Pepe Roselló posa con su libro. | Toni Planells

«Pepe Roselló es la persona con más suerte y que mejor ha sabido aprovecharla». De esta manera describe Xescu Prats al protagonista del libro Pepe Roselló La Ibiza vivida, que firma el propio Prats, edita Balàfia Postals y que se presenta mañana a las 12.00 horas en el Nàutic de Sant Antoni.

Se trata de un libro escrito en tercera persona, que huye del «discurso egocéntrico centrado en el ‘yo, yo y yo’», matiza el propio Roselló, quien precisa que no pretende ser un libro de memorias sino más bien un testimonio de la época que ha vivido desde los años 50 hasta el día de hoy.

Roselló dedica el libro «a la gente de mi época, a los vecinos de mi pueblo y, sobre todo, a nuestras madres y abuelas». En este punto, no deja de recordar a su propia madre, que «enviudó a los 27 años y con cinco hijos, después de que mi padre falleciera en un accidente de moto».

Pepe Roselló nació en 1936 en pleno Sant Antoni, concretamente, en el edificio de Sa Mutal ubicado en sa Raval, cuando estas calles contaban con pequeñas casas con sus huertos y algún corral para los animales.

Estas calles portmanyinas de sa Raval han sufrido muchos cambios durante todos estos años de los que Roselló ha sido testigo en primera persona. Cambios tan radicales que han mutado no solo la estética y el urbanismo de la zona sino también el nombre de la zona. Un claro ejemplo de ello es el nombre de sa Raval, prácticamente olvidado y sustituido por el nombre sajón de West End.

No faltan capítulos que se refieren a la infancia de Roselló en su Portmany natal, en el que se habla del origen del edificio en el que nació, de las calles de sa Raval o de los negocios familiares relacionados con los autobuses, barcos, productos químicos destinados al campo agrícola o la elaboración de xereques de albaricoques.

Tampoco faltan detalles que ilustran tanto el desarrollo turístico de Sant Antoni como el del ocio nocturno ibicenco en general.
El germen del desarrollo empresarial de Roselló empezó al regresar de Alicante habiendo terminado sus estudios de Profesor Mercantil en 1959. Tampoco faltan capítulos referentes a su amor por la ópera y por Renata Tebaldi o por el arte y por Elmyr d’Hory o César Manrique.

Un hombre con suerte
En un claro ejemplo de la descripción que Prats hace de Roselló («la persona con más suerte (…)») una quiniela que el joven Pepe rellenó pero dejó sin sellar fue aprovechada por un guardia civil que se la encontró. Eran otros tiempos y la decencia ya había asociado al miembro de la benemérita con Roselló al 50% antes de saber el resultado. De esta manera, se repartieron el premio de 236.000 pesetas a los 14 aciertos de esta quiniela.

Roselló invirtió su parte del premio en abrir sus primeros negocios, el restaurante s’Olivar en 1961 y El Rincón de Pepe en 1962. Un año más tarde abrió con su familia el Celler El Refugio, ubicado en un antiguo refugio antiaéreo de la Guerra Civil. Dos años más tarde, en 1965, Pepe Roselló abrió su primera sala de fiestas, el Capri Play Boy Club, el Play Boy I, la «primera sala en la que se combinaba la música pinchada con discos y la música en directo». Allí llegaron a tocar bandas de cierto prestigio nacional en ese momento, como los Briks o los Fusioon.

«La revolución de verdad llegó con el Play Boy II», relata el empresario sobre la segunda sala de fiestas que abrió en su Sant Antoni natal en 1975. La primera en celebrar galas juveniles las tardes de los domingos: «Venían autobuses de Santa Eulària llenos de jóvenes», recuerda Roselló. Mientras tanto cuenta que también estuvo haciendo gestiones para distintos proyectos que los ayuntamientos acabaron denegando.

«Me junté con Faustino Bustamante para hacer una sala de fiestas en una casa payesa que le había comprado a Juani de la Torre, pero el Ayuntamiento lo denegó», pone como ejemplo. «Luego lo compraron Escohotado y compañía y montaron Amnesia», precisa. En los mismos términos habla del proyecto que se le denegó para el entonces club social de una nueva urbanización en Sant Rafel y que acabó convirtiéndose en Ku. «El suelo rústico me ha perseguido toda la vida», exclamaba Roselló con humor.

Space
Roselló abrió Space en 1989, «entonces se abrió el cielo», explica. Habla de esa época como «gloriosa» en unos tiempos en los que las discotecas, efectivamente, estaban abiertas a cielo abierto. Una «época gloriosa» de la que pone como ejemplo que «todo era posible» la unión de Fredie Mercury y Montserrat Cavallé.

«Entonces hubo que cubrir las dicotecas», recuerda. Es entonces cuando habla de la «competencia desleal» que «han venido ejerciendo los hoteles que funcionan como discotecas, de día y a cielo abierto. Es un robo del patrimonio de la noche. Desvirtúan el ocio nocturno». Pone el foco en las licencias que cada establecimiento tiene y pone en duda la efectividad y la valentía de las instituciones a la hora de controlar sus propias regulaciones al respecto. «Es más importante que sobreviva el pequeño que el gran empresario; no se puede tolerar el monopolio de los hoteles», opina.

De cara al futuro, el inquieto Roselló asegura que tiene «ganas de hacer alguna cosita». Se refiere a un restaurante con terraza «para hacer cosas bonitas», cuya apertura es casi inminente. Pero también espera «volver a casa», y con esta expresión se refiere a que entre sus proyectos está recuperar El Refugio.

Sant Antoni cosmopolita
Para describir lo especial de la primera época, Roselló recuerda que «era un momento en el que las chicas empezaban, por primera vez en Ibiza, a salir de casa a divertirse sin que les acompañara la carabina». Roselló también pone el foco en el cosmopolitismo que se vivía en el Sant Antoni de mediados de siglo XX cuando «venían cantidad de barcos de ricos extranjeros a disfrutar de la bahía de Portmany».

Entre la lista de clientes de estas características, Roselló nombra a Onassis, a Richard Branson o a Andy Gibb (el hermano menor de los Bee Gees), que cuenta que saltaba el muro del Play Boy para colarse siendo menor de edad. Pero la amistad que recuerda con más afecto es la de don Juan de Borbón, duque de Barcelona, con quien vivió anécdotas nocturnas en el Play Boy dignas de un Borbón: «Gracias a su amistad me hice monárquico», afirma.

Buena dosis del cosmopolitismo del Sant Antoni de esa época la aportaba el Club d’es Argonautes, una suerte de Erasmus de estudiantes franceses que venían dos meses a Ibiza a hacer un tipo de «turismo de supervivencia», explican Prats y Roselló, «distinto al elitista de los barcos que fondeaban en la bahía».

La presencia de estos jóvenes «afectó de manera clara el desarrollo urbanístico de Sant Antoni», tal como apunta Prats. Y es que como explica Roselló, «la gente empezó a alquilar habitaciones a estos chicos. Después vieron que esto daba más dinero que los animales y el huerto y empezaron a construir habitaciones en los corrales y huertos. De esta manera empezaron los primeros hostales», rememora Roselló.