Sofia Vergara. | Daniel Espinosa

En Ibiza y Formentera, un total de 18 personas fueron diagnosticadas el pasado año de VIH frente a los seis casos detectados en una isla como Menorca. Según explica la psicóloga y coordinadora de ALAS en las Pitiusas, Sofía Vergara (Ibiza, 1993), todavía queda mucho trabajo por hacer, especialmente a la hora de romper estigmas y seguir trabajando en la prevención.

Ayer fue un día muy especial porque se conmemoró la lucha contra el Sida.
—Sí y en las Pitiusas preparamos actividades que deben enmarcarse y contextualizarse en la sociedad actual, teniendo en cuenta el estigma o la invisibilización de los afectados. Es muy difícil organizar actos visibles, porque vivir con VIH no es una cuestión visible. Así y todo, por la mañana tuvimos una mesa informativa en el hospital Can Misses y por la tarde, en la Plaza del Parque, tratamos de conectar con la gente y repartir material informativo. Al final, el día es una excusa para hablar de algo de lo que no se habla.

¿Todavía es un estigma tener VIH?
—Sí, es un estigma para una persona porque pensamos en prostitución, vicio o drogas. Esta imagen de los años 80 todavía está muy presente y la gente que convive con la infección es muy reacia a compartirlo y con motivo. Si hoy en día una persona está en un bar; bebe de un vaso del que antes ha bebido alguien con VIH y te lo dicen después, a muchos se les iría la cabeza y eso que no se contagia por la saliva y alguien que está con la medicación, tampoco puede transmitir la enfermedad.

Por lo tanto, la gente sigue teniendo miedo a contarlo.
—Vivir con todas estas connotaciones, es una vida muy complicada y se justifica que la gente lo sufra íntimamente y no compartan el diagnóstico. Hay personas que no lo cuentan ni a sus padres o amigos.

Aún hay mucho desconocimiento sobre las vías de contagio.
—Totalmente. El imaginario mental que he recibido de la población en general, y el que me transmitieron de pequeña, es que es algo que puedes coger simplemente tocando algo. Las situaciones de riesgo en las que la enfermedad es transmisible son, además, muy específicas y el virus, fuera del cuerpo, sólo resiste segundos. El VIH no se coge por tocar algo.

¿Tiene la sensación de que los más jóvenes le han perdido el miedo?
—No sé si es que han perdido el miedo o es que simplemente se ha dejado de hablar de ello. No hay campañas en la televisión como se hacían antes. No tengo la sensación de que los jóvenes sepan muy bien qué es el VIH y eso que siguen produciéndose muertes en España por la enfermedad. Creo que piensan que ya no existe.

Con el paso del tiempo, ¿ha cambiado el perfil de quien lo sufre?
—Sí, ha ido cambiando. Hay que tener en cuenta que no toda la gente que vive con VIH, tiene el diagnóstico, pero algo que es muy representativo es que la transmisión vía sexual entre heterosexuales está ya al mismo nivel que la homosexual. Es posible que ahora los hombres heterosexuales estén más concienciados y se hagan las pruebas, por lo que aparecen más casos.

¿Cuántos casos se han diagnosticado en el último año en las Pitiusas?
—Según los datos que manejamos, hasta el pasado 31 de diciembre de 2020 en las Pitiusas se detectaron un total de 18 casos, 354 desde el año 2003. Me resulta muy llamativo que Menorca, sólo tuviera seis casos diagnosticados en 2020.

¿Qué tipo de asistencia ofrece ALAS?
—Puede venir cualquier persona, sin necesidad de haber sido derivada porque es un servicio abierto. En Ibiza ofrecemos atención psicológica para usuarios afectados, parejas o familiares, y además realizamos labores de prevención. Tenemos también muy buena relación con las entidades sociales de la isla y llevamos a cabo talleres sobre enfermedades de transmisión sexual entre colectivos de adultos en situación de vulnerabilidad.

¿En qué estado llegan los pacientes a ALAS a nivel psicológico?
—El VIH es algo crónico. No hay cura y no te vas a librar durante toda la vida. Hay además muchos obstáculos porque algunos países tienen vetada la entrada a los pacientes con el virus y hasta hace poco no podías presentarte a oposiciones públicas de determinadas categorías. Así, hablamos de un duelo por la salud, porque ésta ha cambiado para siempre y eso es un shock para muchos. Al principio, hay además mucho miedo por contagiar y se pierde la perspectiva de futuro porque el único mensaje que nos han contado hasta ahora es que la persona se iba a morir. Llegan con mucho miedo, rabia, cuando en el VIH no hay culpables. Es algo que ocurre.

¿Y en relación a pacientes que acuden a ALAS durante años?
—Algunos creen que lo tenían muy aceptado después de mucho tiempo pero, de repente, se dan cuenta de que no lo tenían tan aceptado. Es posible que no lo hayan contado. No es obligatorio compartirlo, pero en lugares pequeños como Ibiza y Formentera hay mucho miedo a la reacción de los demás.

¿Qué mensaje daría a la sociedad actual?
—Por un lado, para la gente que no tiene VIH, que no se olvide de su salud sexual. Si vamos al óptico a revisarnos la vista, por qué no nos hacemos la prueba si somos activos sexualmente. Además, las personas con VIH merecen no ser estigmatizadas, no ser rechazadas sólo por un diagnóstico.