadero jubilado es precisamente esta: la jubilación de los responsables de los puestos que no se han llegado a relevar.

Un punto de encuentro

El pesimismo del veterano contrasta con el optimismo de quien está en el mostrador de la herboristería, Andrea Amaya: «A mí la tienda me va bien como negocio». Ha cogido el relevo de este puesto hace una año tras la jubilación de su antigua propietaria, Mercedes Calderón.

El Herbolario Semilla lleva abierto desde la inauguración de Es Clot Mares, Amaya explica que se trata del segundo herbolario de la isla, y que mantiene a su clientela de toda la vida «no dependemos del turismo. Tenemos nuestra clientela habitual de siempre, que son muy fieles. Coincide con su vecino en la explicación del cierre de la gran mayoría de puestos, «se empezó a cerrar todo cuando abrieron las grandes superficies, también por que los dueños se han ido jubilando y nadie les ha sucedido».

No obstante apunta que en su puesto «nos estamos manteniendo bastante bien. Tenemos muchos clientes fieles y conscientes de la importancia del consumo local y que apoyan al pequeño comercio, que valoran el servicio personalizado que se les ofrece desde aquí».

Además apunta a que dentro del perfil de cliente al que atiende «hay personas de todas las edades, cada vez más jóvenes que se están haciendo cada vez más conscientes del eco consumo». Defiende el concepto de mercado como «un punto de encuentro en el que se hacen conexiones entre la gente, se charla y salen oportunidades de encontrar cualquier cosa, desde un trabajo a una casa. Esto es lo que estoy viendo desde esta tienda».

Una oportunidad

Para Amaya este mercado es «una oportunidad para poner en marcha un proyecto maravilloso». Habla de los mercados que hay en muchas ciudades que se cerraron por falta de actividad y han acabado remodelados y convertidos en centros comerciales de éxito, «en Madrid donde más consume la gente es en los mercados antiguos, hay mucha vida».

De esta manera defiende la idea de convertir este espacio en un «proyecto de mercado con tiendas, puestos gastronómicos o cultura, los precios aquí son mucho más asequibles que a pie de calle. Se podrían hacer cosas muy bonitas».

Sola en la primera planta

Nieves Costa está sola en la primera planta con su verdulería desde hace cuatro años, «me costó mucho pero ahora ya me he acostumbrado, no es fácil estar aquí sola», cuenta con resignación. Lleva 35 años en este puesto de su propiedad, y sus clientes son «los de toda la vida, que son los que salvan el mercado».

Para asumir su situación, sola en una planta de 50 puestos, Nieves explica que «puso las cosas en la balanza»: Por un lado podía cerrar e «irse a trabajar a otro sitio por 1.000 euros», pero tal como explica, por otro lado «he trabajado aquí toda la vida, el puesto es mío y no pago alquiler. Es mi casa. Pudiendo estar en casa, vendiendo lo que siembro, aunque gane menos me puedo mantener». Explica que fue duro ver cómo iban cerrando todos los puestos a su alrededor, pero «ahora estoy muy bien. Ahora sí», reconoce.

Reclama que, aún tratándose de un edificio privado, el Ayuntamiento pueda echarles una mano para poder retomar la actividad que se merece este mercado, «o algún tipo de ayuda».

Explica que su puesto en este mercado lo cogieron tras el desmantelamiento del mercado pagés en s’Era d’en Manyà, en el que tenían el puesto con su madre, «venimos del mercado pagés». Compara el número de puestos cerrados con los locales que también han echado el cierre en todo el pueblo de Portmany, «y el que abre no aguanta ni dos años».

Apuesta también por un cambio en el perfil del turista de Sant Antoni, «no puede ser que los turistas paguen esas burradas que pagan por ir a Ibiza, y que los que vienen a Sant Antoni lo hagan por un paquete de 200 euros con todo incluido».