La Plaça de Vila lucía ayer por la mañana prácticamente desierta. | Toni Planells

Durante la temporada de invierno, las calles de Dalt Vila permanecen con una actividad bajo mínimos. Una tranquilidad solo interrumpida por el ir y venir de algunos furgones que surten de materiales a las diferentes obras que muchos de los edificios acometen durante estas fechas y algún paseante que aprovecha la tranquilidad de esta zona. Podría recordar a cualquier complejo turístico, que aguarda la temporada turística entre reformas y mejoras.

Turistas de invierno
Sin embargo, a media mañana de ayer una pareja de amigas salía de la Catedral de Ibiza. Se trata de Marina y Nazaret, dos turistas madrileñas que habían aterrizado unas horas antes. Disfrutaban de un paseo por Dalt Vila en la primera mañana de sus tres días de vacaciones invernales en Ibiza. Marina solo había pisado Ibiza una vez «de paso para ir a Formentera el pasado julio». Reconoce que «había demasiada gente para mi gusto, pero me quedé con las ganas de conocer Ibiza en una época más tranquila». Nazaret había estado 10 días durante el verano de 2020 y coincide con su amiga a la hora de haberse quedado con las ganas de conocer la isla fuera de temporada. También están de acuerdo en que «nos encanta el invierno en Ibiza». Las amigas no son capaces de explicar el trayecto que han recorrido para llegar hasta la Catedral y tampoco se explican el «no encontrar ningún negocio abierto, ni un souvenir, ni siquiera un sitio donde tomarnos un café desde que nos alejamos del puerto».

Vecinos
Efectivamente, Dalt Vila no se caracteriza por sus negocios de hostelería y en invierno ni siquiera en la Plaza de Vila puede verse un solo local abierto. Tampoco son muchos los vecinos que residan, sobre todo en la parte alta, durante todo el año en la zona.

De los únicos resistentes en la parte alta ciudad amurallada son Isabel Delgado, Torijano, y Jesús García, Traspás. La pareja vive en la Calle Mayor hace 35 años y son de los pocos vecinos que habitan la parte alta de Dalt Vila durante todo el año. En verano abren su tienda, Traspas y Torijano, en la que, a parte de su arte y recuerdos de Ibiza, también ofrecen bebidas con la que el visitante a Dalt Vila puede hidratarse en el último tramo de la subida hasta la Catedral. No obstante, durante el invierno mantienen una pequeña campana ante su tienda para que, quien necesite algo solo tenga que tintinearla para que les atiendan.

«Tranquilidad», así describe Traspas el invierno en la ciudad antigua. Una tranquilidad que solo se ve interrumpida por las obras. Esta pareja viene reivindicando «que la gente suba a Dalt Vila desde hace 30 años». Una reivindicación que llevan a la práctica, por ejemplo, montando su ya tradicional y pintoresco Belén en el portal de su casa para que «Dalt Vila no sea un barrio fantasma. Estas son nuestras piedras, es donde vivimos y es donde nos sentimos nosotros». Traspas y Torijano consideran que este entorno, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, «está totalmente desaprovechado». Sus reivindicaciones de mejora pasan por «distintas mejoras que ya hemos trasladado al Ayuntamiento desde la asociación de vecinos», pero también por la instalación de baños públicos y la apertura de los museos de esta zona que permanecen cerrados, el Museo Puget y el Arqueológico. «Lo único que queda por aquí es el Madina Yabisa, que hay días que está cerrado, y nosotros, claro» lamentaba la veterana pareja de la Calle Major.