Esta actividad ilegal procura mantener el secretismo a la hora de comunicar la localización tanto de la fiesta en sí como de la ubicación del meeting point en el que un transfer recoge a los clientes. | Redacción Ibiza

Las ganas de fiesta no entienden de permisos y la demanda sigue ahí aunque las discotecas legales no abran sus puertas. Por el momento, y pese a la insistencia del sector legal, el Govern descarta la apertura del ocio nocturno, por lo menos, hasta mediados de octubre.

Mientras tanto siguen proliferando las fiestas ilegales en villas y casas de campo. Con el paso de la temporada turística, los promotores de estas fiestas ilegales se han ‘profesionalizado’ en el sentido de que cuidan mucho más que nadie haga fotos ni cuelgue videos en sus redes sociales de estos eventos ilegales, así como no proporcionan a sus potenciales clientes la ubicación de la fiesta ilegal sino que, la mayoría de veces, se recoge a la gente en puntos de encuentro.

Periódico de Ibiza y Formentera se ha infiltrado absolutamente de incógnito en una de estas fiestas ilegales, en concreto, en la que se celebró la madrugada del viernes en una villa de Sant Josep. Unas fiestas que siguen existiendo y que no ofrecen ninguna garantía de seguridad a quienes asisten a ellas.

Fiestas secretas

Este rotativo tuvo acceso al chat IBZT Parties, un grupo de la red social Telegram en el que enterarse de cuándo es la fiesta y, sobre todo, del paso a paso a seguir y dónde y cómo se paga para pasar a formar parte de la ‘lista de invitados’.

En grupos como éste (a buen seguro, habrá más circulando en redes sociales) se van anunciando las fiestas secretas y solo hay que ponerse en contacto por privado con uno de los promotores o relaciones públicas que la han anunciado en el grupo para apuntarse a la fiesta ilegal.

En el caso de la fiesta en la que se infiltró este rotativo, lo primero que había que hacer era dar una señal de 20 euros por Bizum, así como proporcionar un nombre para pasar a ser apuntado en la lista. Cerca de la medianoche, el contacto comunica el meeting point, el lugar de encuentro en el que un ‘transfer ’ ilegal (en este caso, un coche particular como podría ser cualquier otro, sin grandes lujos) te llevará directamente a la fiesta.

Al llegar a la fiesta, toca pagar el resto de la entrada. Así, los hombres que fueron a la fiesta del miércoles tuvieron que pagar 80 euros al llegar (la entrada total para hombres era de 100 euros) y las mujeres otros 40 euros (la entrada total para las mujeres era de 60 euros). Con estos precios se incluyen dos consumiciones.

Esta fiesta ilegal fue en una villa ubicada en Sant Josep. El punto de encuentro es en frente del colegio público L’Urgell, en la calle del Diputado José Ribas de Sant Josep. Allí, un coche particular se encarga de llevar a quienes acuden a ese punto hasta la casa en la que se organiza la fiesta. Tal vez la palabra transfer evoque a esas lujosas furgonetas negras con los cristales tintados, pero en este caso el transfer consiste en un Peugeot gris con uno de sus faros fundidos.

Desde la calle del Diputado José Ribas el coche se adentra en el pueblo de Sant Josep por la calle de Can Pou para desviarse por un camino a apenas 200 metros de la iglesia. «Hasta eso de las 03.00 horas estamos yendo y viniendo; luego tendréis que esperar a eso de las 07.00 horas para volver», advierte el chófer ilegal a los pasajeros por el camino. Dos hombres con linternas y teléfono móvil en mano saludan al conductor desde el camino mientras se abre una verja que da acceso a los terrenos de la villa.

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Comienza la fiesta

En el mismo garaje de la casa, una mujer sentada en una mesa se encarga de comprobar quién está en la lista y de cobrar el resto del dinero a los invitados. El nombre de uno de los invitados no aparece en la lista, un grupo de chicas sí está apuntado pero ni la mujer de la entrada ni los tres hombres que aparecen conocen a la persona que las ha apuntado y eso despierta recelos y también discusiones entre los propios promotores de la fiesta ilegal. «Si están aquí y han pagado será por que se vienen de parte de alguien de confianza, que pasen», acaba zanjando uno de los hombres.

El invitado que no aparece en la lista acaba hablando con otro de ellos, probablemente quien le apuntó, y también acaba accediendo a la casa. Alguien se encarga en todo momento de que las puertas permanezcan cerradas para que la música no acabe alertando a nadie. Se trata de una casa de dimensiones considerables.

Al entrar, el salón se encuentra totalmente despejado. De hecho, el único mueble que hay en el salón es la mesa del dj y la única luz que hay es la que desprende el equipo de este dj. Todas las cortinas están corridas. El espacio del dj impide el acceso al pasillo que da al resto de las habitaciones, que son consideradas como una especie de ‘zona VIP,’ ya que acceder a las habitaciones (private rooms) tiene un coste adicional que va, en el caso de esta fiesta, de los 600 a los 800 euros.

La cocina también es de gran tamaño, aunque el montón de muebles colocados a modo ‘tetris’ y tapados con sábanas ocupan buena parte del espacio frente a la barra americana en la que dos personas se encargan de servir las bebidas en vasos de plástico como si de un bar se tratara.

El ambiente en la villa empieza a calentarse pasada la una y media de la madrugada. Los transfer, mientras tanto, no dejan de ir y venir al punto de encuentro a buscar a más gente. Según avanza la noche, el salón convertido en pista de baile y la cocina de la casa están cada vez más repletos de gente y la cola para entrar al único baño con el acceso permitido se convierte en desesperante. La terraza de la casa también se llena de gente a modo chill-out.

Durante toda la noche pudieron pasar por esta fiesta ilegal en esta villa más de 200 personas, todas sin mascarilla, sin mantener medidas de prevención frente al coronavirus, fumando cigarros y con presencia y consumo de drogas. El tipo de público que se encuentra en la fiesta es el mismo que se encontraría en cualquiera de las discotecas legales si estuvieran abiertas.

Así lo expresa tanto Linda, que está pasando unos días en Ibiza con su pareja y unos amigos, como un grupo de tres jóvenes francesas, una pareja de portugueses, un grupo de zaragozanos u otro de Cádiz. Todos estos turistas reconocieron echar de menos la fiesta de Ibiza. Linda explicó que «la verdad es que Ibiza es muy bonita y estamos conociendo lugares increíbles, pero también queríamos salir de fiesta. Volver de Ibiza sin haber salido algo de fiesta es imperdonable».

No obstante, la joven británica no duda en calificar la fiesta como «muy oscura». No se refiere sólo a la falta de luz en la pista de baile, se refiere al secretismo y la clandestinidad que rodea la fiesta: «Parece que estamos haciendo una operación maligna».

Durante toda la noche siguen llegando coches a los terrenos de la casa, que descargan y vuelven a cargar a gente. En la mesa del garaje alguien esnifa una raya de cocaína y, tras encenderse un enorme porro, se ofrece a llevar a un grupo de personas de vuelta al meeting point mientras les invita a la próxima fiesta, la noche siguiente, esta vez en Santa Eulària. «Hay que vivir el momento», zanja el joven italiano que presume de ser el organizador de estas fiestas.